Comentario del soneto
Mujer... Eva de sed esperanzada,
de
Diana Morán
Homenaje a Diana Morán
en su 25 aniversario luctuoso
Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa
Óscar Eduardo Pech Lara
Cancún, Quintana Roo, México,
10 de febrero de 2012
La percepción y las expectativas que tenemos de la Literatura, marcan, de
manera definitiva, la manera en que valoramos tanto a la misma, como a los
autores, y sus textos, independientemente de las corrientes literarias o de las
intenciones y la calidad de la obra que el autor haya tenido. Luego entonces si,
por ejemplo, simplemente se observa la Literatura como una mera historia o
registro del espíritu humano; como una serie de escuelas; como una serie de
tendencias, entonces cada autor se vuelve ya un mero predecesor de otro, ya un
imitador, o incluso sólo una influencia sobre unos muy pocos hitos en la
historia de la Literatura.
Dicha perspectiva de la Literatura, por supuesto, ve a
la misma como una serie de productos, y a la generalidad de los autores como
meros tramoyistas de los grandes genios de la humanidad. Y, siguiendo con dicha
perspectiva, las obras envejecen, pierden fuerza, brillo, interés, conforme las
diferentes capas del tiempo se asientan sobre ellas. Lo interesante, en todo caso,
es que esa tendencia a ver la Literatura no deja de tener una buena cantidad de
adeptos entre estudiosos y legos.
Acaso más sabio —más humano al menos, de cualquier
forma— es ver a un autor como un ser humano que tiene sus propias inquietudes,
sus circunstancias personales, alguien que escribe en un tiempo determinado y
que pertenece a una época de la que raras veces logra desligar sus escritos; un
ser humano que en pocas ocasiones es consciente de la escuela a la que
pertenece, y que quiere proyectar de manera consciente o inconsciente en sus
obras una determinada ideología, preocupaciones, sentimientos, vivencias.
Desde ese punto de vista, conviene partir de las
intenciones que posee un autor determinado: una obra meramente estética,
evasiva de la realidad, puede ser analizada en sí misma mientras que una obra
con un hondo contenido social necesita por fuerza, conforme más pasa el tiempo,
de un texto que la explique ante los lectores, cada vez más alejados de la realidad
social que dio origen a esa obra. Tal es, nos parece, el caso de la obra de
Diana Morán.
La más breve biografía de la doctora Morán nos las da la
poetisa y compatriota de ella, Elsie Alvarado de Ricord en 1992[i]. Desde
entonces diferentes blogs y páginas de la red repetirán hasta la monotonía sus
palabras. Ella nos indica que Diana Morán:
Nació en Panamá el 17 de noviembre de 1932 y murió en
México el 10 de febrero de 1987. Al momento de su fallecimiento era profesora
titular de tiempo completo en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), de
la ciudad de México. Llegó a ese hermano país en 1969, exiliada luego del golpe
militar de 1968, cuando era dirigente de la Asociación de Profesores.
Fue docente en el Instituto Fermín Naudeau (hasta su
detención y destierro) donde orientó a muchos jóvenes en las lides literarias y
les inculcó el amor por el arte y la patria.
En el colegio de México obtuvo el Doctorado en Letras
Hispánicas con la tesis Cien Años de Soledad: novela de la demitificación
(editada por la UNAM en 1988).
Su poesía combativa y revolucionaria fue publicada en
Panamá, Cuba, México, Guatemala, Estados Unidos, Chile y España. Gaviotas de
Cruz Abierta, recibió el premio Ricardo Miró en 1965 y nunca fue publicado en
volumen.
Como educadora luchó por el hombre integral y por una
sociedad justa. Su posición personal nunca fue individualista; siempre estuvo
en función social. Por su verticalidad, por su lucha cívica fue forzada a un
largo y penoso exilio que no la doblegó, antes fortaleció su carácter. En la
historia panameña, Diana Morán ha sido la única poetisa lanzada al exilio,
"despojada de la patria", como señala ella en sus versos; lo cual es
un indicio del cúmulo de valores que ella encarnaba.
A fin de comprender en qué consistió esa poesía,
“combativa y revolucionaria”, esa “función social”, esa “lucha cívica” de sus
textos, es necesario hoy día dar un vistazo, aunque sea somero, a esa región
siempre codiciada y estratégica, a ese lugar y tiempos conflictivos y
peligrosos en que a la doctora Morán le tocó en suerte vivir.
Panamá (en el idioma natal, “donde abundan los peces y
las mariposas”), fue descubierta por Cristóbal Colón en algún momento de su
cuarto viaje, que duró del 3 de abril de 1502 al 7 de noviembre de 1504. En no
muchas décadas los españoles exterminaron a los nativos panameños y la región,
no pudiendo ser repoblada fácilmente, desde 1529 fue considerada como un punto
estratégico para la comunicación entre ambos océanos, comunicación que se daba
por vía fluvial; en aquellos años Panamá no sólo unía por río y tierra ambos
océanos: también era un puerto vital para embarcar hacia España el oro
proveniente del Perú. Para el investigador de su historia, llama la atención
que desde 1529 se empieza a considerar la posibilidad de construir en Panamá un
canal que una a ambos océanos.
Panamá inicia su independencia de España en noviembre
de 1821, uniéndose voluntariamente a Colombia, error del que se tratará de
arrepentir en 17 ocasiones, la última en 1850, salvo que Panamá es un punto tan
estratégico que ya desde 1846 los Estados Unidos de América tratan de una
manera u otra de tener dominio en la región. Panamá logra independizarse de
Colombia en 1904, los Estados Unidos entonces se dedican a construir el canal, que
se termina en 1914. La nación norteamericana desea cada vez más hacerse dueña
del canal, haciendo que la zona del canal sea dedicada como zona libre del
gobierno panameño en 1948.
A partir del 9 de enero de 1964, estudiantes del
Instituto Nacional encabezan un movimiento que reclama la izada de la bandera
panameña junto a la estadounidense en la zona del canal. En esa ocasión el ejército
estadounidense abrió fuego contra civiles panameños dejando un saldo de 21
muertos y más de 300 heridos. El Presidente de Panamá Roberto F. Chiari, en una
situación sin precedentes en el continente americano, rompe relaciones
diplomáticas con los Estados Unidos de América y declara el no reinicio de las
mismas hasta que se acordara abrir negociaciones para un nuevo tratado. En
abril de ese año, ambas naciones reasumen relaciones diplomáticas y el
presidente estadounidense Lyndon Johnson accede a iniciar conversaciones con el
propósito de eliminar las causas de conflicto entre ambas naciones.
Un año después se restablecen las relaciones
diplómaticas entre ambos países, pero el 11 de octubre de 1968 los mandos
medios de la Guardia Nacional, liderados por Boris Martínez dan un golpe de
estado, en el comunicado oficial los golpistas señalaron con absoluto cinismo que
el intento por violar la voluntad popular en las elecciones legislativas, así
como la integración ilegal del Tribunal Electoral, los había llevado a adoptar
la decisión de asumir el poder por medio de un gobierno provisional que
preparara el retorno al orden democrático[ii].
Es entonces, en esa fecha, en que da inicio una dictadura militar que trajo
consigo el exilio tanto de la poetisa Diana Morán, como de muchos de los
intelectuales y activistas del país; un entorno en donde hubo una gran cantidad
de asesinatos, desapariciones y corrupción en el país a lo largo de 21 años. Y
es precisamente en esas condiciones en que se escribe la obra poética y
combativa de Diana Morán. Como ha dicho Delia Cortés:
La lucha generacional y la angustia sociológica
germinan en los versos de las autoras de la generación de 1958, así llamada por
las reivindicaciones políticas ocurridas en ese año. Con esta generación
memorable, se abre una libertad expresiva novedosa para América Latina. La
mujer discute, con las herramientas de la poesía y sin tapujos, sus más
desgarradores conflictos interiores.[iii]
Teniendo en cuenta lo anterior, veamos ahora una
muestra de la obra poética de la autora, tomada de su primer libro Eva Definida (1957), en donde se
aprecian ya muchas de las preocupaciones que desde ese momento serán parte
importante del resto de su obra poética:
Mujer... Eva de sed esperanzada
irrumpo en tus corrientes materiales
para beber las aguas sindicales,
cabecillas de carne desgarrada.
Y así... Sencillamente enamorada
ser la novia de mieles corporales
-esposa de azahares verticales-
en éxtasis de tierra liberada.
Quiero beber el alba colectiva
-quebrada de ternura combativa-
de la totuma fresca de tus manos.
Nutrir el istmo nuevo de mis hijos
con la revolución de besos fijos,
síntesis de las bocas y los granos.
El texto respeta todas las formas clásicas de un
soneto endecasílabo, sin aportar ninguna innovación formal. En el mismo, la
poetisa se torna portavoz de todas las mujeres que, a su vez, son unificadas en
una sola: Eva, la primera mujer sobre la tierra y que, de alguna manera, es
representada por la madre patria, misma que encuentra su justificación sólo a
través de la libertad de su descendencia. En el primer cuarteto:
Mujer... Eva de sed esperanzada
irrumpo en tus corrientes materiales
para beber las aguas sindicales,
cabecillas de carne desgarrada.
La autora logra realizar esa fusión de la poetisa con
el resto de la femineidad, asociándolas con la madre primigenia, quien posee
una necesidad física, aquí representada por la sed, salvo que esa necesidad
posee la cualidad de estar cargada de esperanza. Más tarde, en el segundo
verso, esta Eva toma las esperanzas de la poetisa, hablando en primera persona
y tomando para sí cualidades muy diferentes de las poseídas por el personaje
bíblico: Allí la autora emplea el verbo irrumpir, el cual posee al mismo tiempo
tanto la acepción de entrar violentamente en un lugar, como la de surgir con
ímpetu o repentinamente. Todo esto dentro de una metáfora más bien oscura: “tus
corrientes materiales”, metáfora que puede entenderse como “las corrientes del
materialismo dialéctico”, de la lucha que hará el pueblo por liberarse: la
autora habla de las aguas que poseen los espacios de lo social, donde se
resuelven las cosas materiales, ya que se habla de “aguas sindicales”. Si se
toma en cuenta que el agua es un símbolo de vida, entonces se entiende que la
autora habla de que lo que le da vida a la nación son los movimientos sociales.
Entonces, por más que se mencionen esos cabecillas de carne desgarrada, la
autora los contempla como mártires sociales; como aquellos que dan su vida,
para que de la muerte nazca la vida; las “corrientes sindicales” y, en ese
sentido, el irrumpir en las corrientes materiales, puede entenderse, como se
verá más adelante, como un remontarse en la historia de la patria, no sólo en
su pasado, sino en una historia que abarca tanto el pasado, como el presente,
así como la futura historia de la nación. En el segundo cuarteto:
Y así... Sencillamente enamorada
ser la novia de mieles corporales
-esposa de azahares verticales-
en éxtasis de tierra liberada.
La poetisa parte de un principio básico: la
poetisa-Eva-Mujer-Patria, actúa tanto de manera individual como colectiva, siendo
tanto ella misma, como todas esas mujeres unidas, al mismo tiempo, y a la vez
cada cual en su propio nivel, motivadas de manera plural e individual por un sólo
un sentimiento: el amor. Un amor exento de complejidades (ella se encuentra “sencillamente
enamorada”), en donde se maneja el tropo de la gradación: pasa de enamorada, a
novia, a esposa, a mujer en éxtasis. Allí, a un nivel muy básico, si bien se
puede afirmar que la novia disfruta de las “mieles corporales” de la pasión, al
mismo tiempo la novia-patria, Panamá, disfruta de ver a los cuerpos de sus hijos
unidos dulcemente.
De la misma manera, si bien es cierto que una vez que
la mujer de manera individual llega a ser esposa, entonces puede disfrutar de
los azahares verticales, imagen que acaso sea una referencia a la copulación,
donde los azahares sean un símbolo fálico, pero que para la mujer plural, para
la patria, tiene un sentido diferente: Si bien para Carmen Redondo hay “una
oposición entre la verticalidad espiritual y la horizontalidad carnal”[iv],
aquí la imagen más bien parece sugerir que para la patria, sus hijos, unidos en
esas mieles corporales, finalmente se levantan del nivel en el que han estado
para alcanzar, como dice el último verso, un éxtasis de liberación e
independencia a la que ella, Panamá, había estado sujeta, como se ha visto,
prácticamente desde que Colón la descubre. En el primer terceto, por su parte:
Quiero beber el alba colectiva
-quebrada de ternura combativa-
de la totuma fresca de tus manos.
Se ve un cambio sustancial: desaparece del texto la
mujer individual, y el ser femenino aparece ahora sólo como una mujer colectiva:
ya la mujer panameña que habla toda a través de una sola voz, o bien ya Panamá
como nación que expresa sus deseo a través de la poetisa y que, al expresar su
deseo, da un giro al sentido original del primer verso: Esa Eva de sed
esperanzada expresa abiertamente que su sed es de un “alba colectiva”, es
decir, un nacer como nación; un despertar social donde ese romper del alba provoca
sentimientos que en el segundo verso de este terceto, conforman un oxímoron;
esa figura donde términos contradictorios aparecen conjuntados: “ternura
combativa”: la lucha que los panameños hagan por alcanzar su independencia de
los Estados Unidos de América, genera en la patria —o en la poetisa— gran
ternura; entonces, dicha sed de justicia sólo puede ser saciada al beber de la
totuma (de la jícara, diríamos en México), de sus manos. La imagen de la
jícara, por cierto, no es casual: es la expresión clara de que obtener la
libertad, de que la lucha combativa por alcanzar la independencia es, de alguna
manera, un volver a la naturaleza, al orden primigenio, a un estado de paz
originario, donde la patria alcanza un equilibrio con la tierra. En el segundo
terceto, por su parte:
Nutrir el istmo nuevo de mis hijos
con la revolución de besos fijos,
síntesis de las bocas y los granos.
Cierra el soneto con un deseo: el de crear un nuevo istmo,
acaso un nuevo canal, que no por fuerza implica la creación geográfica de otro,
sino una renovación del mismo; escribir una nueva página por medio de una
revolución hecha “con besos fijos”, es decir, un acto de amor que debe tener un
carácter firme, constante e inmutable en la voluntad de sus hijos, y que
conjunta las bocas, como una metonimia del pueblo, pero también de los granos,
aquello que llena esas bocas, aquello que la Patria otorga y ha otorgado
siempre a sus hijos.
A la distancia del momento en que el texto fue
escrito, hace cerca de 55 años, la impresión que el poema deja en la mente del
lector es, en esencia, el logro de alcanzar una serie de imágenes yuxtapuestas:
la poetisa, equiparada a Eva, que es al mismo tiempo todas las mujeres, las
cuales son un símbolo de la patria, que logra expresar la necesidad de, la
belleza de, un movimiento armado a fin de alcanzar la independencia de la
nación. Como dijo Jaramillo Levi (s/f, p. 440): “La obra poética de Diana Morán
-combativa y concientizadora- apela a la sensibilidad social y reivindica la
lucha revolucionaria, incluso en su producción para niños, impregnada de ritmo
y color”[v].
Es cierto, este soneto es un poema que responde a toda
una época, una ideología, incluso una etapa muy definida de la literatura
hispanoamericana, pero que sigue tan vigente como el día en que escrito y que,
sin duda, a quienes la conocimos, nos trae a Diana de vuelta con nosotros, lo
cual trae a nuestra mente dos historias:
La primera proviene de uno de los cuentos de Las mil y una noches, que nos habla de un
príncipe disfrazado que recorre la ciudad, acompañado de su visir, a fin de
conocer en realidad las necesidades, opiniones y deseos de su pueblo, sin ser
nunca reconocido, y a quien le ocurren curiosas aventuras.
El segundo es un cuento titulado “La cigarra”, de
Anton Chéjov. En él, Olga Ivánova se casa con el doctor Dímov, un hombre
totalmente opuesto a ella. A lo largo del cuento el lector aprecia cómo, mientras
que el médico se dedica la mayor parte del tiempo a sanar pacientes de manera desinteresada,
Olga se interesa por todo lo que tiene que ver con el arte y sólo desea conocer
gente famosa. Con el tiempo ella se enamora pintor mediocre que en realidad se
avergüenza de ella. Cuando su amante la abandona, ella trata de volver a su
esposo. Al regresar a casa, ella descubre que él se ha contagiado de difteria y
ha muerto. Sólo en el funeral, en el homenaje que sus colegas le hacen, ella pasa
por una anagnórisis y descubre la grandeza del hombre a quien siempre consideró
como insignificante.
Ambos relatos, de alguna manera, describen la relación
que Diana Morán tuvo con nosotros, los que fuimos sus estudiantes. Como el
pueblo en el relato de las Mil y una
noches, como Olga Ivánova, nosotros sólo pudimos ver a una maestra
extraordinaria, exigente, estricta, que no solía hacer concesiones de ningún
tipo. Y así nosotros pudimos haber pasado de largo, ingratos e indiferentes, sin
saber de la obra poética que ella había escrito, ignorando por completo la
labor que ella había realizado en su país natal. Muy bien pudimos seguir de
largo sin conocer de su grandeza, salvo que nos tocó en suerte ser la
generación que éramos sus alumnos cuando sobrevino su deceso.
Siempre será significativo que, dentro de todas las
labores que ella realizó en su vida, al final escogió para sí la más humilde,
la más modesta, la más necesaria: la de ser el río que en su paso nutrió la
mente de una generación de jóvenes muy poco agradecidos, inconscientes de quién
era la persona que condescendía a enseñarles.
Yo no sé si en donde ahora se encuentra nuestra
querida maestra Diana pueda ella presenciar este homenaje en su honor, pero sí
sé que tenemos la profunda esperanza de que nos escuche; así como tenemos la
esperanza de que su memoria, su obra, nunca se borre simplemente del planeta,
como un suspiro en el aire.
Referencias:
Araúz, Celestino Andrés y Pizzurno,
Patricia (2010). Torrijismo y militarismo (1968-1981). El golpe de cuartel y la Junta
Provisional de Gobierno. Recuperado el 19 de enero de 2012 de http://www.critica.com.pa/archivo/historia/f12-01.html
Cortés Márquez, Delia (2005). Poesía femenina panameña. Un estudio con
perspectiva de género. Recuperado el 14 de enero de 2012 de http://www.ucm.es/info/especulo/numero29/poespana.html
Jaramillo Levi,
Enrique (2010). Literatura Centroamericana.
Panamá. Recuperado el 10 de enero de 2012 de http://www.enriquebolanos.org/coleccion_uno_pdf/CCBA%20-%20SERIE%20LITERARIA%20-%2012%20-%2008.pdf
Ricord, Elsie
(1992). “Diana Morán”, en Panamá
Poesía.com Literatura e Historia Panameña en Internet. Recuperado el 16 de
enero de 2012 de http://panamapoesia.com/pt19.htm
[i] Ricord, Elsie (1992). “Diana Morán”,
en Panamá Poesía.com Literatura e
Historia Panameña en Internet. Recuperado el 16 de enero de 2012 de http://panamapoesia.com/pt19.htm
[ii]
Doctores Celestino Andrés Araúz y Patricia Pizzurno (2010). Torrijismo y militarismo (1968-1981) El
golpe de cuartel y la Junta Provisional de Gobierno. Recuperado el 19 de enero
de 2012 de http://www.critica.com.pa/archivo/historia/f12-01.html
[iii] Cortés
Márquez, Delia (2005). Poesía femenina
panameña. Un estudio con perspectiva de género. Recuperado el 14 de enero
de 2012 de http://www.ucm.es/info/especulo/numero29/poespana.html
[iv] Redondo Benito de Valle, Maria
Carmen (2003). El lenguaje ideográfico:
Una metodología de la enseñanza de las ciencias sociales, p. 32. Recuperado el 24 de enero de 2012
de http://www.ucm.es/BUCM/tesis/edu/ucm-t27676.pdf
[v] Jaramillo Levi, Enrique (2010). Literatura Centroamericana. Panamá.
Recuperado el 10 de enero de 2012 de http://www.enriquebolanos.org/coleccion_uno_pdf/CCBA%20-%20SERIE%20LITERARIA%20-%2012%20-%2008.pdf
Comentarios
A.F.
Buen trabajo.
Comentar en unas cuantas líneas, las reflexiones provocadas por tu ensayo de homenaje a la doctora Morán, es arriesgarse a quedar flotando en la superficie. No obstante, es imposible quedarse callado. Me parece un texto que, como siempre contigo, se encuentra bien pensado y mejor escrito. Nos deja ver a un lector atento de la poeta y crítica literaria, capaz de encontrar los secretos de una poesía erótica como el trópico de dónde ella proviene.
Por otra parte, se agradece la puesta en contexto para el lector desinformado. Esto facilita la lectura y valoración de una poesía hecha de los colores, olores y sabores del Istmo centroamericano.
Saludos y felicidades.
Braulio