Ya regresé

Buen día a todos, amigos y familiares:
 
Sobreviví, amigos y familiares. Aquí estoy de nuevo.

No es poca cosa decirlo: Sobreviví a este primer mes acá en Cancún. Han sido días muy interesantes (le digo a Sab: en estos días he pagado por todas las que he hecho, y hasta por las que no). He tenido tiempo para pensar en la oscuridad, viendo el techo en la noche por horas, y tiempo para orar, para leer las Escrituras, y sí, mucho tiempo para caminar en las calles de Cancún buscando empleo. Yo tengo para mí que esta vida es aprender. Y uno aprende, como dice en Job, por visiones, por lecciones, por consejos, o bien, por enfermedades, por hambre, por dolor. A veces uno no sabe por qué pasa lo que pasa, pero simplemente debe aprender, confiando en que hay un por qué, y en que, todo es eventual. Lo bueno y lo malo, todo es eventual. Varias veces en estas ya más de tres semanas he sentido que he tocado fondo, pero lo que sucede al siguiente día me enseña que no, que todavía me falta más para tocar fondo. Me imagino que uno nunca toca fondo, en realidad. Siempre hay más para descender, Dante vio nueve círculos en el infierno: seguro si el poeta hubiera hurgado un poquito más, habría descubierto que en realidad son nueve veces nueve círculos en nueve veces nueve infiernos. Nunca tocas fondo, en realidad. Pero lo que importa es que a veces uno SIENTE que toca fondo. Y a veces uno lo presiente:
 
Hace unas dos semanas tuve un sueño de lo más curioso, que habla un poco de la manera en que siento que soy percibido: yo era un detective privado. Me llamaba un señor para resolver algo que andaba mal con su hija que era una muchacha flaca y muy feíta y a la que ya se le estaba yendo el último tren. Su padre lo sabía, la sobreprotegía y eso no era precisamente una ayuda para ella. Cuando le pregunté qué era lo que tenía qué investigar, me respondió que no sabía qué: mi trabajo consistía en eso: en descubrir cuál era el problema y solucionarlo. El sueño fue como ver una buena película de detectives, donde las piezas van cayendo una tras otra, lentamente.  Donde había que pensar mucho, y fue muy interesante: Poco a poco me fui dando cuenta de que era un problema de amores. Y lentamente pasé de ser detective a ser consejero. Tanto para ella como para el novio. Al final del día (vaya: lo que aquí cuento en 10 líneas fue un sueño larguísimo) fui con el padre de la novia a decirle que no había gran misterio: que la hija tenía un novio y se querían casar, pero que ese ser un padre sobreprotector estorbaba. El tipo, gordo, enorme, huraño, sonrió exultante. Sacó del bolsillo trasero de su pantalón un recorte del periódico de la mañana. Era su horóscopo. Me lo leyó en voz alta:
 
“Tu hija puede comprometerse hoy. Para ello necesitarás la ayuda del más torpe de los investigadores privados”.

Entonces desperté.  Y eso es lo que me deja intrigado: ¿una parte de mi mente va inventando una historia sobre la marcha o ya la tiene preparada? ¿Cómo le hace mi mente para darme un final sorpresivo a mí mismo? ¿Cómo le hago para asombrarme (e incluso humillarme) a mí mismo? No lo sé, pero el sueño habla de un poco cómo me sentía: el más torpe de los de mi ramo.Igual, otra noche tuve un sueño muy singular, donde soñé que trabajaba para Disney, componía una canción para una de las películas de esa compañía, y al final de la misma, en los títulos, aparecía yo y lo que fue mi salón de clases por años allá en la Academia. Y me conmovió mucho eso. Ustedes me conocen bien: mi concepción de la vida me impide mirar al pasado. Vivo hacia adelante. Incluso el presente casi siempre es sólo un paso para alcanzar el futuro. Un futuro en el que cuando lo alcance, diga: "He llegado: ahora sí puedo mirar el presente". Y entonces ver lo que vi allí, lo que fue mi salón de clases, con todas las ayudas visuales que hacía, fue una sorpresa MUY grata. Me hizo levantarme con la sensación de que soy grande. Y de nuevo me pregunto: ¿Cómo sabe mi mente cuándo apapacharme y cómo hacerlo? ¿Cómo le hace para recordarme imágenes que ya había olvidado y en las que nunca pienso? No lo sé: siempre hay un extraño dentro de uno, que a veces es fiscal, y aveces es abogado, pero siempre es juez.
 
Dos veces he sentido que he llegado al fondo, y entonces camino al mar. Sólo dos veces lo he hecho. Y no lo hago más a menudos por dos razones: no es ir al mar bonito, sino a Punta Sam, la playa sucia, llena de botellas rotas, bolsas de plástico,  y agua medio contaminada, la que visitamos los pobres, que tiene un embarcadero para ir a Isla Mujeres (para ir a la parte bonita de Cancún, la de los turistas, implica tomar dos camiones diferentes). La segunda razón por la que no voy mucho, es porque implica caminar unos nueve kilómetros, así que uno la piensa un poco. Bueno, el caso es que ese día del primer sueño fui al mar. Me senté a observar a los turistas desembarcando de Isla Mujeres. Los veo, y se me hace un espectáculo triste: hay quienes bajan del barco cayéndose de borrachos, peleando, y uno se pregunta: ¿Pues qué no estás de vacaciones? ¿Qué no ibas a disfrutar? Y ese día vi algo muy singular. Un muchachito de unos 12 años. Baja de la lancha, se le cae la toalla a la arena, y la mamá lo ridiculiza: Eres un tonto, un inútil, mira cómo quedó la toalla, etc. Y yo no podía creerlo: ¿humillar a tu hijo con tanta saña por arena en una toalla? Digo, ¡Es arena! ¡Basta con sacudirla! Y me quedé pensando en las muchas veces que discutimos como familia. ¿Saben por qué pelea uno? Porque uno tiene mucho. Cuando llegas al punto en que no  tienes casi nada, no hay por qué pelear, creo. Y la verdad es que no sé por qué es así, pero eso siento ahorita: que muchas veces uno pelea simplemente porque te sobra. Porque crees que mereces gratificación instantánea.  Solución instantánea a todos nuestros problemas. Y bueno: Los medios, el estilo de vida, nos inculcan que siempre debemos tener confort instantáneo.
 
Por otro lado, uno aprende --o uno debería aprender-- que la vida es en realidad un desafío constante. Estamos aquí para ser probados hasta donde resistamos. Imagino que sufrir algo de ansiedad, algo de depresión, algo de desencanto, incluso algo de fracaso, es normal, ¿correcto? Tener un buen día miserable de vez en cuando, o varios en fila, es normal, e imagino que es para nuestro bien. Es algo que, de alguna manera, nos fortalece.
 
A veces no lo veo así, pero trato de pensar en que hay un propósito en todo el dolor que pasamos, en toda la soledad, en todo ese “extrañar la buena vida, los buenos días”. Hace mucho tiempo llegó a mis manos un poema que entonces me pareció cursi, pero que ahora me permito compartir con ustedes, por si les sirve, malamente traducido por un servidor, y que en estos tiempos me ha servido mucho:
 
Sí, mi frustrado,
temeroso hijo
Yo podría atravesar
el cuarto para ti
más fácilmente.
Pero yo ya aprendí a caminar
Así que hago
Que seas tú quien vengas a mí.
¡Vamos!
Allí, está, ¿ya ves?
Ahora, recuerda
Esta simple lección,
Hijo,
Y cuando en años futuros
Llores con los puños apretados
Y con lágrimas dolorosas clames:
“Oh, Dios,
Ayúdame, por favor, ayúdame”
Sólo pon atención
y escucharás una voz silenciosa:
“Podría, hijo.
Yo podría.
Pero eres tú,
No yo,
Quien necesita aprender
De la Deidad”.
 
Yo no sé si hay quien pueda decir que no tiene problemas. Pero creo que haber descubierto que mis problemas y pruebas parecen haber sido diseñadas para que encajen en donde me es más difícil, y al tamaño que me es más difícil, y entonces, en medio de todo esto, pienso: "Hay un propósito en esto". Sigo creciendo. Y eso es bueno. No me he dejado caer. A veces me siento como una piedra en caída libre y tiro vertical, pero eso es sólo mi cuerpo. Mi espíritu ha crecido, e imagino que era necesario pasar por la parte difícil para poder crecer.

Una ciudad es siempre muchas ciudades. Cancún, la zona de turistas, es una. La zona bonita, para la gente que vive aquí y gana bien, es otra. Hay una tercera zona. Obviamente aquí hay muchos cruceros, pero hay una parte de la ciudad que se llama así: "el crucero". Es una frontera muy bien definida. Es una sola calle, una cuadra. Pero en la esquina sur empieza una Cancún glamorosa. En la esquina norte empiezan los barrios bajos. El crucero es una frontera abrupta de dos zonas sumamente diferentes. Todos los días debo pasar por allí, y siempre me llama la atención esa transición: el camión es el mismo, la gente es la misma, pero algo cambia en nosotros antes y después de pasar por esa calle. 

Hacia el norte, las calles van numeradas. Calle 54, 73, 26, etc. Hacia el sur uno batalla con los nombres. La escuela donde trabajo está en una avenida importante: Nichupté. Otro boulevar: Otoch. Otros: Pehaltún, Mucuy, Motuch. Afortunadamente las avenidas principales tienen nombres más conocidos: Tulum, Bonampak, Chichén Itzá. Afortunadamente son conocidos, pero para el que no sabe nada de la región o de los mayas, ha de ser verdaderamente muy difícil.

Bueno, ya pasan de las seis. Es hora de ponerse a trabajar. Que puedas con tus propias pruebas y desafíos: que sean los suficientemente grandes como para que te tengas qué esforzar, y lo suficientemente pequeñas como para que venzas con esfuerzo y, sobre todo, que nunca olvides que allí está Dios, para escucharte (y esa últuma frase da para muchos otros correos):
 
 
Óscar Pech Lara

Debemos hacer algo en esta tierra porque en este planeta nos parieron y hay que arreglar las cosas de los hombres porque no somos ni pájaros ni perros
Pablo Neruda, "No me lo pidan", 1959.

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