Una carta a mi hijo (Los apaches del desierto)

Acabo de terminar un libro que me movió profundamente. Primero, porque me lo regaló Jared, y ya con eso el libro es de profundo valor para mí. Cada cosa que él me regala es un tesoro de gran, gran valor. Pero bueno, el libro se llama "Los apaches del desierto", de Javier O. Urquidi. Es un libro que vale por su contenido, no por su estilo --y todavía menos por su ortografía--.
Al principio se describe la vida de los apaches antes del S. XVIII. Muy interesante y uno los admira mucho. ¿Alguna vez has escuchado hablar a un apache en su lengua? su hablar es muy pausado. No hablan rápido, como nosotros, como si tuvieran que estructurar ideas y conceptos y traducirlos a palabras. Aparte, ellos tienen la peculiaridad de que su idioma requiere muchos fonemas para decir algo. No es un idioma sintético, como el nuestro. Lo que nosotros decimos en tres renglones, ellos lo dicen en seis. Acaso por eso son silenciosos, introvertidos, muy receptivos y reflexivos. Los primeros capítulos uno aprende cómo se hacen las señales de humo y lo que significa. Qué implica cuando están en la cima, o en medio, o en la falta, o al pie de la montaña. Cada cosa tiene su sentido en las señales de humo y en la naturaleza en que ellos se desenvolvían. ¿A quiénes predicas? ¿A indígenas? ¿A samoanos? ¿A caucásicos?
Salvo que en 1845 México pierde Texas y en el 47, casi la mitad de su territorio, y los estadounidenses tenían hambre de terrenos, no como los mexicanos. Casi de inmediato les quitan sus tierras y los expulsan para México.
En México no era fácil sobrevivir para ellos: no había suficiente caza para ellos y para los chihuahuenses. Aparte, cuando hay un mal gobierno, siempre se fabrican enemigos públicos: los apaches. El gobierno nos gobierna, nos hace obedecer generando en nosotros miedo o temor, y ellos eran el blanco perfecto.
Juárez trató de ayudarlos, pero fue tanta la oposición que tuvo por parte de los legisladores del partido conservador, que no fue mucho lo que pudo hacer por los apaches. Pero hizo un viaje para conocerlos y hablar con ellos, y fue tal el impacto en los apaches, que lo llegaron a amar de veras, y hubo quien cambió su nombre indígena, para tomar el nombre de “Juaris” (sic).
Porfirio Díaz no: de mentalidad capitalista, le estorbaban los pueblos originarios y con él empieza la guerra contra los apaches, que se va a extender desde 1880, hasta 1930. Es una época de grandes caudillos: Mangas Coloradas, Vitorio, Ju y, claro, Gerónimo. Cada uno de ellos cuatro es el líder en su generación, hasta que los exterminaron en México, y los pocos que sobreviven huyen a los EUA y terminan en una reservación, hasta ahora. Todavía viven en Nuevo México o Arizona las nietas de Gerónimo.
La parte final del libro es muy fuerte. Ya no se nos habla de “los chihuahuenses”, o “los indios”, sino de personas concretas: de personas a las que el autor conoció (y sí: a algunos de esos venerables ancianos yo también alcancé a conocer hace unos 15 años: la mayoría de ellos, de hecho, han muerto porque eran de veras muy ancianos). Esa parte final habla de la llegada de los mormones a Chihuahua y de sus relaciones con los apaches.
Creo que en general se puede decir que la relación fue buena, prolífica, pacífica: de mutuo respeto. Pero... los apaches jamás usaron silla de montar (los de ahora sí, los de esa época no), y sus caballos no usaban herraduras: les forraban los cascos con pieles de vaca y así les protegían las pezuñas. Empezó a haber robos y saqueo a los miembros de la Iglesia de gente disfrazada de apaches, pero que iban en caballos con silla, y que éstos dejaban huella de herradura. No solo eso: había apaches maleados que sí: masacraron a familias de la Iglesia. Uno lee allí de los Nielsen, de los Whetten, de los Pratt, de los Call, y es muy doloroso. Insisto: Ya no son “los chihuahuenses”, sino personas que tienen nombre y apellido, y son familiares de amigos de uno. Hay un caso terrible donde matan a toda la familia, y solo sobrevive, con dos tiros, un niño: Hyrum se llamaba, Y cuando leí eso no pude dejar de llorar. Me llegó mucho, hijo. No pude dejar de pensar en qué desolada estaría mi vida si algo te pasara a ti.
Por otra parte, también uno lee de personas particulares entre los apaches (cuando los atrapaban, los llevaban a una hacienda y las familias de los hacendados los adoptaban como sirvientes de casa. No era precisamente esclavitud, sino una especie de “servidumbre blanda”). Los niños se adaptaban y tomaban la cultura, el idioma, los valores de los chihuahuenses, pero las niñas no: las niñas no aceptaban vivir en cuatro paredes, bajo techo. Por lo que alcanzo a ver, era muy frecuente que se sentaban frente a una ventana a llorar y no comían ni bebían: se dejaban morir de hambre, llorando en silencio hasta el último momento, por su libertad.
Un libro muy interesante que, pese a que está tan mal escrito, vale mucho la pena leerlo. Cuídate mucho, Hyrum. Disfruta, aprende, trabaja duro.
Hay dos maneras en que aprendemos: una es a través de las grandes, gloriosas experiencias espirituales. Pero la otra es más común: es a través de las pruebas y la adversidad. Cuídate. Recuerda lo que te dijo Jared: “nunca te pongas en una posición tal, en que el Espíritu no pueda hablarte”. Te deseo mucho éxito y que sigas creciendo, siempre.
No puedo imaginar a un Hyrum que rompa las leyes de Dios, las normas de la misión, las costumbres de la familia. Sé siempre fiel, hijo. Sabes que te admiro mucho. Nunca, nunca, nunca dejes de ser admirable. Te ama mucho:

Tu papá.

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