Unas vacaciones en Campeche

Permítanme compartirles un relato breve y algunas imágenes de lo que fueron mis vacaciones de Semana Santa.

Llegué a Campeche, Camp., el miércoles 4 en la madrugada. Campeche es una ciudad que, por causa de los piratas, construyó murallas que la protegieran por agua y por tierra. Caminé de la central camionera a la puerta de tierra, entré en la muralla, y recorrí sus calles, sintiendo el peso del tiempo. Llegué a la puerta del mar y pasé hacia el mar. La ciudad terminaba en la muralla, pero algún gobernador decidió que podían ganarle terreno al mar, y artificialmente extendieron la ciudad. Ese día lo dediqué a recorrer museos: La casa 6, que es un museo que muestra lo que fue la vida en la ciudad en el S. XVII, y el Museo de la Soledad (cuando vi el nombre pensé que, de eso, un poco yo podría hacer mi propio museo particular). 
Este es un museo que contiene muchas de las estelas encontradas en el Estado. Allí aprendí que Itz'a Winik quiere decir "hombre sabio", y de las numerosas estelas que hay allí, hay una que me llamó mucho la atención: un gobernante muere en todo su esplendor. Hay al menos tres difrentes maneras de decir esto: Pasa por la puerta que le lleva al inframundo; es devorado por las fauces de Itzamná; es tragado por el monstruo de la tierra. Cuando llega allá se le ve feliz, ya sin los atavíos de gobernante, cabalgando gozoso sobre un venado que también está muerto, ya que es representado mostrando parte de su costillar. Una visión muy optimista de la muerte, ¿no crees? Un lugar de paz, de descanso, sin obligaciones, pero donde la vida de alguna manera prosigue. 

En la noche, el espectáculo de luz y sonido en Puerta de tierra, donde, desde la muralla, se habla de cómo surgió la ciudad, el problema de los piratas. Luego, a caminar por el malecón. Campeche es una ciudad que llama la atención por su limpieza, por su orden, porque a las once de la noche las familias están en la calle. No, no jóvenes solos, no: las familias. Llegan en su carro, bajan las sillas, y se ponen a platicar los abuelitos con los nietos, los padres con los hijos, los esposos solos. Todo mundo simplemente platica, disfrutando de la brisa del mar. Y en la madrugada, las personas mayores salen a correr por esa avenida costra. No, casi no hay jóvenes: son las personas de 55 para arriba. Eso me gustó mucho de Campeche. 
El jueves 5 fui en la mañana a Edzná. Es "una ciudad grande como Chichén Itzá", dijo alguien, y se me hizo muy poco afortunado que alguien te defina en función de tus contrincantes, pero bueno, la ciudad es impresionante por una gradería enorme, impresionante, y porque frente a ésta se encuentra la pirámide de cinco pisos que estás viendo, que es donde ese día en la noche fui a ver el espectáculo de Luz y sonido. Es un espectáculo que ha sido premiado internacionalmente y que vale la pena ver si alguna vez vas a Campeche. Lo interesante de esto es que prácticamente no hay turistas allí. Lo puedes ver: un puñadito chiquitititito de turistas a quienes el guía les mostraba que allí, cuando aplaudes, el eco devuelve de tal manera distorsionado el sonido, que lo que se escucha es el grito de un faisán, no un aplauso. Que esa era, acaso, una manera de darles la bienvenida a los que visitaban la ciudad.  
 Entre la visita de la mañana y la de la noche, fui a uno de los numerosos museos de la ciudad, un fuerte convertido en museo de arte maya. Una cosa tan extraordinaria, que no sé cuál de todas las fotos agregar. El arte maya es simplemente abrumadoramente hermoso. Cada uno de los vasos es una joya, así que no pondré ninguno, sino esta vasija de alabastro. 
El viernes 6 fue día de tomar el trenecito "El guapo", que recorre la ciudad. Allí aprendí que cuando la ciudad fue más grande que las murallas, se empezaron a formar barrios extramurallas; barrios divididos por castas: el barrio de los criollos, de los indígenas, de los libertos (las personas de color que habían sido esclavos). Ese barrio de ex esclavos es el barrio de San Román, el más pobre de los barrios de Campeche. Los negros fueron muriendo, por el exceso de trabajo, y se empezó a llenar de "bermejos", que es como decir de mestizos. Entre ellos mis ancestros, los Hernández, Pacheco, Novelo, Moguel. En la tarde me trasladé a Escárcega y de allí a Xpuhil, donde pasé las siguientes noches. 
La meta de todo este viaje era ir a Calakmul y a El tigre, pero como siempre sucede en mis vacaciones, todo es un proyecto flexible que se construye sobre la marcha y de acuerdo a sus necesidades y circunstancias, así que no fui a ninguno de esos dos lugares finalmente. Mapita en mano, el sábado 7 casi al azar cometí un error: el de pensar que sería bueno empezar por Hormiguero. Y en buena medida te escribo esto para que no cometas ese error: si algún día haces este recorrido, Hormiguero debe ser el postre, no el inicio. En Xpuhil tomas un taxi que te va a cobrar $300m.n., te va a llevar a hormiguero y allí te va a esperar hora y media a que termines de hacer tu recorrido, para llevarte de regreso. El taxi te deja en la orilla de la zona arqueológica, y ya tú caminas por un sacbé rumbo a las ruinas. Es un recorrido extraordinario, donde vas escuchando los sonidos de la selva. 
Ahora, acá vale la pena decir algo: estaba en el sur del Estado de Campeche, en la región Puuc, que se caracteriza por construcciones de monumentales de dos torres, donde todo es dedicado al dios Itzamná. Itzamná es "El dador de vida"; "El dios alto e invisible"; "la deidad solar". Se le asocia con Chaac, el dios de la lluvia, y con el glifo ik', que incluso llegó a ser como el emblema de Paquimé: las fauces del monstruo de la tierra. Así que conforme te acercas a las ruinas de hormiguero, te va invadiendo un sentimiento de reverencia, de respeto. Cuando llegas y ves esto, una serie de templos profusamente adornados, te embarga una sensación de estar pisando un terreno sagrado. La entrada del templo, no sé si se puede apreciar, es un inmenso monstruo, el monstruo de la tierra, la muerte, que nos devora simbólicamente. Y yo no dejaba de pensar en 2 Nefi 9:10: "¡Oh cuán grande es la bondad de nuestro Dios, que prepara un medio para que escapemos de las garras de este terrible monstruo; sí, ese monstruo, amuerte e binfierno, que llamo la muerte del cuerpo, y también la muerte del espíritu!". Al preguntarle al que cuida el lugar, comenta que a veces pasan semanas sin que nadie visite el lugar. Y acaso eso es muy bueno: allí uno siente la paz que sólo se siente dentro del templo, y no es buena idea que sea mancillada por los turistas. 
Entonces cometí un error, el de pasar directamente de Hormiguero a Becán. Becán es una ciudad asombrosa en el sentido de que corresponde con los tiempos y circunstancias descritos en El libro de Mormón. Alma 48:8 describe muy bien varias ciudades semejantes a Becán, pero acaso la mejor descripción se encuentra en Alma 49:21-22 (el subrayado es mío): "Y sucedió que los capitanes de los lamanitas llevaron a sus ejércitos frente al lugar de la entrada, y empezaron a contender con los nefitas, con objeto de penetrar en su plaza fuerte; pero he aquí, fueron rechazados varias veces, de tal manera que fueron heridos con una inmensa mortandad. Y cuando vieron que no podían dominar a los nefitas por la entrada, empezaron a socavar sus terraplenes, a fin de hacer un pasaje para llegar a los ejércitos de ellos, para combatir con igualdad; pero he aquí que en esta tentativa fueron arrasados por las piedras y las flechas que les lanzaron; y en lugar de llenar sus fosos, derrumbando los terraplenes, los llenaron en parte con sus cuerpos muertos y heridos". Mi intención era fotografiar los fosos de Becán, y nada: que pasas por ellos, en cualquiera de sus entradas y sus salidas, y si no eres muy cuidadoso, ni siquiera los notas. Asombra ese aspecto de la arquitectura maya, que hace que un sistema de defensa altamente efectivo, sea invisible al caminante que viene en son de paz, así que les quedo a deber las imágenes de ese lugar. Becán, monumental como es, no llama la atención: después de estar en Hormiguero, es un montón de obras monumentales en obra negra. Salí de allí, extenuado, y profundamente decepcionado, rumbo al hotel a dormir un rato. Acaso allí hubo algo que vale la pena mencionar: Un mascarón enorme que representa al dios descendente. Es decir, al dios que accede a bajar a la tierra. Es una escultura impresionante. A la izquierda del dios, un glifo enorme (dice allí que del dios mono, pero la idea no me termina de convencer; dice que representa la muerte, eso sí tiene sentido) que representa eso: el dios dador de vida, que se contrapone a la muerte.
Después de comer, ya cuando iban a cerrar la zona, llegué a Xpuhil. Para variar, un lugar vacío, con muy pocos turistas. uno ve, así lo dicen los letreros, el esqueleto de lo que fue una ciudad portentosa, y uno se resigna a eso, a adivinar un cuerpo hermoso a través de sólo un esqueleto. Hasta que uno llega a este complejo de tres torres altas. En la torre de la izquierda hay un un pasadizo, unas escaleras muy estrechas, y uno las sube y desde la cima uno admira un paisaje increíble. Una cosa que hace que uno sienta una profunda admiración por la cultura maya. 
 En esta foto me ven sentado en uno de los cuartos que había allí. Es un cuarto que acaso era de reflexión o de ayuno, de penitencia. Cada cuarto tenía un nicho ¿acaso habría algún ídolo allí? No lo sé. Tenía sus cortineros, y su cama. Yo aquí estoy sentado sobre una cama (ajá: de piedra la cama y también la cabecera). En cada cuarto el motivo abajo de la cama es diferente. Aquí,  abajo de la cama se repite tres veces el glifo 'Ik, el que señala que has de morir, que finalmente serás devorado por el monstruo de la tierra. En otros cuartos (y eso me puso la carne de gallina) están pequeños rostros, enmarcados por el rosetón de la muerte. ¿Quiénes iban a parar a esos cuartos? ¿Las personas que iban a ser sacrificadas? ¿Personas que iban a hacer penitencia y debían recordar que esta vida es nada y al final la muerte nos espera a todos? No lo sé. 
Al siguiente día, ya casi de regreso, durmiendo siempre en los hoteles más baratos posibles, le tocó el turno a las ruinas de Chicanná. Las ruinas son impresionantes, monumentales. Era, dicen los letreros, una zona residencial de Becán, lo cierto es que cada pirámide tiene más de fuerte que de casa, de una belleza extraordinaria y, para ejemplo, esta entrada que representa a Itzamná en su advocación de monstruo de la tierra. ¿Lo ves? A semejanza de Hormiguero, sobre la entrada se ven los colmillos superiores, sobre éstos, la nariz y, a los lados, los ojos. Abajo, lo más cercano a la cámara, los colmillos inferiores y en la parte inferior, a ambos lados de la puerta de entrada, se ven las garras. A la derecha, en un cuarto adjunto, se conservan dos glifos hermosísimos. En ellos se lee: "Él, el que derrama su sangre en la tierra". Los expertos dicen que se refiere a algún rey que hizo algún tipo de autosacrificio. Yo tengo para mí que no, que se refiere a Itzamná, el dador de la vida, el dios alto e invisible, el único dios solar. Cuando entré al a la zona arqueológica, le pregunté al que cuidaba que si recibían mucha gente de visita. "Ayer tuvimos suerte: nos visitó una pareja de Noruega". Nuevamente, casi no hay visitas. las pocas que hay, son extranjeros. 

Con ello regresé a Campeche. Llegué cuando el sol llegaba al horizonte y se hundía en el mar. Luego de caminar un rato nuevamente por la avenida costera y de ver a eso, familias enteras disfrutando del fresco de la tarde, fui a cenar unos panuchos con agua de horchata, y de allí caminé a la catedral. En el parque, la gente jugaba como familias a la lotería, platicaban, caminaban, reían. Campeche me pareció en ese momento, y todavía, el único lugar del país donde todavía hay tranquilidad, seguridad, donde la violencia no ha logrado apoderarse de las calles. Pensé en lo que un niño había dicho dos días atrás a su mamá (así, de oído al pasar): "Mamá, ya me quiero venir a vivir a Campeche para que mi vida sea ¡Bien campechana!".

Óscar Pech Lara

Debemos hacer algo en esta tierra porque en este planeta nos parieron y hay que arreglar las cosas de los hombres porque no somos ni pájaros ni perros

Pablo Neruda, "No me lo pidan", 1959.

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