¿Tragedia o destino?

Tomado de Spencer W. Kimball
“¿Tragedia o destino?”, en La fe precede al milagro.
1972, Salt Lake City, Deserte, pp. 94-106




    ¿ TRAGEDIA O DESTINO?

AL aparecer en los periódicos locales los grandes titulares: "43 PERSONAS MUEREN EN ACCIDENTE AÉREO. NINGÚN SOBREVIVIENTE EN LA TRAGEDIA DE LA MONTANA", millares de voces se unieron a coro para exclamar:'' ¿Cómo es posible que Dios haya permitido que algo tan terrible como eso sucediera?''

"MUEREN SEIS PERSONAS EN CHOQUE AUTOMOVILÍSTICO AL NO OBEDECER UNO DE LOS VEHÍCULOS LA SEÑAL DEL SEMÁFORO." ¿Por qué no impidió Dios que sucediera esto?

¿Por qué tenia que morir de cáncer la joven madre, dejando así huérfanos a sus ocho hijos? ¿Por qué no pudo sanarla el Señor?

"NIÑO MUERE AHOGADO; OTRO ATROPELLADO." ¿Porqué?

En otro lugar se encontró tirado en el suelo a un hombre que había muerto de un repentino ataque al corazón, el cual le había sobrevenido al ir subiendo unas escaleras. Su inconsolable esposa, llorando de agonía, se preguntaba: ¿Por qué? ¿Por qué me hizo esto a mí el Señor? ¿Es que no pudo pensar en mis tres hijos pequeños que todavía necesitan un padre?

Un joven muchacho murió cuando se encontraba sirviendo una misión regular. Ante esto, la gente se preguntaba en son de crítica: "¿Cómo es posible que el Señor no protegiera a este jovencito mientras realizaba la obra proselitista?''

Quisiera tener la respuesta exacta para todas estas preguntas, mas no la tengo, pero estoy seguro de que algún día comprenderemos y aceptaremos las verdaderas razones de todos estos sucesos. Por ahora es nuestro deber buscar nuestra mejor comprensión en los principios del evangelio.

¿Fue acaso el Señor quien causó que el avión se precipitara contra la montaña para acabar con las vidas de todos sus pasajeros, o fueron las fallas mecánicas o errores humanos la verdadera causa?

¿Fue acaso nuestro Padre Celestial quien causó el choque automovilístico que llevó a seis personas a la eternidad, o fue un error del conductor que ignoró las señales de tránsito?

¿Fue Dios quien le quitó la vida a la joven madre, o quien incitó al niño a acercarse y caer al canal, o quien impulsó al otro pequeño a caminar justamente por donde venía el automóvil?

¿Fue el Señor el responsable del ataque cardíaco que sufrió aquel hombre? ¿Fue prematura la muerte del misionero? Responded vosotros estas preguntas, si os es posible. Yo no puedo daros la respuesta, pues aun cuando sé que Dios obra grandemente en nuestras vidas, no puedo decir hasta qué punto El causa que sucedan algunas cosas o permite que pasen otras. Cualquiera que sea la verdadera respuesta, yo sí puedo daros otra de la cual estoy totalmente seguro.

¿Pudo haber evitado el Señor que sucedieran estas tragedias? Yo os contesto que sí. El Señor es omnipotente y posee todo el poder para controlar nuestras vidas, librarnos del dolor, prevenir los accidentes, manejar los aviones y los automóviles, alimentarnos, protegernos, ahorrarnos el esfuerzo del trabajo y los sacrificios, librarnos de las enfermedades y aun de la muerte —todo esto si El lo quiere; pero no lo hará.

Deberíamos ser capaces de comprender esto, pues bien sabemos que sería insensato proteger a nuestros hijos de los sacrificios, las decepciones, las tentaciones, penalidades y sufrimientos.

La ley básica del evangelio prescribe el uso del libre albedrío y da la oportunidad del desarrollo eterno. Forzarnos a ser prudentes o rectos sería como anular la ley fundamental e imposibilitar el crecimiento.

Y el Señor habló a Adán, diciendo: Por cuanto se conciben tus hijos en pecado, en igual manera, cuando empiezan a crecer, el pecado concibe en sus corazones, y prueban lo amargo para saber cómo apreciar lo bueno.

Y les es concedido distinguir el bien del mal; de modo que, son sus propios agentes. . . . (Moisés 6:55-56.)



. . . Satanás se rebeló contra mí, y pretendió destruir el albedrío del hombre que yo, Dios el Señor, le había dado. . . . (Moisés 4:3.)

Si consideráramos la mortalidad como el todo de la existencia, entonces las penas, aflicciones, fracasos y la muerte prematura serían una calamidad. Mas, si al contrario, vemos la vida como algo eterno que se extiende más allá del pasado premortal y se prolonga hasta el futuro eterno postmortal, entonces debemos colocar cada suceso que acontece en su propia perspectiva.

¿Es que no podemos ver la sabiduría de Dios al darnos pruebas a las cuales sobreponernos, responsabilidades que podamos cumplir, trabajo que vigorice nuestros músculos y penas que pongan a prueba nuestras almas? ¿No se nos expone a las tentaciones para probar nuestra fortaleza, a la enfermedad para probar nuestra paciencia, y a la muerte para que podamos ser un día inmortalizados y glorificados?

Si todos los enfermos por quienes oramos fueran sanados, y todos los justos protegidos, y si todos los pecadores fueran destruidos, se anularía así todo el programa de nuestro Padre y se daría fin al principio más básico del evangelio, el libre albedrío, y nadie tendría que vivir por la fe.

Si al hacedor del bien se le recompensara inmediatamente con gozo, paz y todo lo que mereciera, entonces no existiría el mal —todos harían el bien, mas no por las razones justas. No habría, por ende, prueba de fortaleza, ni desarrollo del carácter, ni crecimiento y expansión de poderes, ni libre albedrío, sino únicamente controles satánicos.

Si el Señor contestara todas nuestras oraciones inmediatamente después de hacerlas, de acuerdo con nuestros deseos egoístas y nuestra limitada comprensión, entonces existiría muy poco a ningún sufrimiento, dolor, decepción, o ni la muerte aun; y si éstos no existieran, tampoco habría gozo, éxito, resurrección ni vida eterna o divinidad.

Porque es preciso que haya una oposición en todas las cosas . . . justicia, . . . iniquidad, . . . santidad, . . . miseria, . . . bien, . . . mal. . . . (2Nefi 2:ll.)

Por nuestra parte y como seres humanos, descartaríamos de nuestras vidas el dolor físico y la angustia mental, garantizándonos así una vida de constante comodidad y placidez, pero al hacerlo estaríamos cerrando las puertas a las aflicciones y al dolor, y con ello excluyendo probablemente a nuestros mejores amigos y benefactores. El sufrimiento puede volver santas a las personas, al aprender éstas a tener paciencia, perseverancia y autodominio. Los sufrimientos fueron parte de la educación de nuestro Salvador.

Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;

Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen. (Hebreos 5:8-9.)



Una de mis estrofas favoritas del himno "¡Qué firmes cimientos!" dice así:

Y cuando torrentes tengáis que pasar, los ríos del mal no os pueden turbar; pues yo las tormentas podré aplacar, salvando mis santos de todo pesar.

(Himnos de Sión, 144.)

El élder James E. Talmage escribió: "Todo dolor que hombre o mujer tenga que sufrir en esta vida tendrá su efecto compensador ... si se sobrelleva con paciencia."

Si nos entregamos a las debilidades, las quejas y las críticas, es muy probable que todas estas pruebas de que hemos hablado nos agobien con su poderoso impacto.

Las penas que sufrimos y las pruebas que pasamos jamás vienen en vano, sino más bien contribuyen a nuestra educación, al desarrollo de virtudes como la paciencia, la fe, el valor y la humildad. Todo lo que sufrimos y todo lo que soportamos, especialmente cuando lo hacemos con paciencia, edifica nuestros caracteres, purifica nuestros corazones, expande nuestras almas y nos hace más sensibles y caritativos, más dignos de ser llamados hijos de Dios . . . No es sino a través del dolor y el sufrimiento, de las dificultades y las tribulaciones, que adquirimos la educación por la cual hemos venido a la tierra, mediante la cual seremos más semejantes a nuestro Padre y a nuestra Madre que están en los cielos. . . . (Orson F. Whitney)

Muchas personas se llenan de resentimientos al ver a sus seres queridos sufrir agonías y perennes dolores y torturas físicas. Algunos atribuirían la causa de ellos al Señor, tachándolo de despiadado, indiferente e injusto. ¡¿Qué derecho tenemos nosotros para juzgar así?!

Las palabras del siguiente poema, cuyo autor desconozco, llevan también un mensaje que considero muy hermoso:


Tanto dura el dolor, que hoy a él me dirigí:
—En mí, no más has de morar en adelante.
Pisé el suelo inquieto y dije: ¡Sal de aquí!
Y asombrado me detuvo el mirar de su semblante.
—Yo que he sido tu amigo —dijo luego el dolor, 
yo que he sido el maestro de todo tu saber 
que te enseñé paciencia, el comprensivo amor 
y la benevolencia, hoy ¿ido me has de ver?
El no aceptado huésped habrá dicho verdad; 
le vi partir y no supe que era hombre de razón. 
Se fue y dejó plantada en el pecho la bondad 
y dejó ante mis ojos la más clara visión.
Sequé entonces mi llanto y elevé una canción 
aun por quien me tortura y alarga mi aflicción.

El poder del sacerdocio no tiene límites, pero Dios sabiamente nos ha impuesto ciertas limitaciones. Es posible que a medida que perfeccione yo mi vida, se me conceda desarrollar un mayor poder en el sacerdocio; no obstante, agradezco que ni aun con el poder del sacerdocio se me permita sanar a todos los enfermos. Podría suceder que sanara a alguna persona que se suponía debía morir, o que aliviara del sufrimiento a alguien que se suponía debía sufrir. Temo, pues, que al hacer esto estaría frustrando los designios de Dios.

De poseer un poder sin límites y una visión y entendimiento limitados, yo probablemente habría salvado a Abinadi de morir en las llamas del fuego cuando fue quemado en la la hoguera, y con ello tal vez le habría causado un daño irreparable. El murió como mártir, de manera que su galardón fue de mártir también —la exaltación.

Así mismo, de poseer un poder irrestringido, yo habría librado a Pablo de sus aflicciones, y, sin lugar a dudas, lo habría sanado de su "aguijón en la carne"; pero al hacerlo probablemente estaría frustrando el programa del Señor. Tres veces rogó Pablo al Señor que le quitara el "aguijón", pero El no accedió a tal petición. Si este apóstol del Señor hubiera sido más elocuente, fuerte y sano, atractivo y se hubiera encontrado libre de las debilidades que lo hacían ser humilde, es posible que muchas veces se habría desviado. Al respecto, Pablo dice:

Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera.

Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.

Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. (2 Corintios 12:7, 9-10.)

Me temo que de haber estado yo en la cárcel de Cartago el 27 de junio de 1844, probablemente habría desviado las balas con que acribillaron al Profeta [José Smith] y al Patriarca [Hyrum Smith] y tal vez los habría salvado del sufrimiento y la agonía, pero al hacerlo les hubiera hecho perder la oportunidad de morir como mártires y con ello sus galardones respectivos. Me alegro de no haber tenido que tomar esa decisión.

Con tal ilimitado poder, rae habría sido imposible no proteger a Cristo de su agonía en el Getsemaní, de los insultos, la corona de espinas, los ultrajes de la corte y las injurias físicas. Yo le hubiera limpiado y curado las heridas, dándole agua refrescante en lugar de vinagre. Tal vez yo le habría evitado el sufrimiento y la muerte, pero con ello el mundo habría perdido los efectos de Su sacrificio expiatorio.

Yo no me atrevería a asumir la responsabilidad de devolverles la vida a mis seres queridos. Cristo mismo reconoció la diferencia entre la voluntad del Padre y la suya misma al pedir que si era posible, pasara de El aquella copa del sufrimiento, pero agregando a la vez: '' Pero no se haga como yo quiero, sino como tú."

Para aquel que muere, la vida aún continúa, y así también el ejercicio de su libre albedrío. De manera que la muerte, que a muchos parece una calamidad, puede significar una bendición encubierta que se da a todos, sin que para ello tengan que morir como mártires.

El élder Melvin J. Ballard escribió:

"Yo vi en el mundo de los espíritus a uno de mis hijos que murió a la edad de seis años. Vi también que al convertirse en un hombre, en el debido tiempo recibiría, de su propia voluntad y elección, una compañera y todas las bendiciones y privilegios de un sellamiento en la casa del Señor, tal como sucederá con todos los que sean dignos de ello..." (Three Degrees of Glory)

Si consideramos a la muerte prematura como una calamidad, desastre o tragedia, ¿no equivaldría eso a decir que es preferible la mortalidad a la entrada prematura en el mundo de los espíritus y consecuente obtención de la salvación y exaltación? Si la mortalidad fuera el estado perfecto, entonces la muerte vendría a ser frustración, mas el evangelio enseña que no hay tragedia en la muerte, sino sólo en el pecado. ". . . bienaventurados los . . . que mueran en el Señor. ..." (DyC 63:49.)

En realidad es tan poco lo que sabemos. Nuestro entendimiento es tan limitado. Al juzgar los planes del Señor utilizamos nuestra propia visión, la cual es tan corta y estrecha.

Hace algún tiempo hablé en el funeral de un joven estudiante de la Universidad Brigham Young que había muerto durante la Segunda Guerra Mundial. Miles de jóvenes muchachos habían sido enviados prematuramente a la eternidad por causa de los estragos de la guerra; por lo que yo declaré que creía que aquel justo joven había sido llamado al mundo espiritual para predicar el evangelio a todas esas almas que habían muerto en la guerra sin la oportunidad de escucharlo. No significa que esto suceda con todos los que mueren, pero en cuanto a ese joven yo tenía la seguridad de que así era.

En la visión manifestada al presidente Joseph F. Smith sobre "La redención de los muertos", él vio precisamente esto que acabamos de mencionar. El 3 de octubre de 1918, el presidente Smith se encontraba meditando sobre las Escrituras, particularmente las declaraciones del apóstol Pedro en su primera epístola, con relación a los antediluvianos. Esto es lo que escribió:

. . . Mientras meditaba estas cosas que están escritas, fueron abiertos los ojos de mi entendimiento, y el Espíritu de Señor descansó sobre mí, y vi las huestes de los muertos. . . .

Mientras esta innumerable multitud esperaba y conversaba, regocijándose en la hora de su liberación . . . apareció el Hijo de Dios y declaró libertad a los cautivos que habían sido fieles;

y allí les predicó ... la doctrina de ... la redención del género humano de la caída, y de los pecados individuales, con la condición de que se arrepintieran.

Mas a los inicuos no fue, ni se oyó su voz entre los impíos y los impenitentes que se habían profanado mientras estuvieron en la carne; ni tampoco vieron su presencia ni contemplaron su faz los rebeldes que rechazaron los testimonios y amonestaciones de los antiguos profetas.

Y en mi admiración . . . percibí que el Señor no fue en persona entre los inicuos ni los desobedientes que habían rechazado la verdad . . .

mas he aquí, organizó sus fuerzas ... y los comisionó para que fueran y llevaran la luz del evangelio. . . .

. . . nuestro Redentor pasó su tiempo ... en el mundo de los espíritus, instruyendo y preparando a los fieles espíritus . . . que habían testificado de El en la carne,

para que pudieran llevar el mensaje de la redención a todos los muertos, a quienes El no podía ir personalmente por motivo de su rebelión y transgresión . . .

Entre los grandes y poderosos que se hallaban reunidos en esta congregación de los justos, estaban nuestro padre Adán, . . .

Eva, con muchas de sus fieles hijas, . . .

Abel, el primer mártir, . . . Set, . . .

Sem, el gran sumo sacerdote; Abraham, . . . Isaac, Jacob y Moisés, . . .

Ezequiel, . . .

Daniel.

. . . Todos estos y muchos más, aun los profetas que vivieron entre los nefitas. ... El profeta José Smith y mi padre, Hyrum Smith y Brigham Young, ... y otros espíritus selectos . . . en el mundo de los espíritus.

Observé que también ellos se hallaban entre los nobles y grandes que fueron escogidos en el principio para ser gobernantes en la Iglesia de Dios. . . .

Vi que los fieles élderes de esta dispensación, cuando salen de la vida terrenal, continúan sus obras en la predicación del evangelio de arrepentimiento y redención. . . . (DyC 138:11, 18-21. 29-30, 36-41, 43-44, 49, 53-55, 57; Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio, págs. 465-68.)

La muerte, por lo tanto, puede abrir la puerta a muchas oportunidades, incluyendo la de enseñar el evangelio de Cristo. No existe trabajo más importante que éste.

A pesar del hecho de que al morir se nos abren nuevas puertas, no está en nuestras manos buscar la muerte. Se nos aconseja que siempre oremos por los enfermos y que usemos nuestro poder del sacerdocio para sanarlos.

Y los élderes de la iglesia, dos o más, serán llamados, y orarán por ellos y les impondrán las manos en mi nombre; y si murieren, morirán para mí; y si vivieren, vivirán para mí.

Viviréis juntos en amor, al grado de que Doraréis por los que mueren, y más particularmente por aquellos que no tengan la esperanza de una resurrección gloriosa,

Y acontecerá que los que mueran en mí no gustarán la muerte, porque les será dulce;

y quienes no mueran en mí, ¡ay de ellos!, porque su muerte es amarga.

Y además, sucederá que el que tuviere fe en mí para ser sanado, y no estuviere señalado para morir, sanará. (DyC 42:44-48.)

El Señor nos asegura que el enfermo sanará si se realiza la ordenanza necesaria, si hay fe suficiente y si aquél "no estuviere señalado para morir". Pero estos tres factores tienen que ser satisfechos. Muchos no llevan a cabo la ordenanza, y cantidad de personas no están dispuestas a ejercitar la suficiente fe. Sin embargo, todavía yace el factor más importante: Si no están señalados para morir.

Todos habremos de morir, pues la muerte es una parte importante de la vida. Claro está, que nunca nos sentimos enteramente preparados para el cambio y al ignorar cuándo nos toca morir, luchamos, por supuesto, por retener nuestras vidas. Sin embargo, no hay razón para que le temamos a la muerte. Ciertamente, siempre oramos por los enfermos, bendecimos a los afligidos y rogamos al Señor sanar, aliviar el dolor, salvar la vida y posponer la muerte, obrando justamente en esto, pero no lo hacemos porque la eternidad sea aterradora.

El profeta José Smith confirmó lo siguiente:

El Señor se lleva a muchos, aun en su infancia, a fin de que puedan verse libres de la envidia de los hombres, y de las angustias y maldades de este mundo. Son demasiado puros, demasiado bellos para vivir sobre la tierra; por consiguiente, si se considera como es debido, veremos que tenemos razón para regocijarnos, en lugar de llorar, porque son librados del mal y dentro de poco los tendremos otra vez . . . La única diferencia entre la muerte de un joven y la de un anciano es que uno vive más tiempo en el cielo y en la eterna luz y gloria que el otro, y es liberado de este miserable mundo inicuo poco más pronto. (Enseñanzas del Profeta José Smith, págs. 237-38.)

Tal como dice Eclesiastés (3:2), estoy seguro de que hay un tiempo para morir, pero también creo que muchas personas mueren antes de "su tiempo" debido a que se descuidan, abusan de sus cuerpos, se arriesgan innecesariamente, o se exponen a peligros, accidentes y a la enfermedad.

De los antediluvianos, leemos:

¿Quieres tú seguir la senda antigua que pisaron los hombres perversos,

Los cuales fueron cortados antes de su tiempo, cuyo fundamento fue como un río derramado? (Job 22:15-16.)

Esta es la declaración que encontramos en Eclesiastés 7:17:

No hagas mucho mal, ni seas insensato; ¿por qué habrás de morir antes de tu tiempo?

Yo creo que podemos morir prematuramente, pero que muy pocas veces nos sobrepasamos de nuestro tiempo. Una excepción fue Ezequías, rey de Judá, de 25 años de edad, quien fue mucho más piadoso que todos sus sucesores o antecesores.

En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte. Y vino a él el profeta Isaías . . . y le dijo: Jehová dice así: Ordena tu casa, porque morirás y no vivirás.

Entonces Ezequías, amando la vida tanto como nosotros, volvió su rostro hacia la pared y lloró amargamente, diciendo:

... te ruego que hagas memoria de que he andado delante de ti en verdad y con íntegro corazón, y que he hecho las cosas que te agradan

El Señor accedió, entonces, a sus súplicas, diciéndole:

. . . Yo he oído tu oración, y he visto tus lágrimas; he aquí que yo te sano . . .

Y añadiré a tus días quince años, y te libraré a ti y a esta ciudad de mano del rey de Asiría. ... (2 Reyes 20:1, 3, 5-6.)

En nuestra propia época también ocurrió un caso excepcional de prolongación de vida, el cual tuvo lugar en noviembre de 1881:

Un tío mío, llamado David Patten Kimball, salió de su hogar en Arizona, rumbo al desierto del Rio Salado (Salt River). Había dejado todos sus libros de contabilidad en orden y todas sus cuentas ajustadas, y le había expresado a su esposa su presentimiento de que tal vez no regresaría de aquel viaje. Anduvo perdido en el desierto por dos días y tres noches, sufriendo indecibles agonías de la sed y del dolor. En ese lapso de tiempo, fue al mundo de los espíritus y, tal como lo describió más tarde en una carta fechada el 8 de enero de 1882, dirigida a su hermana, estando en aquel lugar, vio a sus padres. La carta decía así: "Mi padre . . . me dijo que podía quedarme allí, si así lo deseaba, pero yo le supliqué que me dejara quedarme con mi familia [en la tierra] por algún tiempo más, el suficiente para dejarlos bien establecidos, para arrepentirme de mis pecados, y prepararme más enteramente para el cambio. Si no hubiera sido por eso, jamás hubiera vuelto a casa, a excepción de mi cuerpo muerto. Por último, acordamos que yo me quedaría en la tierra por dos años más [después de esa fecha] para hacer todo el bien que pudiera en ese período de tiempo, al final del cual él vendría para recogerme. . . . También mencionó a otros cuatro, a quienes también recogería. ..." Dos años después de aquella experiencia en el desierto, [mi tío] falleció de muerte natural y, según parece, sin ningún dolor. Minutos antes de morir, vio hacia arriba y clamó: "Padre, Padre." Aproximadamente un año después de su muerte, también fallecieron los otros cuatro hombres mencionados.

El Señor ha preservado muchas veces las vidas de sus siervos, prolongándolas hasta el tiempo en que han podido completar sus misiones —como Abinadí, Enoc, los hijos de Helamán, y Pablo.

A fin__ de protegernos, Dios utiliza algunas veces su poder sobre la muerte. Así como a Abraham, a Heber C. Kimball también se le sometió a una prueba prácticamente inconcebible. Desesperado y lleno de confusión, le insistió al profeta José para que interrogara al Señor, resultado de lo cual el Profeta recibió la siguiente revelación: "Dile que vaya y obre como se le ha mandado; mas si yo advierto que hay algún peligro de apostasía, yo me encargaré de El." (Orson F. Whitney, Life of Heber C. Kimball —La vida de Heber C. Kimball—)

Dios gobierna nuestras vidas y nos guía y bendice, pero nunca nos priva del ejercicio de nuestro libre albedrío. Podemos vivir nuestra vida de acuerdo con el plan que El nos ha trazado, o bien podemos tontamente acortarla o acabar con ella.

Estoy totalmente convencido de que el Señor ha planificado nuestro destino. Algún día comprenderemos plenamente estas cosas, y entonces volveremos la vista hacia atrás desde la posición ventajosa en que nos encontremos en el futuro, satisfechos de los muchos sucesos que acontecieron en esta vida, y los cuales actualmente no alcanzamos a comprender.

Algunas veces quisiéramos saber lo que nos depara el futuro, mas la sensatez de pensamiento nos hace recapacitar y aceptar la vida como es, viviendo los días uno por uno, tratando de magnificar y glorificar cada uno de ellos. He aquí un poema que invita a la meditación, escrito por la hermana Ida Allredge:

No he de ver el mañana, ni el sendero a caminar, y sólo una luz interna a Dios dirige mi andar.

Entrever mi reserva no quiero de gozo y belleza por no abrir impaciente las puertas con rudeza.

Correr cortinas no quiero, ni quiero el velo arrojar, por no ver futuras penas a mi valor mutilar;

Más prefiero vivir sin saber, cargando lo que es mi cruz y caminar con fe en Dios, que sola buscar la luz.

Antes de nacer en esta tierra, sabíamos que al venir adquiriríamos cuerpos físicos y experiencias de toda índole y que también tendríamos gozos y tormentos, bienestar y dificultades, comodidades y penalidades, salud y enfermedades, éxitos y fracasos; asimismo sabíamos que al terminar nuestra jornada terrenal moriríamos. Sin embargo, desde allá aceptamos todas estas experiencias con grato corazón, ansiosos de enfrentar lo favorable y lo desfavorable. Con entusiasmo aceptamos la oportunidad de venir a la tierra, aun cuando sólo fuese por un día o un año. Es probable que ni siquiera nos hayamos preocupado de si moriríamos de alguna enfermedad, a raíz de un accidente o simplemente debido a la vejez. Nos encontrábamos dispuestos a aceptar la vida como viniera y como nos fuera posible organizaría y controlarla, y todo esto lo hicimos sin ninguna murmuración, sin quejas o exigencias ilógicas.

De manera, pues, que al enfrentar una inminente tragedia, debemos poner nuestra confianza y fe en Dios, sabiendo que a pesar de nuestra limitada visión, los designios del Señor no habrán de fracasar. Con todas sus penalidades, la vida nos ofrece el tremendo privilegio de poder crecer en conocimiento y sabiduría, en fe y en obras, para que podamos prepararnos para nuestro regreso al Padre y participar así de su gloria.



Óscar Pech Lara

"In the faces of men and women I see God"
Walt Whitman, from Leaves of Grass

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