Dos funerales

Me comentaba hace una semana John Güenther que el martes antepasado fue a un funeral menonita. El anciano padecía de enfisema, y de cataratas. Lo operaron de las cataratas, estaba feliz y asombrado, como un niño, de poder ver de nuevo, y a los dos días se murió. Y todo el pueblo menonita se preguntaba: ¿por qué? ¿Por qué tienen qué ser las cosas así? Claro, que yo digo Amish, y si no los han tratado eso no les dice casi nada a ustedes, pero ellos son un pueblo singular, bueno, inocente, en donde no existe la violencia. En el sepelio se sientan las mujeres de un lado, los hombres de otro, no importa si son casados, y ningún hombre, salvo acaso los hijos, pueden abrazar a la viuda, aunque ella sea octogenaria. Pero como John Güenther ya hace mucho dejó de ser menonita, va y abraza a la anciana viuda, y ella le dice al oído, llorando (me lo dijo en alemán, y luego me lo tradujo, pero yo sólo recuerdo la traducción: "John, me iré al infierno: lo que he hecho jamás tendrá perdón" Y él, le pregunta, también al oído: "¿Qué fue lo que usted hizo?" Y ella le dice, gimiendo como cuando la pena desborda los cauces del corazón: durante toda su enfermedad, no lo cuidé lo suficiente". Cuando John me dijo eso, pensé en otro caso: una mujer en Dublán amaba y odiaba a su madre, pero ella fue la única hija que la cuidó en su última enfermedad, que duró meses. Y cuando murió la anciana, que era una especie de demonio particular, de esos que tienen la capacidad de instaurar un infierno en donde sea que lleguen a poner el pie, su casa quedó vacía. La hija tenía miedo de poner un pie en la casa, y tenía pesadillas constantes, donde ella se atormentaba a sí misma por haber cumplido con su deber, pero por haberlo hecho sin amor, si entiendes lo que quiero decir.

Y entonces pienso en lo siguiente: el lunes pasado falleció Florence Taylor, de 93 años de edad, y a mí me tocó ir a su funeral. La hermana Taylor era una ancianita hecha de amor. Siempre servicial, siempre atenta. Pero en su funeral dieron una semblanza de su vida, y eso para mí fue sumamente ilustrativo. Imagínense: nació en mitad de la Revolución Mexicana, en Columbus, Nuevo México. Cuando ella nació fue a verla el General John Pershing (ajá, que a la sazón andaba persiguiendo a Pancho Villa), y lloró al verla. "Perdón que llore", le dijo a los padres de la niña "pero ella es la primera niña que veo desde que mi se incendió la casa y mi hija murió quemada", y la niña Taylor fue fue algo así como la hija adoptiva (y consentida) del general Pershing.  Cada instante de su vida vale la pena de contar, pero no quiero aburrirles, sólo quiero decirles que muchos años después ella sirvió una misión en el templo de Guatemala, y al poco tiempo de regresar su esposo murió. Pasó el tiempo, se construyó el templo de Colonia Juárez, y cuando fue la dedicación la ancianita estaba tan enferma (ya pasaba de los 80 años) que no pudo ir a ninguna de las sesiones dedicatorias. Cuando su hijo, Philip, regresó a casa, un poco apenado porque su mamá no había podido estar en ninguna de las sesiones dedicatorias, ella estaba feliz. Dijo: "acabo de tener una de las experiencias espirituales más grandes que podría tener en mi vida", dijo. "Vino tu padre, con muchos indígenas mayas. Éstos estaban cargados con algo que parecían cajas, y cuando les pregunté qué eran, me dijo que eran los registros de sus antepasados, y que venían porque deseaban que se hiciera la obra por sus ancestros en el templo". De hecho, cuando su esposo murió, él prometió que pronto vendría por ella, y desde hacía años ella se enojaba e impacientaba, me dijo alguna vez Phillip Taylor, que ella reclamaba: "ta padre me prometió que pronto vendría por mí, y aquí sigo, ya sin poder hacer nada en esta vida, esperando".

Uno podría decir muchas cosas, sermonear o lo que sea, pero sólo quiero hacer notar lo siguiente: hay una diferencia enorme entre morir, y pensar que entre el más allá y nuestra vida hay una barrera infranqueable, o tener la fe de que morir es sólo ir a otra esfera, donde la vida sigue, donde de alguna manera hay comunicación con nosotros, y que la muerte no es una tragedia, sino sólo una despedida temporal. En fin, sólo esa pequeña reflexión:


Óscar Pech Lara
 
"In the faces of men and women I see God"
Walt Whitman, from Leaves of Grass
 

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