Rubén Bonifa Nuño es, para iniciar (aunque es mucho más que eso) un hombre culto. La riqueza de su poesía radica, principalmente, en el simple hecho de que este poeta veracruzano habla latín con la propiedad con que uno habla español. Eso le da un manejo de la sintaxis y del idioma que no fácil cualquier persona posee. A eso puedes agregarle que no busca ser pedante, sino que es increíblemente coloquial. La combinación de ambas cosas hace que sus poemas sean, simple y llanamente, poderosos. Cito algunos fragmentos:
No me digas que nada permanece;
nada, si no penumbras y despojos
y un silencio nostálgico y desnudo.
Y como es un recuerdo que aparece
inadvertidamente, iré a tus ojos
con la absurda caricia de un saludo.
O bien:
En las quietas orillas de su muerte
calladamente el corazón te nombra
fruto de amor perfecto, imaginario
O incluso:
Que en este mudo afán que me encadena
no te tuve jamás; pero te pierdo
como si hubieras sido siempre mía.
O este otro:
Tu fuerza dulce, amor, liga y separa
al mismo tiempo, y paralelamente
sabe dar el dolor y la alegría.
o este verso prístino, en medio de un poema bellísimo:
Porque te amo, estoy en paz conmigo
Acaso el mejor libro de Rubén Bonifaz Nuño, sea El manto y la corona (FCE, 1958) De allí, por flojera (no me gusta copiar) sólo cito dos poemas:
I
Cada día levanto,
Entre mi corazón y el sufrimiento
Que tú sabes hacer, una delgada
Pared, un muro simple.
Con trabajo solicito,
Con material de paz, con silenciosos
Bienamados instantes, alzo un muro
Que rompes cada día.
No estás para saberlo. Cuando a solas
Camino, cuando nadie
Puede mirarme, pienso en ti; y entonces
Algo me das, sin tu saberlo, tuyo.
Y el amor me acongoja,
Me lleva de tu mano a ser de nuevo
El discípulo fiel de la amargura,
Cuando desesperadamente trato
De estar alegre.
Porque soy hombre aguanto sin quejarme
Que la vida me pese;
Porque soy hombre, puedo. He conseguido
Que ni tú misma sepas
Que estoy quebrado en dos, que disimulo;
Que no soy yo quien habla con las gentes,
Que mis dientes se ríen por su cuenta
Mientras estoy, aquí detrás, llorando.
Yo se que inútilmente
Me defiendo de ti; que sin trabajo
Me tomas por la fuerza, o me sobornas
Con tu sola presencia. Estoy vencido.
Ni siquiera podrías evitarlo.
Hasta en mi contra, estoy de parte tuya:
Soy tu aliado mejor cuando me hieres.
II
Cuando coses tu ropa,
Cuando en tu casa bordas, inclinándote
Muy adentro de ti, mientras la plancha
Se calienta en la mesa,
Y parece que solo te preocupas
Por el color de un hilo, por el grueso
De una aguja, ¿en que piensas? ¿Que invisibles
Presencias te recorren, que te vuelven,
mas que nunca, intocable?
Como una lumbre quieta
Tu corazón se enciende y te acompaña,
y hace que el mundo necesite de las cosas que haces.
Mi voluntad, mi sangre, mis deseos
Comienzan hoy a darse cuenta:
En todo lo que haces, se descubre
Un secreto, se aclara una respuesta
Una sombra se explica.
Que simple he sido, amiga; yo pensaba,
Antes de amarte, que te conocía.
No era verdad. Comprendo. Antes de amarte
Ni siquiera te vi; no vi siquiera
Lo que estaba en mis ojos: que tenias
Una luz y un dolor, y una belleza
Que no era de este mundo.
Y porque lo comprendo, porque sufro
Porque estoy solo, y vives, dócilmente
Hoy aprendo a mirarte, a estar contigo;
A saber deslumbrarme,
Crédulo, humilde, abierto, ante el milagro
De mirarte subir una escalera
O cruzar una calle.
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