Kim, de Rudyard Kipling

Hace tiempo invité a una amiga muy especial a leer Kim, de Rudyard Kipling. Es una historia bellísima: uno de mis libros favoritos. Trato de explicar el por qué. Kim es el alter ego de Kipling: un niño inglés que se cría en la India y que no recibe la educación de un inglés, sino de un nativo, que se desenvuelve en todos los niveles, por lo que recibe el mote de "Amigo de todo el mundo". Y la novela trata de hacernos ver cómo es ese "todo el mundo" que era la India bajo el imperio británico. Dice el texto (si pueden, disfruten el estilo) acerca de Kim: "Desde antes de alcanzar el uso de razón aprendió a evitar a los misioneros y a los hombres blancos de aspecto respetable que siempre le preguntaban quién era y qué hacía. Porque Kim no hacía nada, pero, eso sí, con extraordinario éxito". Contrapuesto a ese mundo de los qué, quién, por qué, tan europeo, está el mundo de la India: "hombres que llevaban vidas más extrañas que todo lo que soñara Harun al Raschid y que vivía una vida tan desenfrenada como las de Las Mil y Una Noches; pero ni los misioneros ni los secretarios de las sociedades benéficas eran capaces de entender su belleza". Dos mundos que conviven pero que no logran entenderse por cuestiones de índole religiosa. Incluso el mundo de los blancos está dividido entre católicos y protestantes (en la novela, unos pecadores y otros tontos), mientras el mundo hindú se divide en muchas religiones, donde predomina la división entre hindis y mahometanos. Entre éstos últimos hay un afgano, Mahbub Alí, y Kim quiere ser como él. Poco a poco descubre que este personaje es un espía del Imperio, porque en parte la novela trata de eso: de cómo un jovencito, inocente pero brillante llega a ser un espía inglés en medio de la India del siglo XIX, y de sus deliciosas aventuras, mientras se nos muestra "esa mezcla de piedad antigua y progreso moderno que caracteriza la India de hoy".

En medio de ello, Kipling nos regala continuamente reflexiones, chistes, agudas observaciones a lo largo de la novela: "los que mendigan en silencio, mueren de hambre en silencio"; "lo que se consigue sin trabajo, se marcha de la misma manera"; "Los maridos de la habladoras tendrán una gran recompensa en la otra vida"; "fíate de un brahamán antes que de una serpiente, de una serpiente antes que de una ramera y de una ramera antes que de un afgano"... para el lector es claro que Kipling estaba disfrutando enormidades en lo que fue el proceso de escribir la novela. Es una novela feliz, que habla del gozo de vivir la vida.

Al mismo tiempo que sucede esto, Kim conoce a un monje budista y se convierte en su chela, en su discípulo. La novela entonces adquiere un sentido diferente: se habla del budismo y su doctrina, como algo que está más allá de los problemas europeos y del mundo de la India, sí, pero de la relación de increíble amor que puede haber entre un discípulo y su maestro, a quien admira. Esa es, acaso, la cosa que hace tan adorable la novela: que habla de que puede existir un amor profundo y santo, que no tiene nada que ver con el sexo, entre un maestro y su alumno. Una relación en la que ambos aprenden. Tal vez lo que más llama la atención es Cómo el maestro cambia su perspectiva del mundo gracias a Kim. Kim "se sentía completamente feliz mascando pan y viendo nuevas gentes en el vasto mundo lleno de buena voluntad". Para el maestro, lejos de su monasterio, "el mundo es grande y terrible", y poco a poco irá aprendiendo a ver la bella que es la vida gracias al gozo de vivir de su chela.

Y mientras se nos muestran todas estas cosas, leemos la descripción de un mundo espléndido, bello, que a los mexicanos nos recuerda tanto a Iguala, o Cacahuamilpa, o la Cuautla de hace cuarenta años.

Hace tiempo, decía, invité a esta querida amiga a leer la novela. Ahora los invito a todos ustedes a leerla. Que la disfruten:

Óscar Pech
"In the faces of men and women I see God"
Walt Whitman, from Leaves of Grass


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