La aburridora (de aspirinas y dentistas)

Esta es una de esas en que no sé ni por qué digo lo que sigue, pero siento la necesidad de decirlo. En D. y C. 1:14-16 se lee (el subrayado es mío, y por favor, léelo varias veces antes de pasar al siguiente párrafo):

Y será revelado el brazo del Señor; y vendrá el día en que aquellos que no oyeren la voz del Señor, ni la voz de sus siervos, ni prestaren atención a las palabras de los profetas y apóstoles, serán desarraigados de entre el pueblo; porque se han desviado de mis ordenanzas y han violado mi convenio sempiterno. No buscan al Señor para establecer su justicia, antes todo hombre anda por su propio camino, y en pos de la imagen de su propio dios, cuya imagen es a semejanza del mundo y cuya substancia es la de un ídolo que se envejece y perecerá en Babilonia, sí, Babilonia la grande que caerá.

La cita me hace pensar mucho. Mucho. Me imagino que se podrían escribir muchas páginas acerca de ella: de cómo nos creamos a nuestro propio dios, que actúa como nosotros queremos, y que nos complace, pero que no tiene el poder para ayudarnos como o cuando nosotros queremos. Me hace pensar en cuanto a cómo es que funciona el evangelio. Me recuerda a cuando me operé de la vista. No entraré en detalles: llegué al hospital de corbata y así salí tres horas después: ni siquiera me la quitaron o me aflojaron el nudo. Sólo me pusieron una especie de cubre zapatos de tela, me subieron a una silla de ruedas y en ella me llevaron al quirófano. Me pusieron unas gotas en los ojos, y entonces me acostaron en la plancha. Aquí viene a lo que quiero llegar. Bajo mi cabeza había una almohada tan blanda, que es difícil de imaginarla. Sumamente confortable: se amolda perfectamente a la forma de tu cabeza. Entonces el doctor aprieta un botón y la almohada se vuelve durísima, para que tu cabeza, por tu propia seguridad, ya no pueda moverse. No encuentro una mejor metáfora del evangelio, que esta. Si alguien tiene una mejor, compártamela, por favor: se adapta perfectamente a tus necesidades y circunstancias, pero una vez que entras, esto se vuelve absolutamente inflexible, por tu propia seguridad. No puedes regatear con el Señor, o ponerle condiciones. Cuando hablamos de convenios, nadie puede alterar las palabras o la Voluntad del Señor: Él es quien fija las condiciones. No acepta tratos como “Haz que no me descubran esta vez, y yo te prometo que a cambio, de ahora en adelante...”, porque quien piensa así, piensa en magia, no en religión: en la magia y en la superstición los hombres buscan tener el poder para que las fuerzas sobrehumanas actúen de acuerdo a su voluntad. Y el mundo cada vez más busca esa magia, no conocer y seguir la voluntad del Señor.

Yo conocí a una persona (por años le consideré mi amiga), que veía al Señor así: como si le pudieras dar limosnas al Señor, sobras de lo que te es superfluo o de lo mínimo necesario para acallar tu conciencia y luego, cuando lo necesitas, creer tanto que puedes exigirle, como que Él te va a bendecir (que Él está obligado a bendecirte) porque tú "cumpliste", de acuerdo a tus propias normas y condiciones, con lo que tú quisiste dar, sobras de tu tiempo o de tus recursos o esfuerzos, sin nunca buscar en serio conocer Su voluntad, u obedecerla, o establecer Su justicia.

Y cuando el padre no obra como uno quiere, entonces viene la idea de que Él no existe, o de que es malo, o injusto, o de que te falló, cuando en realidad quien falló es uno. Leo en un texto de C. S. Lewis (Perfection. En The Joyful Christian, New York, McMillan, edición de 1977, la pésima traducción es mía):


Nuestra meta no es sólo llegar a ser limpios. ¡Nuestra meta es llegar a ser como Dios! Y no podemos hacer eso por nosotros mismos. Cuando yo era un niño, a menudo tenía dolor de muelas y sabía que si iba a mi madre, ella me daría algo que podría atenuar el dolor por esa noche y dejarme dormir. Pero yo no iba con mi madre hasta que el dolor era insoportable. Yo no dudaba que ella podría darme una aspirina, pero yo sabía que ella haría algo más; yo sabía que ella me llevaría al dentista en cuanto amaneciera. No podía obtener de ella lo que yo quería, sin obtener algo más, que yo no quería. Yo quería un alivio inmediato del dolor: pero no podía obtenerlo, sin tener que ir también al dentista.

Nuestro Señor es como el dentista. Docenas de personas van a Él para ser curados de algún pecado en particular del que se avergüenzan, o que les incomoda en la vida diaria. Bien, Él puede curar eso muy bien, pero no se va a quedar allí. Él tal vez te de lo que tú pediste pero, si en verdad Lo has llamado, Él te dará el tratamiento completo. ‘No te equivoques’, dice Él, ‘si tú me lo permites, yo te haré perfecto. El momento en que tú te pones a ti mismo en Mis manos, es lo que yo haré de ti. No más, ni menos. Tú tienes tu albedrío, y si lo eliges, puedes alejarme. Pero si no me alejas y te pones en Mis manos, entiende que Yo voy a hacer Mi trabajo a la perfección. Yo nunca descanso, ni te voy a dejar descansar, hasta que tú seas perfecto –—hasta que mi Padre pueda decir sin reserva que Él está bien complacido contigo, como Él ha dicho que está complacido conmigo.

Y con todo –—este es el otro y no menos importante lado de esto–— este Ayudador quien estará satisfecho, a lo largo de este amplio camino, con nada menos que la absoluta perfección, también estará deleitado con el primer, débil, trastabillante esfuerzo que hagas mañana para cumplir con el más simple deber... Como un gran escritor Cristiano (George Macdonald) señaló: ‘Dios es fácil de complacer, pero difícil de satisfacer’. Así que, por otra parte, la demanda de Dios necesita no desanimarte en tu intento presente por ser bueno. –—o incluso en tus fallas presentes. Cada vez que tú caigas, Él te levantará de nuevo. Y Él sabe perfectamente bien que tus propios esfuerzos nunca te llevarán de alguna manera a la cercanía de la perfección. Por otra parte, debes darte cuenta desde afuera de que la meta hacia la cual Él está empezando a guiarte es la absoluta perfección; y no hay poder en todo el universo, exceptuando a ti mismo, que pueda evitarle llevarte hacia esa meta.

Así pues, no desistas. No te conformes con buscar negociar o regatear con los cielos; ni trates de emplear la magia, que pretenderá que puedas lograr que el Cielo haga por ti lo que tú quieres. Busca hacer la voluntad de Dios. Busca que tu voluntad sea absorbida en Su voluntad, amando lo que él ama, y aborreciendo lo que Él aborrece. Yo creo que uno debe buscar con ahínco conocer Su voluntad porque, como dice en Lucas 16:15: “Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación”.

Que tu fe se mantenga firme siempre, por más que tus circunstancias puedan llegar a ser adversas, sabiendo que nunca estás solo(a) por completo:


Óscar Pech
"In the faces of men and women I see God"
Walt Whitman, from Leaves of Grass

Comentarios