Acerca de las Escrituras y su enseñanza

Llama la atención que uno lee el relato de la creación del mundo en Génesis, y luego en el Libro de Moisés y, todavía más adelante, en el Libro de Abraham, y nota pequeñas diferencias entre una versión y otra (subrayo: diferencias, no discrepancias). ¿Qué puede implicar esto? Para muchos, que el libro no es inspirado, porque si los tres libros son Escritura, y los tres vienen de la misma fuente, deberían coincidir en el conocimiento que departen. Se me ocurre una postura diferente: El Señor prodiga un conocimiento diferente a auditorios y circunstancias diferentes. En el libro Discourses of Brigham Young, página 40, se lee (la pobre traducción, lo más literal posible, es mía): “Estoy tan lejos de creer que existe un gobierno sobre esta tierra que tenga constituciones y leyes que sean perfectas, como no creo que haya una sola revelación, entre las muchas que Dios ha dado a la Iglesia, que sea perfecta en su plenitud. Las revelaciones de Dios contienen doctrinas y principios correctos, tanto como puede ser posible; pero es imposible para los pobres, débiles, bajos, rastreros (“grovelling”, es la pesada palabra que usa el Pdte. Young), pecadores habitantes de la tierra recibir una revelación del Todopoderoso en toda su perfección. Él tiene que hablarnos en una manera que llene la capacidad de nuestro entendimiento…”

Esta declaración, más que desmerecer la perfección de los libros canónicos encierra, a mi manera de ver, una gran promesa. Imaginemos a un padre de familia, un gran científico, cuyo hijo tiene cuatro años y le pregunta: ¿Cómo se forman los niños? Ese padre de familia no mentirá a su hijo y, antes de decirle la verdad a su nivel de científico, condescenderá al nivel de su hijo y le transmitirá tantas verdades como su hijo pueda entender. Que serían otras si el hijo tuviera once años, y todavía otras diferentes si el hijo tuviera diez y ocho, donde el científico podría explicarle procesos de mitosis, meiosis, etc.

Las Escrituras son uno de los medios por los cuales el Padre nos comunica las verdades a nuestro nivel y, como en el ejemplo del científico y su hijo, nos habla y hablará siempre de acuerdo con nuestra capacidad. De allí la importancia de que nuestros alumnos entiendan este principio y desarrollen el hábito de leerlas siempre: porque aunque el libro en sí mismo no cambia, cambia en la medida en que nosotros cambiamos, y crecemos espiritualmente para ser más como nuestro Padre.

O bueno, eso es lo que creo yo. No sé qué piensen ustedes. Hace muchos años, Luis Felipe Tovar nos compartió una historia muy interesante: un príncipe fue arrestado y condenado a pasar el resto de su vida incomunicado en una prisión. Se le dio un solo libro para leer: La Biblia. Vivió en la prisión durante Treinta y tres años y evidentemente leyó la Biblia cientos de veces. A su muerte, cuando los carceleros sacaron su cadáver, vieron que los muros de su celda estaban tapizados de una serie de anotaciones. ¿Qué podría haber grabado en los muros de su celda ese hombre durante toda una vida de leer la Biblia, durante sus horas de soledad, de terror, de temor y de aburrimiento? A continuación se encuentran algunas de las anotaciones que encontraron sus carceleros, las cuales hacen referencia a la Biblia en inglés:

“El octavo versículo del Salmo noventa y siete es el que se encuentra a la mitad de la Biblia.

“Esdras 7:21 contiene todas las letras del alfabeto inglés, con excepción de la letra ‘j’.

“Todos los versículos del Salmo 136 terminan del mismo modo.

“El noveno versículo del capítulo ocho de Ester es el más largo.

“El versículo treinta y cinco del capítulo once de San Juan es el más corto.

“La palabra girl (‘niña’, recordemos que hablamos de la Biblia en inglés) aparece una sola vez en la Biblia. La palabra ‘Jehová’, 6,855 veces; la frase ‘El Señor’, 1,853 veces.

“No se encuentra en la Biblia ni un nombre ni una palabra de más de seis sílabas.

“En ambos lados de la Biblia hay 3,538,483 letras.”
(Tomado de Scott O’dell, “Dolphins, Coffins and a Phantom Crew”, en Utah Libraries, primavera de 1973, p. 6).

Ybueno, era claro que el príncipe había dedicado mucho tiempo a la lectura de las Escrituras para obtener esos datos, más bien triviales. Lamentablemente, el tiempo que pasó leyendo le sirvió de poco espiritualmente, dado que el estudio de las Escrituras requiere mucho más que tiempo.

El Élder Boyd K. Packer dijo una gran verdad al enunciar que “Los principios del evangelio son la base de cada fase de la administración de la Iglesia. Estos no son explicados en los manuales. Se encuentran en las escrituras. Son la sustancia y el propósito de las revelaciones” (“Principios”, en Liahona, octubre de 1985), pero también es cierto que “las escrituras están cargadas de principios y que ellos están cuidadosamente protegidos dentro de una historia. Por causa de que los principios y las doctrinas son eternos, ellos se aplican a una miríada de situaciones y a toda época” (G. Bradly Howell. “The Ideal Student”, en CES Satellite Training Broadcast, enero 2004). Es decir, entender el contexto sin el contenido, es meramente departir información, que puede o no ser interesante para nuestros alumnos, pero que definitivamente no va a cambiar sus vidas. El otro extremo sería dar contenido sin contexto, enseñar principios y doctrinas en abstracto de manera secuencial.  Como dijo Chad Webb en entrevista reciente, “Existe una diferencia entre enseñar las Escrituras y enseñar acerca de las escrituras. Los estudiantes necesitan escuchar a los profetas testificar”. En Una reserva de agua viva, Élder Bednar dijo que “escudriñar las escrituras provee el entorno y el contexto para entender las conexiones y los modelos. Nos conduce a las doctrinas fundamentales y a los principios de Salvación”. Es el tipo de enseñanza que, en palabras de Presidente Ezra Taft Benson (La enseñanza del Evangelio, p. 19), conduce a la salvación de las almas.

Hace muchos años leí un cuento de Herman Hesse, de cuyo título no puedo acordarme. El cuento, como todos los del autor, era no sólo existencialista sino un poco raro: Dos hombres suben una montaña, cada cual con su mochila. Al principio la experiencia es gratificante para ambos, pero conforme el ascenso empieza a ser más escarpado, la experiencia es diferente para ambos. Para uno es cada vez más pesada la carga de la mochila, más molesto el calor del sol, más pesado el esfuerzo. Para el otro, en cambio, El viaje en sí mismo es un placer. Disfruta del viento, del sol, del paisaje, y la carga se le hace cada vez más ligera, hasta que no la siente. Hasta que llega a la cima. Fin del cuento.

Y creo que el cuento en cuestión tiene una buena aplicación a la vida de cualquier persona. Una es la carga de quien está convencido de algo (de que es bueno no fumar, no tomar, ser casto, usar un lenguaje decoroso, etc.), y otra muy diferente la de quien está convertido (una vez más, lamento que en este medio no se puedan usar cursivas, negrillas, etc.). Por el bien de nuestros alumnos, es fundamental que ellos desarrollen la habilidad de identificar, entender y aplicar los principios y doctrinas del evangelio, ya que es esto lo que les ayudará a profundizar en la conversión. Lo que hará que para ellos vivir los mandamientos no sea una carga, sino algo ligero, algo gozoso.

En Éter 3:2 se lee “…por causa de la caída nuestra naturaleza se ha tornado mala continuamente”, porque el hombre natural es enemigo de Dios (Mosíah 3:19), sí, pero también es cierto que para el hombre espiritual (el hombre interior, le llama Pablo en Romanos 8), le es más fácil hacer lo bueno, que hacer lo malo. Y luego “ellos, después de haber sido santificados… no podían ver el pecado sino con repugnancia” (Alma 13:12). Por eso es que los jóvenes deben desarrollar la habilidad de identificar, entender y aplicar principios y doctrinas, porque eso les constituye un escudo en contra de las tentaciones a las que esta generación en particular se enfrenta. O al menos eso se me ocurre en este momento. No sé: ¿Qué piensan ustedes?

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