¿Esta vida es justa? (un correo antiguo)

Buenos días, Nelly. Reciba un saludo muy cordial. He estado piense y piense en esto que escribo hoy por mucho tiempo, sin hallar exactamente cómo tratar este tema, escribiendo esto en interrupciones continuas a lo largo de noches de insomnio que, imagino, harán que esto no tenga la coherencia que yo quisiera o, al menos, uniformidad:

Hace mucho platicaba con Ulises, un compañero de trabajo, acerca de si la vida era justa o injusta. Una discusión larga y llena de certezas por ambas partes; Ulises es uno de esos amigos con los que uno aprende al compartir argumentos, sin que la discusión degenere en pleito. El hecho es que no recuerdo que hayamos llegado a una conclusión. Lo cierto es que cuando la vida te sonríe, sientes que es justa, ¿correcto? un corazón feliz, un poco de agradecimiento en el mismo, hace que la vida parezca más que justa. Pero también hay cosas que uno no puede dejar de notar: Hay niños inocentes que nacen con SIDA, gente que quisiera estudiar y no puede, porque no tiene con qué, o quien, aunque tenga todo el potencial no alcanza el puesto porque su apariencia física no le ayuda, gente que manipula o usa a otros, y que con todo aparentemente les va muy bien: triunfan en la vida, así como también hay gente culpable que no recibe castigo y gente inocente que sufre de manera injustificada, por ejemplo.

Permítame platicarle de tía Piedad. Donde yo vivo hay mucha gente de ojo azul, pero yo nunca he visto un azul tan intenso, como el del ojo de Tía Piedad. Ella era una ancianita de esas que saben irradiar paz. Ese tipo de personas que lograron obtener eso en esta vida: paz interior. Jamás vi que perdiera la paciencia, se molestara, o le incomodara algo. Irradiaba una paz tan grande, que parecía que su perspectiva del mundo iba mucho más allá de lo inmediato y se proyectaba a la eternidad.

Cuando ella era una niña un día, para su infortunio, estaba jugando con su hermanita menor, que era todavía un bebé. Piedad se escondía y aparecía, vez tras vez, para encanto de la bebé. "¡Gurúuuu Nán!", decía, y cada vez que decía Gurúuuu, se escondía, y cada vez que decía "Nán", aparecía de nuevo. Y cuando se escondía, su hermanita usaba un palo, como si fuera una espada, donde antes había estado la cabeza de Piedad. Salvo que en una de tantas la niña mayor quiso romper la monotonía del juego, tardó demasiado, y asomó la cabeza justo cuando su hermanita nuevamente estaba esgrimiendo su palo a manera de espada. Cuando dije que mi tía era de ojo azul, hablaba literalmente: Piedad quedó tuerta cuando era niña. En el pueblito donde se crió no había tal cosa como ojos de vidrio, así que su ojo de vidrió lo usó cuando ya era una mujer mayor. Pero para tía piedad ser tuerta era como tener una peca en el brazo: no era nada. Increíblemente, nunca se sintió menos, nunca guardó rencor: El accidente no logró quitarle esa paz que irradiaba de manera permanente, como una rosa irradia su aroma. Sé que si yo hubiera sido su hermanita, así como soy, nunca habría podido perdonarme a mí mismo. También sé, y este es el punto de esta historia, que la vida nos cobra demasiado caros nuestros errores. Lo vemos cada día: Una hermosa joven escoge mal a su pretendiente (la obligación tácita de casi toda mujer es casarse con el peor de sus pretendientes), y se casa con la persona equivocada. Una mala decisión, y todo su futuro, y el de su progenie, se ve afectado. La situación es terrible pero, ¿es injusta? Alguien podría decir que nadie la obligó; que ella ejerció su albedrío pero, ¿Cuánto albedrío puede tener una persona enamorada? Una vez, hace muchos años vino a mí una alumna después de clases. Me dijo que no sabía qué hacer. Su novio la golpeaba y la humillaba. Le dije, con alarma, que lo dejara de inmediato. Que un hombre así era lo que ella menos necesitaba. "Ya lo sé", me dijo al borde de las lágrimas: "Y lo peor es que me trata como mi padre trataba a mi madre, y cuando más soy consciente de ello, más me avergüenzo de mí misma. ¿Pero qué puedo hacer? Sé que debo dejarlo, y no puedo hacerlo" Yo me pregunto a mí mismo: ¿Hasta qué grado tiene albedrío una persona cuando lo único que hace es seguir el único modelo de conducta, el único "software" que posee?

Por otra parte, está la justicia, la poética o la divina, y sabemos que existen. "Dios castiga sin piedra y sin palo", decía mi abuelita y Javier, un buen amigo mío, siempre dice: "Al final, los valores se imponen", así que, ¿la vida es justa, o no? Todos nosotros, en algún momento de la vida, hemos dicho, como en el poema En paz, de Amado Nervo: "Amé, fui amado, la lluvia acarició mi faz:/ Vida, nada me debes, vida, estamos en paz", pero igual, muchas veces yo (y me imagino que casi todos) he mirado de frente a la vida, y con mucho resentimiento le he dicho: "Vida, nada me debes, pero vida, sencillamente tú y yo no podemos estar en paz" y cuando uno observa tantas cosas que pasan a nuestro alrededor, con gente buena que sufre, con experiencias a veces de veras pesadas, otras muchas veces más he sentido el fuerte deseo de mentarle la madre a la vida, como imagino que casi todos nosotros hemos sentido lo mismo.

Aquí, creo, hay dos cosas que vale la pena considerar, porque creo que para entender cuán justa es la vida, es necesario recurrir un poco a la teología y, nuevamente, no son sino meras ideas mías y muy bien puedo estar equivocado: Cuando alguien considera la vida como algo que inicia con el nacimiento y termina con la muerte, de manera invariable la vida va a parecer sumamente injusta. Para quien insiste en ver solamente lo que pasa frente a sus ojos, para quien cree sólo en lo que le indican los cinco sentidos, la vida ES injusta.

Pero hay algo más: la vida no se inicia al nacer, ni termina cuando uno muere. Antes de nacer existíamos como hijos de Dios, en espíritu, en su presencia. En su gran misericordia estableció un plan para nosotros, un plan que implica nacer y olvidar lo que fue vivir con Él, y poder regresar nuevamente a Su presencia. Existe un propósito en esta vida: el ser probados, el progresar por medio del uso del albedrío, el poder regresar a Él nuestro Padre, que nos ama y no nos deja solos en esta vida. Y habrá un después: no todo acaba en la tumba: al más allá no nos llevamos riquezas, títulos académicos ni honores, pero nos llevamos las buenas obras, el conocimiento, la fe: las cosas que harán que no nos sintamos desnudos al presentarnos ante el Padre. Y cuando uno mantiene en la perspectiva eso, que existimos antes de nacer, que hay un propósito en la existencia (y que eso implica el que estamos siendo probados, y que, como dijo tan sabiamente Neal A. Maxwell: "si lo que nos sucede es justo, entonces no es una prueba"), y que esto no se acaba con la muerte, sino que la existencia y las consecuencias de lo bueno y lo malo que hacemos hacen eco mucho más allá de la sepultura, entonces la vida se vuelve justa. Vaya, que cuando uno mantiene una perspectiva eterna, las cosas se vuelven claras, justas y sumamente misericordiosas.

La segunda cosa a considerar es que está escrito (D. y C. 82:10): "Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo, mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis". Piense en eso un poco. Vale la pena releer esa frase una y otra vez: es una gran promesa. No dice que nos va a ir bien si hacemos lo bueno, o que cuando uno hace lo malo Dios nos va a castigar, no. Sólo dice que, cuando obedecemos la voluntad del Señor, todo lo que nos pase será Su voluntad (y a veces su voluntad es que nos vaya mal porque, bueno, una de las razones por las que estamos aquí es para ser probados, ¿no?). Y también (pienso en esa prodigiosa novela de Víctor Hugo, Los miserables, donde Jean Val Jean es culpable, pero un hombre santo lo perdona, lo ayuda, y de esa manera de alguna manera compra su alma, a fin de rescatarlo del mal; a veces ayudamos a los malos, y simplemente no podemos imaginarnos cuánto bien podemos hacer), ese versículo indica que a veces hay quien hace lo malo y de todas maneras podemos ser bendecidos, porque uno de los atributos de Dios es la misericordia, pero “mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis”: Cuando no le obedecemos, Él no está comprometido a ayudarnos. Pensar en ese versículo de las Escrituras me ayuda a sentir que esta vida es justa: la obediencia a los mandamientos es el equivalente perfecto a comprar el mejor de todos los seguros de vida o contra robos, o contra incendios, etc.; me hace sentir que, si le obedezco, todo lo que me acontezca no será accidente ni casualidad, y que incluso lo malo no es otra cosa sino una oportunidad para aprender.

Deje le cuento una historia: nosotros salimos del DF hace unos 10 años. Pero mis últimos meses en el DF fueron terribles: asaltos casi cada semana, choques, cosas así. Hubo una en particular que me pareció singularmente injusta, dolorosa, y fui a pedirle una bendición del sacerdocio a un buen amigo a quien quiero como a un padre: Juan Manuel Cedeño. Se entiende que la bendición no para ser protegido, sino para pasar la prueba satisfactoriamente. En la bendición él me dio una gran lección. Entre otras cosas, dijo: "Te bendigo para que aprendas lo que el Señor quiere que aprendas de todas estas experiencias". A mí me dio mucha luz eso: A veces, “cuando hacéis lo que os digo” te va mal, y si te va mal, es porque de esa manera Él quiere enseñarte algo. Y estoy seguro que a usted le ha pasado, como a mí, que a veces cuando uno se esfuerza más por hacer lo bueno, es cuando te va más mal, pero incluso en eso hay una enseñanza: esta vida no es una serie de relaciones de causa y efecto.

¿Le ha pasado que, justo cuando más necesita a Dios, es cuando más mal anda, y no se siente con la fuerza o el ánimo como para orar, porque en su interior sabe muy bien que en ese momento para usted el Cielo tiene puertas de bronce, muy bien cerraditas? No sé, pero se me ocurre que acaso esa sea la mejor lección de esta vida: Cuando estás cerca de Dios, esta vida es justa, porque sientes Su influencia protegiéndote. Cuando te alejas de Dios, la vida se vuelve no injusta, pero sí inmisericorde, y esa amargura (porque la misericordia es dulce, la justicia, solita, es sumamente amarga e infeliz), hace que la vida parezca injusta, pero ni modo: la misericordia siempre se gana: nunca viene de a gratis. No es en balde que en D. y C. 6:20 se lea: "...Sé fiel y diligente en guardar los mandamientos de Dios, y te estrecharé entre los brazos de mi amor". Creo que cuando sentimos que la vida es justa, en realidad lo que sentimos es eso: los misericordiosos brazos del Señor que nos ciñen de seguridad en nuestros pasos. Y tal vez sería muy bueno aquí explicar lo siguiente:

En el plan de Dios hay dos partes fundamentales. Una es la justicia, y otra es la misericordia. la justicia es simple: obedeces, y vienen bendiciones, desobedeces y vienen castigos. Salvo que, como dijo Pablo, por cuanto todos hemos pecado, y estamos destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23), es decir, que si se nos juzga con la pura justicia, todos estamos perdidos.

Pero entonces viene la misericordia. La misericordia nunca viene por sí sola. Nunca es gratuita. Uno siempre tiene que hacer algo para ganársela. Por ejemplo: uno tiene que nacer de nuevo (Juan 3:5-7); nacer del agua (esto es, recibir ordenanzas como el bautismo) y nacer del espíritu (esto es, hacer convenios con el Señor y cambiar la disposición de nuestro corazón). Ambas cosas las podemos recibir sólo porque el Señor dio su vida por nosotros. Si entiendo bien, la misericordia es el trato compasivo que recibe una persona, y que es mayor de lo que se merece (si no, sería justicia). La misericordia es posible sólo gracias a la Expiación de Jesucristo. Es decir, el Padre conoce nuestras debilidades, pecados y flaquezas, pero gracias a la Expiación perdona nuestros pecados y nos ayuda a regresar a vivir en su presencia. Pero eso no es para todos, es para los que reciben al Señor en su corazón. La misericordia no es para todos, (bueno, parte sí: Él hace llover sobre justos y pecadores, el sol brilla para buenos y malos, etc) pero hay una parte de la misericordia que no es para todos, sino sólo para quienes pagan el precio; quienes se arrepienten de sus pecados, aceptan al Señor, lo sirven, lo aman, dejan el hombre natural, para  volverse verdaderos siervos del Señor, no sé si me explico.

Por muy bueno que sea el Señor, por mucha que sea Su misericordia, no puede aceptar el pecado con el más mínimo grado de tolerancia, porque el reino de dios no es inmundo, y ninguna cosa impura puede habitar en él, así que la misericordia no le puede robar a la justicia. La misericordia no puede obrar, hasta que la justicia recibe exactamente lo que se merece. La vida puede ser dura, pero finalmente, es mucho más que justa: es misericordiosa. Si uno se acerca a Dios, es dulce y misericordiosa.

Piensa en esto: yo estoy seguro que uno de los momentos en tu vida en que más sentiste el amor de Dios y su justicia ha sido cuando reconocí la oportunidad de arrepentirte y pedir perdón de tus pecados. Hay momentos sagrados, de verdadera comunión con Dios, y que son las mayores bendiciones de la vida. Ese amor incomprensible del que tanto se nos ha enseñado. Y es en esos momentos, en que uno llega a estar cerca de Dios, que vemos la maldad y la miseria de nuestro hermano, el hombre, cuando uno ve cuánto dolor les espera más adelante por el puro remordimiento de conciencia provocado por sus propias tontas y desatinadas acciones (ajá, como cuando un pobre diablo va manejando borracho y drogado y termina por matar a alguien inocente de la manera más fortuita) y uno puede llegar a sentir verdadero pesar por ellos, por lo que les espera, tanto en esta vida como en el más allá, y uno extiende sus brazos, y se ensancha nuestro corazón como la anchura de la eternidad; y se conmueven nuestras entrañas; y toda la eternidad tiembla junto con nosotros, porque el Señor nos ha visitado y ha enternecido nuestro corazón, y lo ha llenado de compasión y misericordia.

Yo sé que todos alguna vez hemos deseado que a los malos les vaya mal, y que ya paguen con castigos ejemplares todas las consecuencias de sus actos. Y a veces en oración también yo he dicho “Ya! ¿No?, ya! No tenemos igualdad, nos dominan los inicuos, nos rodean y no roban por todos lados, se comen el producto de nuestro trabajo, cada vez veo menos la salida, etc, etc. y como que ya hay que ir haciendo algo” pero uno termina por arrepentirse de lo que ha dicho, porque uno comprende que tales oraciones no es posible elevarlas en el nombre de Su Hijo...

En fin que, resumiendo, creo que esta vida es justa, pero puede no serlo. Hay cosas que uno puede hacer para ser más feliz, para soltar el lastre de las cosas cotidianas, así como hay cosas que uno puede hacer para hacer de la propia vida un infierno particular de amargura y resentimiento. Al final, uno decide en qué terminará el final de nuestra propia vida. Decía Ibargüengoitia que una de sus tías decía siempre: "La vida quiso siempre que yo fuera desdichada... ¡Pero no me dio la gana!" Tú decides qué final tendrá tu vida y, por cierto, tomar la decisión de ser feliz o infeliz es algo que repercutirá en el futuro de tus hijos, y de sus hijos, y de sus hijos, y así, ad infinitum. Que puedas, Nelly, tomar siempre las mejores decisiones para felicidad de tu vida y la de los tuyos, y perdona que ya al final de esta carta terminé hablándote de tú:


Óscar Pech

"In the faces of men and women I see God"
Walt Whitman, from Leaves of Grass

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