Cuando la tecnología no es la solución (la aburridora tecnófoba)

Hace tiempo me llegó al correo una presentación que, en resumen,  mostraba con muchísimos datos y estadísticas que si no estabas al día en tecnología, estabas en peligro de extinción. "De seguro fue hecha por un gurú de la tecnología que quiere reafirmar sus terrenos, me dije", y la dejé pasar, salvo que cada día pienso más en esa presentación. Verán:
Hace dos semanas en Ciudad Juárez, relativamente cerca de donde vivimos, sucedió un acto que, cuando lo escuché en la radio simplemente no podía creerlo: llegan unos sicarios a una fiesta de adolescentes, separan a mujeres de hombres y tiran a matar a todos los muchachos varones allí reunidos. Oficialmente son 15 los muchachos muertos a sangre fría. Y ahora todo mundo se mueve preocupado, y no preocupado por lo que pasó, sino preocupados en cómo sacarle jugo a eso para el próximo 4 de julio de 2010, que serán las elecciones para gobernador. Pero el punto no es la política. El punto es que, ¿a quién le importa la tecnología ante sucesos así de monstruosos como este? ¿Cómo nos ayuda la tecnología a evitar que sucesos así se vuelvan a repetir? ¿La solución a la difícil situación del país está, de alguna manera, ligada con la tecnología? Creo que no.

Si alcanzo a entender bien las cosas, el mundo hoy muy bien podría dividirse entre tecnófobos, por un lado, y los tecnófilos; los que creen que la tecnología es la solución a los desafíos del futuro. No voya a aburrirles con Prometeo, Dédalo e Ícaro, ni con la manera en que ahora el doctor Frankenstein se ha vuelto esclavo de su creación: a la mayoría de ustedes la empresa para la que trabajan les da carro del año y celular, entre otras cosas, para tenerlos siempre a la mano, sí, incluso fuera del horario regular de trabajo. Nos volvemos esclavos de la tecnología y, para mantenernos al día, esta es demasiado celosa del tiempo mínimo que uno debe dedicarle (la otra opción es vivir como persona del siglo XX, a costa de que en el trabajo se nos relegue y nos volvamos, poco a poco, obsoletos.

Durante los años 30 del siglo XX, papá Freud, en su libro El malestar en la cultura, dijo con gran sabiduría lo siguiente:

“En el curso de las últimas generaciones la Humanidad ha realizado extraordinarios progresos en las ciencias naturales y en su aplicación técnica, afianzando en medida otrora inconcebible su dominio sobre la Naturaleza. No enunciaremos, por conocidos de todos, los pormenores de estos adelantos. El hombre se enorgullece con razón de tales conquistas pero comienza a sospechar que este recién adquirido dominio del espacio y del tiempo, esta sujeción de las fuerzas naturales, cumplimiento de un anhelo multimilenario, no ha elevado la satisfacción placentera que exige de la vida, no le ha hecho, en su sentir, más feliz. Deberíamos limitarnos a deducir de esta comprobación que el dominio sobre la Naturaleza no es el único requisito de la felicidad humana -como, por otra parte, tampoco es la meta exclusiva de las aspiraciones culturales-, sin inferir de ella que los progresos técnicos son inútiles para la economía de nuestra felicidad. En efecto, ¿acaso no es una positiva experiencia placentera, un innegable aumento de mi felicidad, si puedo escuchar a voluntad la voz de mi hijo que se encuentra a centenares de kilómetros de distancia; si, apenas desembarcado mi amigo, puedo enterarme de que ha sobrellevado bien su largo y penoso viaje? ¿Por ventura no significa nada el que la Medicina haya logrado reducir tan extraordinariamente la mortalidad infantil, el peligro de las infecciones puerperales, y aun prolongar en considerable número los años de vida del hombre civilizado? A estos beneficios, que debemos a la tan vituperada era de los progresos científicos y técnicos, aun podría agregar una larga serie -pero aquí se hace oír la voz de la crítica pesimista, advirtiéndonos que la mayor parte de estas satisfacciones serían como esa «diversión gratuita» encomiada en cierta anécdota: no hay más que sacar una pierna desnuda de bajo la manta, en fría noche de invierno, para poder procurarse el «placer» de volverla a cubrir. Sin el ferrocarril que supera la distancia, nuestro hijo jamás habría abandonado la ciudad natal, y no necesitaríamos el teléfono para poder oír su voz. Sin la navegación transatlántica, el amigo no habría emprendido el largo viaje, y ya no me haría falta el telégrafo para tranquilizarme sobre su suerte. ¿De qué nos sirve reducir la mortalidad infantil si precisamente esto nos obliga a adoptar máxima prudencia en la procreación; de modo que, a fin de cuentas tampoco hoy criamos más niños que en la época previa a la hegemonía de la higiene, y en cambio hemos subordinado a penosas condiciones nuestra vida sexual en el matrimonio, obrando probablemente en sentido opuesto a la benéfica selección natural? ¿De qué nos sirve, por fin, una larga vida si es tan miserable, tan pobre en alegrías y rica en sufrimientos que sólo podemos saludar a la muerte como feliz liberación? Parece indudable, pues, que no nos sentimos muy cómodos en nuestra actual cultura, pero resulta muy difícil juzgar si -y en qué medida- los hombres de antaño eran más felices, así como la parte que en ello tenían sus condiciones culturales.” (pp. 31-33 Freud, 1992)

Sé que todo lo anterior se acerca a ese peligroso territorio donde confluyen el lugar común, el rebuzno y la perogruyada, pero creo que a todo esto puedo agregar algo que por lo general no se contempla: Recientemente tuvimos la oportunidad de escuchar a Élder L. Tom Perry, quien dijo (en "La forma que se tenía en el pasado de enfrentar el futuro", Liahona, noviembre de 2009, pp. 73-76): "Se ha citado a Ronald Reagan, ex presidente de los Estados Unidos, que dijo en cierta ocasión: 'no quiero regresar al pasado; quiero volver a la forma que se tenía en el pasado de enfrentar el futuro'."

Y él nos da, como una opción alterna, el utilizar las lecciones de la experiencia pasada, los principios que se emplearon para solucionar una adversidad, como una ayuda para solucionar los retos actuales; sin tener que desgastarnos buscando nuevas soluciones; sin hacernos dependientes de la tecnología: deducir correctamente que los mismos principios que se aplican a una situación dada, se aplican también a los desafíos del futuro. Él habla de construcción de barcos y edificios, y enfatiza: "Lo más importante era tener un conocimiento práctico de los principios básicos necesarios para construir cualquier estructura que fuese duradera".

La solución a los desafíos del futuro no está en que el Doctor Frankenstein sirva ahora, como un esclavo del monstruo que ha creado, sino en que apliquemos los principios verdaderos, las verdades eternas, a las situaciones existentes. No hablo de cerrarnos a la tecnología: en nuestro siglo es vital mantenerse al día en el manejo de la misma simplemente para conservar el empleo, pero hablo de no buscar soluciones en donde no las vamos a encontrar.

Vuelvo a esta terrible masacre de jóvenes en Juárez. Perdonen que hable como viejito, pero no veo qué tiene que hacer un joven fuera de su casa a la una de la madrugada. Como decía Spencer W. Kimball: yo no puedo evitar el alcoholimos (o el tabaquismo, o la pornografía) en el mundo, pero puedo evitar que eso entre a mi casa. Yo no puedo evitar que los jóvenes estén fuera de su casa a deshoras de la noche, pero sí que puedo poner horarios de llegada en mi hogar.

Volver a los principios básicos no es ser retrógrado, atávico, reaccionario u obsoleto. Es simple cuestión de sentido común. Cito este artículo que me envía mi buena amiga Nora, una excompañerade la maestría:

Relato extraído Foro Bárbaros del Norte


La calle esta sola
y el viento levanta el polvo de las aceras, la gente esta en
casa temerosa, los negocios cierran y el desempleo cunde por
todos lados.

Algunos empresarios se han puesto a salvo en el país
vecino, otros emigraron al sur, los demás nos quedamos,
quizás como decía el sabio griego, Cuando la muerte es, tu
no eres y cuando tu eres, la muerte no es, ¿por qué
 preocuparse?.

 Fin de semana 27 muertos en 24 horas, nuevo record, cientos
 de pequeños empresarios secuestrados, dueños de
ferreterías, abarrotes, lavados de carro, consultorios
médicos, restauranteros, viviendo el infierno de la
 incertidumbre del mañana, familias enteras sumidas en el
 dolor mas profundo que pueda sentir al saber que su ser
querido esta en manos criminales.

 Los merolicos de los medios reclaman seguridad al gobierno,
 lo mismo la sociedad clama seguridad y ¿cómo dar
 seguridad?

 ¿Habrá de poner un policía por cada habitante para
asegurar que nadie delinca?
Y este policía ¿será seguro o habrá que ponerle
también un policía?

Vemos crímenes espectaculares, descabezados, destrozados,
mutilados y me gustaría hacerle una pregunta a Usted sobre
 estas bestias humanoides.

 ¿Qué debe pasar para que un hombre normal se transforme
 en una bestia como estas?
 Quienes han visto a estos sicarios los describen como gente
 joven de 15 a 25 años.
Todos nos preguntamos ¿dónde esta la autoridad? ¿Por
qué no hace nada el presidente?
Y muchas preguntas similares, pero no escucho estas
 preguntas

 
¿Dónde estuvo la madre y el padre de estos niños?
 ¿Dónde estuvieron sus maestros?
 ¿Dónde estuvieron sus hermanos?
Nadie se acuesta siendo un buen niño y despierta siendo un
asesino desalmado, la trasformación es un proceso
paulatino.

Es tiempo que dejemos de buscar culpables en otro lado y
asumamos la responsabilidad de tolerar una sociedad que se
 fue corrompiendo y no hicimos nada por evitarlo.
“Pos” claro no “semos” mochos, ni retrógrados, si
 los medios hacen su lana promoviendo el sexo, “pos” ya
 “semos” adultos, faltaba mas, si los muchachos se están
 apareando sin control, “pos” es que “semos” re
 modernos, open mind bato.

 ¿Qué? ¿A poco te asustan las madres solteras? ¡Huy eres
 de la vela perpetua!

Muchas mujeres, coleccionan hijos de diferentes padres y
 tantos otros muchachos presumen y compiten por ver quien
 embaraza a mas muchachas.

Mujeres abandonadas que se prostituyen para mantener a sus
crías, hijos que crecen con la vergüenza y el abandono de
sus madres.
Mujeres que trabajan y dejan abandonados a sus hijos,
inermes a las bajas pasiones de sus vecinos o de sus mismo
familiares, padres irresponsables, niños que crecen
acumulando odio y desprecio por la sociedad.

Nos burlamos de la decencia y el decoro, sacamos a Dios de

nuestras escuelas, de nuestras casas, de nuestra vida,
eliminamos el policía interno que le llamaban conciencia y
 hoy todo se puede, entre mas depravado, mas inn.

 El Instituto Municipal de Seguridad Pública de Juárez
 entrevistó a cientos de delincuentes jóvenes, ladrones,
 asesinos, violadores, narcotraficantes, casi la totalidad de
 ellos venían de hogares disfuncionales y buscaban en las
pandillas la aceptación que no tenían en su hogar, las
pandillas los obligaban en un principio a delinquir,
después le tomaban gusto a la adrenalina y al sentimiento
de poder que da el acto de dominar a otro.


 Es cierto que estamos ante un vacío de autoridad y
 señores debo de decirles que la autoridad nace en el hogar,
 si aunque se rían, la autoridad reside en los padres y las
conductas de autoridad que deben tomar esta en la moral, en
 esa palabra tan vituperada y ridiculizada, en la moral
 señores.

 En la moral, en ese compendio de buenas costumbres que la
 humanidad ha ido acumulando en siglos de vida y que hoy
tiramos al caño porque “semos” modernos, hoy el grito
de la juventud es “ TENER SEXO Y HECHAR A PERDER TODO A
TU ALREDEDOR AL FIN QUE YA SE ACABA EL MUNDO. “
Los padres se quedan impávidos e inmóviles,
“no sea espantado compadre, son los nuevos tiempos”

La única solución al grave problema que hoy tenemos es
regresar a ese compendio de buenas conductas, a los valores
universales, a la responsabilidad, al control de nuestros
hijos, a exigir a los medios que dejen de pasar tanta asquerosidad

Por televisión, que dejen de excitar a nuestros HIJOS


EL VALOR FAMILIAR... NO TIENE PRECIO…..!!!!!!


Que puedas identificar los principios morales que necesita la salud y la seguridad de tu familia, y puedas transmitirlos a la siguiente generación:

Óscar Pech Lara
 
"In the faces of men and women I see God"
Walt Whitman, from Leaves of Grass

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