Una experiencia de vida (Mr. Spock & Captain Kirk)

Hoy quiero hablarles de una de las personas a quienes más amo en esta vida: mi hermano Alberto. Cuando yo era niño y estaba solo, jugaba a que tenía un hermano gemelo que era absolutamente idéntico a mí.  Pensaba que a dos Óscar Pech, absolutamente coordinados, no había nada ni nadie que pudiera detener (un caso clínico de soberbia infantil, imagino). Otros niños jugaban a ser Batman o el Hombre Araña. Yo no: yo jugaba a que había otro yo, y esa idea me emocionaba mucho. Cuando jugaba con mi hermano Alberto, en cambio, muchas veces jugábamos a Viaje a las estrellas. Yo invariablemente era el frío y cerebral Mr. Spock; él era el carismático y galanazo Capitan Kirk. A todos nuestros primos les tocaban los papeles secundarios: no importaba si eran buenos o malos. El casting no era casual: respondía a nuestra propia naturaleza, y con el paso del tiempo nos volvimos un poco eso: durante la adolescencia él siempre fue ese con quien las chicas siempre querían estar, y yo un tipo más bien solitario, entregado a la más solitaria y fría de las pasiones: la pasión por el aprendizaje y el razonamiento.

Dejen me salgo del tema para luego volver sobre esto.

Imagino que todos hemos ido de vacaciones donde desde el principio todo es alegría, las cosas se dan de manera natural de maravilla y uno está feliz de continuo, como imagino que también todos hemos tenido vacaciones donde uno termina con resignación, si es que no con resentimientos contra todo y contra todos, o con un sabor acre en la boca (y donde dice la palabra "vacaciones", uno puede poner la palabra experiencias, amoríos, negocios, empleos y algunos incluso matrimonios). Vaya, que a veces las cosas se dan bien y a veces no.

En mi caso particular, muchas veces mi esposa se va de vacaciones. Cada vez que lo hace, mis hijos bromean sin saber cuán inmisericordes son: "Papá, a que te deja el bote de ropa sucia rebosante, el refrigerador vacío, y el cerro de platos por lavar" Y sí, no les falla. Como no me falla recibirla con el bote de ropa sucia vacío, la casa limpia, los platos limpios y guardados y el refri lleno. Con todo, usualmente mi esposa se va y yo descanso. Como dicen mis hijos (y me asombra que a su corta edad detecten esas cosas tan claramente): "al menos por una semana, en esta casa no habrá reclamos ni pleitos".

Y, como dije antes, esa experiencia de estar unos días los niños y yo a veces es muy placentera, a veces no. Una de tantas me dejó una lección que espero nunca se me olvide. Estábamos a final de año, yo tenía cerros de asuntos administrativos en la oficina, tenía que guisar cada día desayuno, comida y cena para los niños, y montón de ropa por lavar. Sentí que la cosa no era nada justa, y eso encendió en mi interior una señal de alerta: Hay un camino que a fuerza de recorrerlo tantas veces, llega a ser muy familiar para uno y una parte de mí alzó su voz. Un sector de mi mente que nunca duerme, siempre alerta para advertirle a uno para que salga pronto de allí o va a empezar a recorrer nuevamente ese camino que pasa (rápido o lento, eso lo decides tú) por el terreno de la frustración para pasar al del resentimiento, luego se estanca en el de la depresión, para terminar en alguna enfermedad somatizada por dicho estado de ánimo. Pero el sentimiento era justo, porque yo no me doy ese lujo, de darme una semana de descanso al año como ya un hábito o como un algo que uno cree merecerse.

"Si tan sólo alguien del barrio me trajera algo de comer", dije, pero sabía que no, que eso era imposible. Y, como el ácido sulfúrico, la frustración se comía todo lo que encontraba en mi interior. Conociendo lo que seguía, empecé a orar, pidiendo ayuda. Pidiendo algo que me detuviera en esa caída libre, porque es mejor detenerse a tiempo, que luego salir de un hoyo profundo. Y nada, la ayuda nunca llegó. Y seguí orando, porque aunque fuera alguien fuera inspirado por el Espíritu y me diera una visitada que me levantara el ánimo. Y nada. Y seguí orando, para que aunque sea alguien me llamara por teléfono. "Con una simple llamada telefónica me levanto, Padre", dije, y de veras que lo pedía con fe. Hay momentos en que uno de veras casi toca fondo. Me sentía con una autoestima que, como una asíntota, tendía a cero. Y entonces ocurrió el milagro: sonó el teléfono. Lo descolgué, era mi madre.

Y aquí viene la lección de vida que da título a este correo. Mi madre casi nunca me habla por teléfono, así que la llamada me extrañó. Estaba furiosa, no sé por qué, y habló como nunca me había hablado. Si entiendo bien, en nuestro interior todos tenemos un bote de basura y necesitamos válvulas de escape o si no esa basura se acumula hasta que empezamos a buscar inconscientemente entre nuestros conocidos con quién podemos ser crueles y salir impunes. Y este era uno de esos momentos precisamente. No hubo mucho diálogo. Sólo me regañó y colgó. Dijo algo así como: "¿Por qué no puedes ser como tu hermano Alberto? Es un hombre que ha triunfado en la vida. Tiene una familia estable; mira a sus hijos y la forma en que los educa. ¿Por qué no puedes aprender de él?"

Era exactamente lo contrario de lo que yo creía necesitar en ese momento. Jamás me hubiera imaginado que mi madre se entretuviera en un oscuro juego de comparaciones. Nunca se me habría ocurrido a mí mismo compararme con mi hermano, porque no sería justo ni para él ni para mí. Nunca me habría imaginado, dado el caso, que en una comparación yo, que casi siempre pienso que no me gustaría ser ninguna otra persona en el mundo, saliera perdiendo. Una parte de mí dijo, con sorna: "Gracias, Padre, por responder mi oración", pero otra parte se quedó así, confundida, sin entender exactamente qué había pasado y por qué, rumiando la experiencia durante mucho tiempo, hasta que entendí y aprendí.

A veces el Padre prepara con mucha antelación sus ayudas didácticas, y sus ayudas didácticas casi siempre son circunstancias; experiencias, situaciones. A veces la lección viene de la forma en que menos te lo imaginas. Cuando quieres ser enseñado, el Padre te va a enseñar, a veces más de lo que deseas, y a veces de manera en que no lo deseas.

Yo aprendí a ver a mi hermano Alberto como nunca lo había visto. Dejé de verlo como mi hermanito menor. Lo vi como un hombre grandioso, del que tengo que aprender, a quien puedo admirar. No que quiera ser él, pero ahora sé que Mr. Spock puede aprender de la manera de ser del capitán Kirk y, si escribo esto, es porque tal vez tú estés pasando por una situación desagradable en tu vida: tu persona, tu economía, tu esposa, tus hijos, tu empleo, tu llamamiento. Piensa en esto que te comparto. Que dolorosamente te comparto. Piensa en que tal vez todo esto por lo que pasas no es sino la manera en que tienes qué aprender una lección de vida, y en que casi siempre, cuando aprendes la lección, la prueba termina. O al menos cambia nuestra perspectiva acerca de la misma, y deja de tratarse de algo terrible. Que aprendas pronto y puedas salir de cualquier situación incómoda:



Óscar Pech

"In the faces of men and women I see God"
Walt Whitman, from Leaves of Grass


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