La muerte (mensaje navideño 2010)

Buen día, en esta noche en que de plano no dormí. Si quieres, inicia por dar clic aquí, y ya mientras escuchas esa melodía me puedes ir leyendo.

http://www.youtube.com/watch?v=49IR6e0At5E

Sé que mucho de esta entrada va a ser muy obvio para más de un lector, pero para otros no, así que tengo que apelar un poco a tu paciencia. Aunque diga cosas que ya sabes, ya tiene tanto tiempo que no tengo el tiempo de sentarme a escribir, que acaso me leas sólo por eso, por el placer de platicar por un rato con un viejo amigo. Heme aquí, que estos días he dejado la PC para poner la instalación eléctrica de la casa, cosa que veo que no es tan complicada como yo creía. No leo periódicos, no escucho el radio, no veo la tele. Sólo trabajo y, al final del día, me siento feliz de ver cómo avanza mi casita, mientras imagino que tú estás en otras cosas: fiestas, posadas, tiendas, tráfico a reventar, embotellamientos. Cada quien en diferentes condiciones, pero aquí estamos, tú y yo, preparándonos para pasar la Navidad de la manera más feliz y tranquila o alegremente posible.
 
Yo ya tiene rato que trato de expresar lo que pienso por medio de una analogía, salvo que cuando uno piensa en función de analogías, a veces la historia resultante suele ser casi surrealista. Por ejemplo, la idea que me resultó fue la siguiente: Una pareja tiene dos hijos. Son idénticos en todo, salvo que el que nació primero es silencioso. Si uno no pone de veras mucha atención, no nota que está allí. Si uno no le insista que coma, no come. El menor de los hijos en cambio siempre hace notar su presencia: Requiere de cuidados continuos, y da satisfacciones inmediatas. Con el tiempo los padres se olvidan que tienen gemelos. Se olvidan del primero. Dejan de alimentarlo por mucho tiempo y de vez en cuando ven que sigue allí, hasta que un día muere, pero nadie lo nota. Su hermano siente una ausencia, pero no la puede precisar, es demasiado vaga, hasta que un día también él enferma: necesita una transfusión o un trasplante, de esos que el tejido de un gemelo es vital pero, como el gemelo ha muerto, el hijo menor muere también.
 
La historia es rara, lo sé, pero expresa una realidad que me ha tocado ver muchas veces: todos tenemos una especie de hermano gemelo invisible, que necesita ser nutrido y cuidado, pero que si no le ponemos mucha atención no notamos: nuestro espíritu. Hay quien lo niega, o quien lo descuida, pero como dijo Job hace casi tres mil años: “ciertamente espíritu hay en el hombre”. Y tan cierto como existen realidades físicas, existen realidades espirituales. E, igualmente, así como hay una muerte física, hay una muerte espiritual. La muerte, en su definición más perfecta, es simplemente una separación. La muerte espiritual es estar separados de Dios, la muerte física es cuando nuestro cuerpo se separa de nuestro cuerpo. Mucha gente la vemos “viva”, pero espiritualmente está muerta. Su espíritu tiene hambre de las cosas espirituales, pero como esa hambre espiritual no se percibe si no has educado a tu cuerpo a percibirla, no se nota. Creo que he descubierto que hay varios síntomas del hambre espiritual: el cinismo, la desesperanza, el rencor, el resentimiento. En cambio, cuando tu espíritu está sano, es cuando tienes en tu interior, como si fuera una fuente, lo que Pablo llama “los frutos del Espíritu”, allá en Gálatas 5:22: “Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”. Me llama la atención que diga “contra tales cosas no hay ley”. Es decir, que puede haber un exceso de leer las Escrituras, si por leer las Escrituras nos olvidamos de actuar; o puede haber un exceso de dar servicio, si por servir a otros nos olvidamos de nuestra familia, pero no puede haber un exceso de gozo, de paz, de bondad, etc.
 
Así que, volviendo al punto de la analogía de los hermanos, hay gente que está muerta, espiritualmente hablando, y no lo sabe. Como hay gente que sabe leer, pero son analfabetas funcionales y no lo saben o si lo saben no les importa. En cambio la muerte de nuestro segundo hijo, el cuerpo, la lloramos y la lamentamos, y ciertamente la inmensa mayoría de las enfermedades físicas que tenemos vienen de, primero, una enfermedad espiritual. Cuando leo Las metamorfosis, de Ovidio, uno de mis libros favoritos, nunca deja de asombrarme cómo hay cambios físicos en la mitología griega: el final de los hombres siempre es la muerte y entonces los dioses, a veces por un sentido de justicia, a veces por misericordia, hacen que los hombres misericordiosamente terminen transformados en casi cualquier cosa, animal, vegetal o mineral. Ajá, incluso en una constelación, si quieres. Pero devolverlos a la vida, nada más no. Me imagino que porque sabían que sus dioses no podían prometer lo que no podían cumplir. Esa parte de la porción mínima de realismo que exige una narración. O pienso en el libro más antiguo que se conserva de la humanidad, el Poema de Gilgamesh. Gilgamesh tiene un amigo, Enkidu. Éste muere, y Gilgamesh busca la manera de devolverle la vida, casi lo logra pero, héroe poderoso como es y todo, fracasa: la literatura siente una gran pasión por los muertos, por la sed que éstos tienen de volver a vivir (el vampirismo creo que se explica muy bien en el canto 11 de La Odisea, donde los muertos tienen sed de volver a vivir, expresado como sed de beber sangre; yo no sé si Homero deliberadamente quería dar un toque muy macabro a su obra en ese canto, pero lo cierto es que el canto 11 transmite el sabor de la pesadilla que implica el ver una aparición). Pero vaya, simplemente, en la Literatura, no es posible volver a hacer vivir a alguien. Salvo en el cuento popular, pero es que, como demostró Vladimir Propp, está muy cerca del mito, es el eco de una verdad en medio de un mundo de apostasía: se abre al lobo, y de allí salen vivos caperucita, la abuela, y todos los que el lobo se había comido: el lobo es un símbolo de la muerte, y el cuento anhela eso: el día en que la muerte desaparezca y toda la humanidad vuelva a vivir. En el cuento popular sì está presente, de manera continua, la presencia de la muerte (en Rusia en forma de la bruja Baba Yaga) y del tratar de vencerla.
 
Mi padre murió cuando yo tenía 11 años, y todavía a veces le extraño. Rara vez, pero sí, a veces le lloro. Quisiera que él pudiera ver lo que he hecho con mi vida, y que mis hijos tuvieran un abuelo. Todos deseamos tener a nuestros seres queridos cerca. Y no sé por qué, pero es precisamente en esta temporada navideña en que, conforme uno se hace viejo, llaman menos la atención los regalos, y uno extraña más eso, la compañía, la amistad, el amor, la cercanía de quienes ya partieron. Hace tiempo platicaba con Bob Feste, y él me decía algo muy cierto: cada año es más difícil sentir el espíritu de la Navidad: cada año es más un “compre, adquiera, tenga”. Uno prende la tele y todo es comprar, comprar, comprar. Juguetes, juguetes, juguetes. Para adulto o para niño, pero siempre es poner énfasis en algo que es muy material. Primero se hizo de lado a Cristo para cederle el lugar a Santa Claus. Luego se hizo de lado a Santa, para hablar sólo de la fiesta, del consumismo.
 
Y, reflexionando en ello, vino a mi mente lo que los ángeles dijeron a los pastores, tal como está registrado en el libro de Lucas: Alguna vez mencionó Carl B. Pratt, con esa voz increíble que tiene, algo que a mí me pareció muy singular. Nos cantó un villancico de Chile, que no recuerdo sino sólo en dos versos que más o menos dicen:
Torito, torito del corralito
Yo soy pobre, nada tengo:
Te ofrezco mi corazón.
 
Y mencionaba, bueno, que uno siempre piensa en recibir y pocas veces en dar, y menos en darle algo a El Señor, pero que después de lo que Él nos ha dado lo menos que podríamos hacer es eso: darle nuestro corazón, pero luego brincó a otro tema, que es el que viene a cuento aquí: se habla de los pastores y por lo general uno piensa en inditos con sus sarapes saltillenses o con tela de jerga, o algo por el estilo, pero no: los pastores que guardaban los rebaños estaban cuidando las ovejas que serían sacrificadas para la Pascua, vale decir, los ángeles no se aparecieron a cualquier pastor, sino a los sacerdotes-pastores que estaban cumpliendo con su llamamiento. Acaso si hubieran sido paisanitos no habrían entendido el mensaje de los ángeles (y en eso pensaba yo desde hace días, en que creo que por lo general no se ha entendido el mensaje de los ángeles a los pastores), tal como está en Lucas 2:14, así: con signos de admiración:
 
¡Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!
 
¿Por qué es que, de todos los mensajes que los ángeles podían dar a la humanidad, sólo dieron ese, que muchas veces parece sólo la expresión de buenos deseos? En estas semanas, en que he dejado el teclado de lado para ponerme a hacer cosas con las manos de electricidad, albañilería, carpintería, he estado pensando en esta frase de los ángeles continuamente.  Yo creo que para entenderla cabalmente, hay que dividirla en dos partes (la que toca a El Padre, y la que toca a los hombres) y entonces partir de Moisés 1:39:
“Porque he aquí, esta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo la inmortalidad, y la vida eterna del hombre”. Es decir, el nacimiento de Cristo iba a dar gloria a Dios en las alturas, pero la manera en que Dios aumenta en gloria es llevando a cabo la inmortalidad y la vida eterna de sus hijos. La inmortalidad quiere decir resucitar, quiere decir que el hermano menor volverá a vivir, que el cuerpo dejará de estar separado del espíritu y que cuando nos levantemos de la tumba nuestro cuerpo llegará a ser perfecto. No se perderá ni un sólo pelo de nuestra cabeza, y todo esto gracias a que Cristo murió y resucitó. Y la vida eterna, bueno, la definición perfecta de vida eterna es “vivir para siempre como familias en la presencia de Dios”, es dejar de estar separados de Dios, es decir, que el hermano mayor de mi analogía volverá a vivir, gracias a que Cristo pagó por nuestros pecados en el Getsemaní. Bien mirado, creo que sin Getsemaní no hay Navidad, ¿no creen?  En otras palabras, ese “Gloria a Dios en las alturas” es algo así como “Regocijaos: gracias al Mesías, a que Él ha venido y a lo que Él va a hacer en esta tierra, ustedes se verán libres de la muerte física y de la muerte espiritual. ¡La muerte será vencida!”
 
Y entonces la segunda parte: “y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”. No es fortuito, me parece, que Isaías llame a Jesús “Príncipe de paz” (Isaías 9:6). Nos dio un ejemplo en su vida, es decir, nos dio un modelo de vida que ha guiado a la humanidad por dos mil años, y nos ha dado una doctrina, que nos transmite eso: paz, porque a diferencia de todo lo que nos da la Literatura él sí nos promete eso: que a través de Él la muerte será vencida y que en Él podemos tener paz. Pocas horas antes de morir, sabiendo lo que le esperaba, dijo a sus discípulos (Juan 14:27): La paz os dejo, mi paz os doy; yo no la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”. El mudo confunde la paz, con la comodidad o seguridad del hermano menor de mi analogía, pero el Señor nos da paz en el hermano mayor: seguridad, certeza, que viene de la esperanza. Sólo quien tiene esperanza tiene paz genuina, y eso es lo que irradia quien tiene verdadera fe en Cristo. Esa es la promesa de D. y C. 19: 23-24 (y creo que vale la pena leer esta declaración palabra por palabra, dándole a cada palabra el peso que tiene): “Aprende de mí y escucha mis palabras; camina en la mansedumbre de mi Espíritu, y en mí tendrás paz. Yo soy Jesucristo; vine por la voluntad del Padre, y su voluntad cumplo”.
 
Y bueno, acaso falta explicar qué es eso de la buena voluntad para con los hombres, pero si esto es un diálogo entre tú y yo, a mí me gustaría saber qué entiendes tú por eso, cómo es que Cristo nos ayuda a lograr eso. ¿Qué me respondes? ¿Cómo entiendes esa promesa?
Con mucho amor, desde ese lugar de mi corazón no tocado por el mal o lo mundano, te deseo que lo que dijeron los ángeles a los sacerdotes-pastores fieles su llamamiento se cumpla en tu vida. Con mucho, mucho amor:
 
 

Óscar Pech Lara
 
"In the faces of men and women I see God"
Walt Whitman, from Leaves of Grass


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