Entre caníbales

Hay partes de la historia de la conquista de América que siempre causan que el corazón se estremezca. Por ejemplo, en la historia de Ulico Schmidel von Straubing, (Derrotero y viaje a España y las Indias, 1567), nos cuenta de la deplorable fundación de Buenos Aires: la situación es tan desesperante, que los españoles se comen sus caballos, luego las ratas, y luego, al final, terminaron por practicar la antropofagia y se comen a los indios querandís. Los capitanes trataron de imponer un poco de orden, y colgaron a los caníbales... que de noche fueron descolgados y otros se los comieron a su vez. Ulrico era un mercenario frío, calculador, un hombre inhumano que en su libro no deja de decir cuál es su única motivación: hacerse rico.
Muy diferente es su compatriota, Hans Staden, (su libro, con un largo título en alemán, fue traducido al español como simplemente Viviendo con los caníbales, publicada por Argos Vergara en 1983, el libro original es de 1557). había sido empleado como arcabucero en una época en que Francia y Portugal se peleaban por ver quién se quedaba con lo que ahora conocemos como Brasil. Los portugueses destacaban por ser absolutamente inhumanos. Cierto, los indios que vivían allí practicaban el canibalismo, pero eso era un rasgo cultural que, creo, no justificaba la crueldad desmesurada de quienes se consideraban a sí mismos como civilizados. Los portugueses cazaban a los indígenas por diversión, o los capturaban por placer y los entregaban a alguna tribu enemiga (también caníbal) para que los devorara, cosas así. Por su parte los franceses tampoco eran una perita en dulce: les vendían armas a precios muy accesibles, para 1, hacerse amigos de ellos y 2, para que fueran los caníbales los que pelearan contra los portugueses, y no los franceses. Es una guerra de cuatro naciones contra cuatro, donde no hay buenos, pero al menos creo que se puede decir que los franceses eran más inteligentes: sabían sacar la castaña del fuego con mano ajena.

Lo que sigue hace años lo comenté con ustedes: Un día Hans Staden va de caería con uno de sus esclavos, (el hombre es muy religioso: a cada rato cita la Biblia, ora, canta salmos, cosas así, pero su religión no le impide tener esclavos ex caníbales), cuando de repente lo rodea un grupo de caníbales que desembarcaron subrepticiamente en la isla. Lo hieren y lo llevan a cuatro días mar adentro a otra isla. Allí se divierten con él de lo lindo (el humor negro del autor es de veras deleitable: sabe reírse de sí mismo de una manera muy sabrosa) y, viendo su fin cada vez más cerca, él les dice que no es portugués, que es alemán y amigo de franceses. Él habla ya la lengua de los caníbales, y eso hace de la narración algo muy interesante. Los caníbales le llaman Uratinge Waso (el gran pájaro blanco). Hay por allí un comerciante francés que anda en eso de venderles armas, y los caníbales lo hacen traer. Lo que sigue lo citaré textualmente:

me condujeron desnudo a su presencia. Era joven y los salvajes lo llamaban Karwattuware. Me habló en francés, pero yo no podía entenderle bien. Los salvajes estaban presentes y escuchaban, como yo no podía responder, les dijo a los salvajes en lengua de ellos: "mátenlo y devórenlo, el malvado es auténtico portugués, enemigo vuestro y mío". Comprendí perfectamente y le pedí por amor de Dios que les dijese que no me devorasen. Pero él me dijo: "Son ellos los que te quieren devorar". Me acordé entonces de Jeremías, cap17, donde dice: "maldito sea el hombre que confía en los otros hombres"... Y así salí de allí con un gran pesar en el corazón...

Yo no puedo menos que pensar qué se sentirá eso: el que un hombre entregue a otro, a quien pudiera salvar, sin más motivo que la indolencia, a la muerte. Hasta donde llega mi conocimiento, fue Quevedo quien acuñó la siguiente frase: "Para hacer el mal, cualquiera basta: no hay enemigo pequeño". ¡Hay tantas cosas que pasan por mi mente al contar esta historia! ¡Hay tanto en que tú y yo nos parecemos a ese pobre alemán, y que estamos en manos de gente a la que no le interesa nuestro futuro! Anónimo lector, que el suelo que pisas sea firme, sin tropiezos y sin partes resbalosas; que en tu trato con tus semejantes siempre haber suficiente misericordia al tocar sus destinos:

Óscar Pech
"In the faces of men and women I see God"
Walt Whitman, from Leaves of Grass

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