De Élder medina, las manchas de Rorschach y otros asuntos

A veces siento que lo que escribo se parece al test de manchas de Rorschach: cada quién lee lo que quiere leer, nadie entiende lo que quiero decir, y hay gente que me aplaude donde no hay nada qué aplaudir, o que se ofenden cuando no dije nada que pudiera ser mirado como hiriente. De repente alguien entre ustedes re envía un correo, porque le pareció muy bueno, y la persona que lo recibe me escribe reclamándome, indignada. A veces pienso que la gente no sabe leer, o que soy yo quien no sabe expresarse adecuadamente. Pero ese no es el punto de esta historia, sino el siguiente:

De un tiempo a esta parte siento que más bien lo que veo es parte del test de Rorschach. Veo gestos, actitudes, simples detalles en quienes me rodean y me pregunto: ¿De verdad pasó eso que percibí? ¿O estoy viendo moros con tranchete? ¿Mi jefe renuncia y de verdad soy tan elegible que la gente empieza a tratarme diferente? Por ejemplo: Envío un correo a un colega que jamás contesta correos, y a manera de respuesta, ahora viene a responderme en persona, diciéndome que está de acuerdo en todo, y felicitándome por la idea. Todo muy raro, muy... ¿artificioso?

Cosas así son las que en noches como esta de plano me quitan el sueño, y que me hacen recordar y analizar mi pasado. El hecho de que hoy tuve una junta de teleconferencia de unas ocho horas con los jefes de México, por ejemplo. Veía a esas nueve personas admirables, y yo de este lado de la pantalla sentado junto a Élder Brown, hacían que me sintiera muy fuera de lugar, muy... muy como que no era yo quien debería estar allí.

Así que en este momento pienso, por ejemplo, en esa luna de miel que fue el inicio de mi matrimonio, y que duró 10 años, en la Iglesia siempre era Sab la que tenía llamamientos de responsabilidad, y yo siempre era maestro de la Escuela Dominical. Por 10 años ella fue la Presidente de la Sociedad de Socorro de estaca, de la Primaria de Estaca, de Mujeres Jóvenes de Estaca, y siempre creí que mi llamamiento era simplemente apoyarla y dar mi humilde clase en domingo. Yo pensaba que nunca tendría un llamamiento de responsabilidad, y bueno: fui llamado como obispo, hice las cosas lo mejor que pude, no tengo remordimientos de que pude haber hecho las cosas de una manera mejor, o de que mi esfuerzo fue débil o mediocre, pero cuando fui relevado, de nuevo: desde hace 12 años sólo tengo llamamientos de muy poca responsabilidad, y no falta quien dice que qué desperdicio, que doy para más, que en otro llamamiento de seguro podría servir mucho mejor... (je je je: dejo de escribir y sonrío: ya están de nuevo las manchas de Rorschach: no, no me estoy quejando ni hablo con amargura: sólo expongo las cosas como son), como ahora más de una persona siente que soy "presidenciable", pero yo en mi interior no dejo de pensar en lo que muy bien podría denominarse "la experiencia del Élder Medina", y que cuento a continuación, por si te sirve:

Hace unos 26 años yo servía como misionero de tiempo completo. En la misión uno trabaja siempre con un compañero. Uno es el dirigente o mayor, y el otro es el menor. Yo era el dirigente cuando llegó a la misión un misionero más verde que la gelatina de limón, un joven muy entusiasta, casi hiperkinético. Ambos estábamos en el mismo distrito, y al principio me caía muy bien. Ajá, se apellidaba Medina, y su hermanos había sido nuestro compañero en la prepa: Adrián Medina, no sé si lo recuerden. Bueno, pues este cuate siempre repetía hasta que llegaba a ser incómodo que me admiraba mucho, y que yo era su ídolo, y que yo era un ejemplo en entusiasmo, en espiritualidad y en obediencia, y que su meta era llegar a conocer las escrituras como yo, y que quería ser así de bueno, y que la chifosca mosca. La primera vez eso cae bien, pero a la larga esos comentarios no dejaban de ser un tanto molestos. Cada vez que se avecinaban los cambios, siempre me decía algo así como “Ahora sí se va como líder de zona, ¿No Élder Pech?”. Y sencillamente, ni como líder de zona, ni como nada: yo seguía allí. Pero él no: como si estuviera jugando al avioncito, así, de brinquito en brinquito, él fue llamado como mayor, y luego como líder de distrito, y luego me "llamaron" (a los ojos de muchos, podría muy bien escribir "me bajaron") a mí como menor cuando cumplí un año en la misión, y al él como líder de zona. Si la cosa hubiera quedado allí, no habría habido historia qué contar, pero empezó a caerme cada vez más mal porque siempre que teníamos la oportunidad de encontrarnos (y para esto siempre estábamos en las mismas ciudades, así que me lo encontraba a cada rato) me miraba con compasión, casi con lástima, meneaba la cabeza como reprobando las decisiones del presidente King, y decía “¿Todavía no es líder de zona?”. Y no, todavía no era líder de zona.

Y de hecho no lo fui.

Ni líder de distrito.

La mitad de mi misión fui menor y la mitad mayor, por cierto.

Y todavía en los últimos meses de mi misión, me sentía mal. Comentarios así me hacían sentir un verdadero fracasado. Siempre que mi buen amigo, Manuel Chabán, ha sabido cuál es mi llamamiento en un momento dado, responde: "¡Qué desperdicio!" Y es obvio: supongo que todas las partes del árbol quieren ser flor, o fruto. Porque es muy bonito ser flor o fruto. Es muy padre tomar decisiones, hablar cuando uno crea conveniente, que la palabra de uno pese, sentir el manto de autoridad. Pero más importante que la flor o el fruto, es la raíz, que no se ve, y es fea, terrosa y retorcida, pero que nutre, y sin ella no podría haber ni flor ni fruto, y más importante que la flor y el fruto es el tronco, que aunque sin gran colorido y pese a su aspecto rugoso, sostiene y que, bien mirado, sin él no podría haber ni flor ni fruto. Claro, eso es bien fácil decirlo ahora, y bien difícil aceptarlo en su momento (si hubiera tenido con qué, en su momento habría gastado una fortuna en psicoanalistas que me ayudaran a salir de ese bache de mi vida). Ahora, a la distancia, creo que hubo dos cosas me ayudaron a aceptarlo:

a)    Mi presidente de misión, Roy H. King, una vez me dijo que existen misioneros que son tanto o más espirituales que los asistentes, pero que si no lo eran, era sencillamente porque el Señor no lo quería así. Y es que el Señor necesita, supongo yo, de troncos y raíces, que por cierto duran más que la flor o el fruto.

b)    El mismo presidente King, cuando a la mitad de la misión me envió de menor, me compartió una escritura que por años ha sido luz en momentos difíciles y que ahora yo comparto con ustedes:

        “Los de mi pueblo deben ser probados en todas las cosas, a fin de que estén preparados para recibir la gloria que tengo para ellos, sí, la gloria de Sión; y el que no aguanta el castigo, no es digno de mi reino.

        “Aprenda sabiduría el ignorante, humillándose y suplicando al Señor su Dios, a fin de que sean abiertos sus ojos para que él vea, y sean destapados sus oídos para que oiga; porque se envía mi Espíritu al mundo para iluminar a los humildes y contritos, y para la condenación de los impíos.”
    (D. y C. 136:31-33).

Por cierto, que en mi última área, me mandaron al punto más alejado de la misión. Había aprendido que sí, que es cierto que es mejor ser digno de confianza que ser amado, y que por lo mismo ciertamente es mejor ser digno de confianza que ser asistente. Hay una autoridad mucho más grande que la que te da la posición que ocupas. Cada día vas, si quieres, tejiendo un manto de autoridad hecho a tu medida, con tus hechos, actitudes, palabras. Creo que de las grandes lecciones que me ha dado la vida es esta: que no importa el poder que tengas, sino la influencia que ejerzas, y siempre puedes decidir entre ser Sarumán el iridiscente, o ser Gandalf el blanco, si vale la comparación. En aquellos bellos años, el presidente de misión confiaba en mí y me mandó como un simple compañero mayor para ayudar a todo un distrito en Matamoros, Tamps., porque incluso el líder de distrito me pedía consejo, en una ciudad a varias horas de los líderes de zona, cuando no sabía qué hacer, y hacer bien mi parte me hizo feliz. Me hizo asumir el papel que he hecho toda mi vida: el de ayudar siempre que puedo, no el de escalar. Tú me conoces de muchos años, y sabes que esto es cierto: no soy un escalador, ni busco mi gloria personal. Sólo busco ayudar, hacer lo que es justo, ver con felicidad que lo que es bueno a mi alrededor, crezca.

No siempre es lo mejor haber sido un líder, ni el serlo te asegura que cuando salgas de la misión vas a tener más éxito. Uno jamás debe sentirse mal por ser "solamente" un menor o por ser "solamente" un mayor. Y eso fue cierto en la misión, como lo es en el trabajo. En tu trabajo o en el mío. Creo haber descubierto que uno puede ser muy feliz en su trabajo, sin importar qué haga uno, por el simple hecho de hacer algo bien hecho. Hay un refrán de Maine que me parece la cosa más sabia del mundo, y que creo que vale la pena reflexionar en él, siempre: "Dios golpea en Sus clavos". Él sabe cómo, con qué intensidad, en qué dirección y cuándo lo hace. Nunca se equivoca, y uno ve la manera en que suceden las cosas en esta vida, y de repente lo único que puede decir uno es eso: "Dios golpea en Sus clavos".

Y Él siempre sabe por qué. Lo que importa es que uno simplemente haga como dijo David O. McKay: "Seas quien seas, haz bien tu parte". No importa quién seas o que posición ocupes, siempre puedes ser "Awesome", y puedes hacer de la posición que ocupes, por pequeña que sea, por muy que parezca algo sin importancia, algo bello. Como dijo José Martí:

            Todo es hermoso y constante,
            todo es música y razón,
            y todo, como el diamante,
            antes que luz, es carbón.

La verdad es que en esta vida tan extraña, no todo es hermoso, y mucho menos constante, pero el chiste está en que uno puede hacer que las cosas se transformen en hermosas y constantes; y por ello tú y yo podemos transformar el carbón en diamante, porque el poder está en nosotros, y en eso venimos a ser nuestros propios agentes, y en tanto que hagamos lo bueno, como menor o mayor, con problemas en la casa o sin ellos; con adversidad en la calle o con éxito; con buen compañero o sin él; con lo que sea o sin lo que sea, porque en tanto que hagamos lo bueno, de ninguna manera perderemos nuestra recompensa.

En cuanto a ello mismo, Robert E. Wells, en Digno de Confianza, pp.21-23, nos cuenta la siguiente historia:


PARÁBOLA DEL JARDINERO Y EL ÁRBOL FRUTAL

Al rayar el alba, un jardinero se puso a podar sus árboles frutales. Entre ellos estaba uno que había producido muchas ramas, por lo que el jardinero temió que diera poco fruto. Así que empezó a  podarlo, cortando aquí y allá, y volviendo a cortar. Cuando terminó, no quedaban del árbol sino unas cuantas ramas unidas al tronco. Con ternura el jardinero- dirigió la vista hacia el árbol, que parecía hablarle, y le parecía haber quedado muy triste y lastimado. Casi podía ver una lágrima en cada rama, donde el machete había cortado. El pobre árbol parecía querer hablarle, y le pareció oír que le decía:

“¿Cómo pudiste ser tan cruel conmigo, tú que dices ser mi amigo, que me plantaste y me has cuidado desde que yo era no más que un retoño, y me cultivaste con el afán de que creciera? ¿No viste cuánto había crecido? Ya estaba casi tan alto como los otros árboles y en poco tiempo hubiera llegado a ser como ellos. Pero me has cortado las ramas; he perdido mis hojas verdes y atractivas, y hasta mi dignidad entre todos los árboles del huerto”.

El jardinero observó al árbol sollozante, y escuchó sus quejas con compasión. Le respondió con toda bondad: “No llores; lo que te hice era necesario para que pudieras ser un árbol valioso en mi huerto. Tú no eres un árbol de sombra, o para dar abrigo a las aves en tus ramas. Te planté para que dieras fruto; si quiero fruta, no podría obtenerla de otros árboles, por más altos y frondosos que sean.

No, amigo árbol, si yo hubiera permitido que siguieras creciendo como ibas, toda tu fuerza se hubiera ido en las ramas; tus raíces te hubieran desarrollado firmeza, y se hubiera frustrado el propósito para el que te traje a mi huerto. Tu lugar lo hubiera ocupado otro, pues habrías sido estéril. No debes llorar, todo esto resultará en tu bien, y algún día, cuando veas las cosas con más claridad y estés cargado de fruto exquisito, me agradecerás y dirás: ‘Mi jardinero era sabio y de veras me amaba. El sabía el propósito de mi existencia, y ahora le agradezco por lo que entonces creí que era crueldad’ ”.

Años después, el jardinero mismo se hallaba en otras tierras, y estaba progresando. Estaba orgulloso de su posición y tenía ambiciones y planes para el futuro.

Un día se produjo una importante vacante en su trabajo y él era el indicado para ocuparla. la meta a la que aspiraba estaba ahora a su alcance, y se sentía muy satisfecho del progreso tan rápido que había logrado. Mas por alguna razón desconocida para él, se escogió a otro en su lugar, y él fue llamado a ocupar otro puesto relativamente sin importancia y eso resultó en que sus amigos pensaran que era un fracasado.

El ex jardinero llegó a su casa, se arrodilló a la orilla de su cama y empezó a llorar. Sabía que ya no había esperanzas de que pudiera lograr lo que había anhelado tanto. Dirigió su voz a Dios, y le dijo: “¿Cómo pudiste ser tan cruel conmigo, tú, que dices ser mi amigo, que me trajiste hasta estas tierras extrañas y me has cuidado con el afán de que creciera? ¿No viste que ya me hallaba casi a la altura de los hombres que siempre he admirado? Pero me has cortado las oportunidades, y hasta mi dignidad y respeto he perdido entre mis  semejantes. ¿Cómo pudiste hacerme eso?”.

Se sentía humillado y disgustado, con amargura en su corazón, cuando le pareció escuchar un eco proveniente del pasado. ¿Dónde había oído antes esas palabras? Le parecían conocidas. La memoria le dijo en un susurro: “AQUÍ YO SOY EL JARDINERO”. Enfocó su memoria y recordó. Sí, el árbol frutal. Pero ¿por qué recordaba ese incidente, por tanto tiempo olvidado, en esta hora de tragedia? Y la memoria, otra vez, le respondió con palabras que él mismo había pronunciado:

“No llores... lo que te hice era necesario... Tú no eres un  hombre como los demás... Si yo hubiera permitido que siguieras creciendo como ibas... se hubiera frustrado el propósito por el que te mandé a este mundo. No debes llorar, algún día, cuando estés cargado de experiencia, dirás: ‘Mi jardinero era sabio. El sabía el propósito de mi existencia mortal, y ahora le agradezco por lo que entonces creí era crueldad’ ”.

Sus propias palabras fueron la respuesta a su oración. En su corazón ya no había amargura cuando volvió a dirigirse  a Dios, y le dijo: “Ahora sé quién eres. Tú eres el jardinero, y yo, el árbol frutal. Ayúdame, Bendito Dios, a sobrellevar la poda, y a crecer como tú esperas que yo crezca, para que pueda ocupar el lugar asignado en la vida, y para que mi corazón siempre diga: ‘No se haga mi voluntad, sino la tuya’ ”.

El tiempo pasa. Luego de cuarenta años, el ex jardinero y oficial está sentado junto a la chimenea, con su esposa, hijos y nietos. Les relata la historia del árbol frutal, su propia historia, y al arrodillarse con ellos en oración, dice con reverencia: “Padre, ayúdanos a comprender el propósito de nuestra existencia, y a estar siempre dispuestos a someternos a tus deseos, y no insistir en los nuestros. Porque recordamos que en otro huerto, llamado Getsemaní, el más escogido de todos tus hijos fue glorificado por someterse a tu voluntad” (Hugh B. Brown, Eternal Quest, Bookcraft, 1956, pp.243-246).

Así que bueno, trato de no tener miedo, y me aconsejo a mí mismo con esta promesa:

    “De cierto, de cierto os digo, sois niños pequeños, y todavía no habéis entendido cuán grandes bendiciones el Padre tiene en sus propias manos y ha preparado para vosotros; y no podéis llevar ahora todas las cosas; no obstante, tened buen ánimo, porque yo os guiaré. De vosotros son el reino y sus bendiciones, y las riquezas de la eternidad son vuestras.

    “Y el que reciba todas las cosas con gratitud será glorificado; y le serán añadidas las cosas de esta tierra, hasta cien tantos, sí, y más. Haced, pues las cosas que os he mandado, dice vuestro Redentor, el hijo Ahman, el cual prepara todas las cosas antes de llevaros [...] Y el que es mayordomo fiel y sabio heredará todas las cosas. Amén”.
    (D. y C. 78:17-20,22).

Y mientras tanto, sigue transcurriendo la insomne noche, lenta y densa como aguas del Leteo. De un Leteo que se niega a venir. Espero que algo de todo lo dicho esta noche te sirva, y si no, bueno, que aunque sea estés disfrutando del sueño de los justos:

Óscar Pech
 
"In the faces of men and women I see God"
Walt Whitman, from Leaves of Grass


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