Un acercamiento al Libro de Moisés

 

 

Un acercamiento al Libro de Moisés

Autor: Óscar Eduardo Pech Lara

 

 

 

 

 

 

 

 

Privada Toltecas No. 9, Santa Clara Coatitla, Ecatepec, Estado de México

Teléfono: 55 74 38 6664

Correo: alterpech@gmail.com

 


Introducción

 

El Libro de Moisés es uno de los textos que conforman la Perla de gran precio, el cual es uno de los libros sagrados de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Como dice la Guía para el Estudio de las Escrituras (GEE), el Libro de Moisés es un:

Libro de la Perla de Gran Precio que contiene la traducción inspirada que hizo José Smith de los primeros siete capítulos de Génesis.

El capítulo 1 contiene el registro de una visión en la que Moisés vio a Dios, quien le reveló todo el plan de salvación. Los capítulos del 2 al 5 son un relato de la Creación y de la Caída del hombre. Los capítulos 6 y 7 contienen una visión acerca de Enoc y su ministerio sobre la tierra. El capítulo 8 contiene una visión de Noé y el gran Diluvio.”

 

Orígenes del libro

Conforme José Smith traducía el Libro de Mormón, de 1823 a 1829, él iba descubriendo algo más que la historia de los lamanitas y nefitas. La doctrina contenida en el libro hacía que surgieran preguntas en su interior. Por ejemplo, en tres diferentes partes, el texto del Libro de Mormón indicaba que se habían perdido “muchas partes claras y preciosas” de la Biblia. Y cuando uno lee Doctrina y Convenios, uno se da cuenta de que José Smith continua mente recibía instrucciones con respecto a lo que originalmente decía la Biblia. Nosotros, los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, “Creemos que la Biblia es la palabra de Dios hasta donde esté traducida correctamente; también creemos que el Libro de Mormón es la palabra de Dios”. Y de hecho, cuando José Smith terminó de traducir el Libro de Mormón, prácticamente de inmediato se le pidió que iniciara con la traducción de la Biblia, con el fin de restaurar algunas de esas partes claras y preciosas que a lo largo de sus numerosas traducciones había perdido. Esa labor desafiaba la opinión predominante de aquellos días: Que la Biblia contiene la palabra infalible de Dios, según se halla en el venerado texto de la versión en inglés del Rey Santiago.

La traducción de la Biblia de José Smith

Esta traducción no se llevó a cabo de la forma tradicional. Es decir, el Libro de Mormón fue traducido de planchas antiguas escritas en la América precolombina hacia el idioma inglés. Pero para traducir la Biblia, José no consultó textos griegos, o hebreos. Tampoco utilizó obras lexicológicas para crear una nueva versión en inglés. Más bien, utilizó una versión del Rey Santiago de la Biblia como punto de partida e hizo adiciones, correcciones y modificaciones siguiendo simplemente la guía del Espíritu Santo. Es decir, por revelación tradujo del inglés al inglés, corrigiendo, eliminando o añadiendo lo que le dictaba el Espíritu Santo. Vale decir, más que seguir un texto antiguo, originario, José Smith simplemente restauró, mediante la revelación, las verdades importantes que no estaban incluidas en la Biblia contemporánea pero que sí estaban en la Biblia original.

José Smith trabajó diligentemente en su traducción desde el verano de 1830 hasta julio de 1833. Consideraba que este proyecto era un mandato divino y se refería a él como “una ramificación de mi llamamiento”. No sabemos exactamente cuál era el procedimiento. Sabemos que al principio trató de ir página a página. Más adelante su trabajo como traductor no tuvo ese rigor sistemático, de tal manera que, aunque se imprimieron fragmentos en publicaciones de la Iglesia antes de su muerte, lo cierto es que la traducción de José Smith de la Biblia no se publicó durante su vida. Él nunca consideró que su traducción fuera una obra terminada.

Con todo, sin la traducción de la Biblia, el libro de Doctrina y Convenios no sería el mismo que conocemos. Muchas secciones de Doctrina y Convenios surgieron a causa de la traducción inspirada de la Biblia; el proceso de traducción sirvió como catalizador directo de muchas revelaciones que figuran en ese libro, el cual contiene más de doce secciones que surgieron directamente del proceso de traducción o que contienen instrucciones para José y otras personas en cuanto a ella.

El libro de Moisés

El libro de Moisés es la traducción que hizo José Smith desde Génesis 1:1 hasta Génesis 6:13. Como ya se dijo, El libro de Moisés es la traducción inspirada que hizo el profeta José Smith de los primeros capítulos de Génesis y, por lo mismo, quien escribe estas palabras sugeriría que se leyeran ambos textos cotejándose el uno y el otro. Esa comparación ayuda a que se perciban semejanzas, diferencias, y ―en mi humilde opinión― ayuda a recibir un testimonio de la veracidad de dicho libro.

El autor del Libro de Moisés

El libro contiene “las palabras de Dios, las cuales habló a Moisés” (Moisés 1:1) y que le mandó que escribiera (véanse Moisés 1:40; 2:1). Sin embargo, “por motivo de la iniquidad” (Moisés 1:23), muchas de las palabras y verdades claras y preciosas que escribió se tergiversaron o perdieron y, por lo tanto, no se preservaron en el Libro de Génesis que conocemos en la actualidad (véanse Moisés 1:41; 1 Nefi 13:26–28). Por consiguiente, el Señor prometió que levantaría otro profeta en los últimos días para que restaurara las palabras de Moisés a fin de que “de nuevo [existan] entre los hijos de los hombres” (Moisés 1:41; véanse también 2 Nefi 3:5–11; Traducción de José Smith, Génesis 50:26–33 [en el Apéndice de la Combinación triple]). En cumplimiento de dicha promesa, el Señor reveló los escritos de Moisés al profeta José Smith.

¿Cuándo y dónde se escribió?

No sabemos con exactitud cuándo recibió Moisés las revelaciones que se hallan en el libro de Moisés ni dónde estaba al escribirlas. No obstante, sabemos que las sucesos que se describen en Moisés 1 ocurrieron después de que Moisés vio la zarza ardiente (véase Moisés 1:17; véase también Éxodo 3:1–4:17), pero antes de que volviera a Egipto para librar a los hijos de Israel del cautiverio (véase Moisés 1:25–26). Se ha planteado que es posible que Moisés haya escrito lo que se halla en Moisés 2–8, que corresponde a sus escritos que están en Génesis 1:1–6:13, en algún momento del siglo XV a. C. Puesto que todos los acontecimientos que figuran en Moisés 2–8 sucedieron antes de la época de Moisés, él se valió de la revelación (véase Moisés 2:1) y quizás de otros anales (véase Abraham 1:31) a fin de escribirlos.

Los escritos que se encuentran en el libro de Moisés se revelaron al profeta José Smith mientras éste trabajaba en la traducción o revisión inspirada de la versión del rey Santiago de la Biblia, entre junio de 1830 y febrero de 1831 (véanse los encabezamientos de capítulo de Moisés 1–8).

¿Por qué es necesario este escrito?

El mundo está plagado de textos innecesarios, así como de textos ilustrativos que pasan ignorados por la humanidad. Una parte de mí teme que este texto entre dentro de ambas categorías, pero hay algunas cosas que me hacen escribir este texto. Primero, la certeza de que, como se dice acerca de la Biblia (el subrayado es mío):

Y después que se quitaron estas cosas claras y de gran valor, va entre todas las naciones de los gentiles; y luego que va entre todas las naciones de los gentiles, sí, aun hasta el otro lado de las muchas aguas que has visto, entre los gentiles que han salido del cautiverio, tú ves que —a causa de las muchas cosas claras y preciosas que se han quitado del libro, cosas que eran claras al entendimiento de los hijos de los hombres, según la claridad que hay en el Cordero de Dios— a causa de estas cosas que se han suprimido del evangelio del Cordero, muchísimos tropiezan, sí, de tal modo que Satanás tiene gran poder sobre ellos. (1 Nefi 13:29).

 

Si el Libro de Moisés se restauró no en los días del Nuevo Testamento, sino en nuestros días, es porque debe ser de gran valor para nosotros. Por otra parte, Como dijo el erudito en Literatura Harold Bloom, con doctorado en textos antiguos hebreos, “El así llamado Libro de Moisés y el Libro de Abraham son los dos más sorprendentes y abandonados libros de las escrituras Santo de los Últimos Días”; punto de vista con el que coincidía H. W. Nibley. Específicamente, yo en lo particular creo que el Libro de Moisés será vital en el futuro, como una norma para la edificación de la ciudad de Sión.

Hagamos pues, capítulo a capítulo y desde mi capacidad y entendimiento personal, un acercamiento a este texto, el Libro de Moisés. Porque de eso se trata: yo solo soy Juan Pueblo, y estas palabras son solo mi personal punto de vista, hasta donde mi conocimiento y capacidad me permiten acercarme a este texto. Este escrito no es una publicación de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, ni pretende tener un valor o ser una voz oficial de la misma.


 

 

Capítulo uno

La manera en que iniciaba la Biblia

 

Dice Josep Martínez Garrido (un erudito en la Biblia) que ésta no es otra cosa que un libro escrito a lo largo de miles de años por diferentes autores y que, por lo mismo, en dicho libro podemos ver la evolución de la teología judeo-cristiana. Vale decir, que no existen Dios ni satanás, pero que si leemos con cuidado la Biblia, podemos ver cómo los judíos fueron creando a ambos personajes a lo largo de las generaciones. Desafortunadamente la Biblia, tal como la tenemos hoy día, en buena medida se presta para sustentar esa teoría. Y una de las razones que esgrimen eruditos como Martínez Garrido, es el hecho de que Satanás, o el diablo, o como lo queramos llamar, no aparece sino hasta el Libro de Job. En todo el pentateuco y en los primeros libros de la Biblia, tal como los tenemos ahora, no aparece Satanás. Quien tienta a Eva es, simplemente, una serpiente mítica que habla. Y claro: pocas cosas podrían convenir más a Satanás, que el hecho de que no se le mencione en la Biblia. Como dice en 2 Nefi 28 21-22:

Y a otros los pacificará y los adormecerá con seguridad carnal, de modo que dirán: Todo va bien en Sion; sí, Sion prospera, todo va bien. Y así el diablo engaña sus almas, y los conduce astutamente al infierno.

Y he aquí, a otros los lisonjea y les cuenta que no hay infierno; y les dice: Yo no soy el diablo, porque no lo hay; y así les susurra al oído, hasta que los prende con sus terribles cadenas, de las cuales no hay liberación.

 

El mejor arma de Satanás es hacernos creer que no existe Satanás; que no hay mal, que no hay consecuencias de nuestros actos, que somos meros animales pensantes. Y por eso es vital el primer capítulo de Moisés, el cual sería de facto el primer capítulo de la Biblia, pero que en algún momento fue eliminado. Dicho capítulo inicia con una visión que tiene Moisés, en la que Jehová le habla, tomando el lugar del Padre por investidura divina de autoridad, y le dice “He aquí, tú eres mi hijo”. Este concepto de gran valor: que somos hijos de Dios, nos da todo un marco referencial que nos ubica en lo que somos, y cuál es nuestro papel en el universo, y lo que se espera que logremos. No somos meros animales inteligentes. Somos hijos de Dios, y hay un propósito en nuestra existencia.

Ahora, en cuanto a la antigüedad de este capítulo en particular, (no faltará quien diga que es una mera invención del profeta José Smith) este texto tiene una suerte de huella digital muy particular, que lo acredita como un texto muy antiguo. Mark J. Johnson, en Chiasmus in Moses1 nos muestra eso: este capítulo cuenta con una buena cantidad de quiasmos, figura literaria común en la antigua literatura hebrea, y que se desconocía cuando el libro fue publicado. De hecho, si vemos el Libro de Moisés como un todo, queda claro que en él hay un esquema; una estructura. En el mismo se nos muestra el plan de Dios de una manera muy objetiva:

·         Capítulo 1. Somos hijos de Dios. El propósito de la existencia humana.

·         Capítulos 2 y 3. La creación

·         Capítulo 4. La caída

·         Capítulo 5. La Expiación

·         Capítulo 6. La necesidad de los primeros principios y ordenanzas del evangelio.

Es un libro increíblemente didáctico y perfectamente estructurado que nos guía, capítulo a capítulo, por lo que es el plan de salvación de nuestro Padre, mientras nos cuenta la Historia de los primeros habitantes de esta tierra.

La vida de Moisés

Volvamos a Moisés. Para cuando se escribió este libro Moisés tenía ochenta años de edad. Los primeros cuarenta años de su vida había vivido la vida de un príncipe en Egipto. El apóstol Pablo nos enseña acerca de Moisés, en Hebreos 11:24-27:

Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón, escogiendo ser afligido con el pueblo de Dios, antes que gozar de los placeres temporales del pecado. Teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía la mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de Egipto, no temiendo la ira del rey, porque se sostuvo como si estuviese viendo al Invisible.

 

Por sus convicciones, Moisés había vivido como un pastor a lo largo de otros cuarenta años, y en ese ínter había sido ordenado al sacerdocio por parte de su suegro, Jetro. Todo lo que aprendió de liderato dentro de la Iglesia, lo aprendió de su suegro, y en ese sentido vale mucho la pena leer Éxodo 18.

Así que Moisés ―por la fe― pasó de ser un príncipe, a ser un mero converso de la religión de sus ancestros, a tener esta revelación singular en que habla con El Padre Celestial mismo. Entonces la presencia de Dios se apartó de Moisés. A fin de que Moisés pudiera soportar la presencia del Padre, había sido cubierto por la gloria de Dios y al quedar a solas cayó a tierra, sin fuerzas. Por muchas horas (v. 10) Moisés no pudo recuperar sus fuerzas naturales y entonces él, el príncipe de Egipto, el discípulo del único hombre que poseía el sacerdocio en toda la tierra, se dijo a sí mismo: “Por esta causa, ahora sé que el hombre no es nada, cosa que yo nunca me había imaginado”. (v. 10).

Ahora, momentos antes el Señor le había enseñado que todos nosotros somos hijos de Dios. ¿Cómo podía ahora Moisés decir que los seres humanos no somos nada?  Yo creo que aquí se aplica lo que dice en Éter 12:27: “Y si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes…” Somos nada cuando contemplamos la eternidad. Somos de gran valor, cuando vemos nuestra relación con Dios, porque para Él somos de gran valor.

“Y aconteció que cuando Moisés hubo pronunciado estas palabras, he aquí, Satanás vino para tentarlo, diciendo: Moisés, hijo de hombre, adórame”. (v. 12). En su astucia, Satanás aquí dio un doble golpe: por una parte, tentó a Moisés a desobedecer al Señor pero, para lograrlo, hizo algo que hace con frecuencia con nosotros: trató de que Moisés olvidara quién era. No le dijo: “Moisés, hijo de Dios”, sino “Moisés, hijo de hombre”. Todos enfrentamos continuamente tentaciones y, para vencerlas, ayuda muchísimo el recordar quiénes somos. Como está escrito: “A medida que continúes enfrentando las dificultades de la vida, recuerda que cuentas con una gran protección al saber quién eres, por qué estás aquí, y a dónde vas”. (Élder Russell M. Nelson, Liahona, enero 1981, p. 86). En el v. 13 vemos que Moisés era consciente de ello: “Y sucedió que Moisés miró a Satanás, y le dijo: ¿Quién eres tú? Porque, he aquí, yo soy un hijo de Dios, a semejanza de su Unigénito. ¿Y dónde está tu gloria, para que te adore?” Moisés no solamente aprendió sobre Dios. Aprendió sobre sí mismo, su relación con Él, y su lugar dentro del plan, y todo ello es una gran lección para nosotros.

Comentar versículo a versículo todo el libro de Moisés extendería muchísimo este escrito, así que no hablaré de las cosas que aprendemos de encuentro entre Satanás y Moisés en los vv. 13 a 24. Basta decir que una vez que el enemigo común es derrotado, Moisés tiene de nuevo una visión. De hecho, si ese primer capítulo faltante del Génesis hubiera terminado allí, sería suficiente para nosotros: saber que somos hijos de Dios, que Él (y Satanás) son reales, que continuamente estamos en una lucha entre el bien y el mal, y la manera en que Moisés (y nosotros) podemos vencer al mal, es más que suficiente.

La visión del universo

Con todo, en los siguientes versículos hay todavía más conocimiento. Como decía, Moisés tiene una segunda visión. Ahora, ¿Qué es tener una visión? Una Visión es un tipo particular de revelación. Vaya, si una revelación es toda comunicación de Dios con Sus hijos sobre la tierra mediante la Luz de Cristo y el Espíritu Santo, una visión es revelación visual de algún acontecimiento, persona o cosa mediante el poder del Espíritu Santo. No es algo que uno perciba con los ojos físicos. De hecho, Moisés dice: en 1:11:

Pero ahora mis propios ojos han visto a Dios; pero no mis ojos naturales, sino mis ojos espirituales; porque mis ojos naturales no hubieran podido ver; porque habría desfallecido y me habría muerto en su presencia; mas su gloria me cubrió, y vi su rostro, porque fui transfigurado delante de él.

Vale decir, una visión es percibida con los ojos de nuestro espíritu; como dice en D. y C. 76: 12 (el subrayado es mío): “fueron abiertos nuestros ojos e iluminados nuestros entendimientos por el poder del Espíritu, al grado de poder ver y comprender las cosas de Dios”. De alguna manera se abren nuestros ojos espirituales, sí, pero esto no es solo una cuestión espiritual: tiene que ver también con el intelecto, ya que fueron “iluminados nuestros entendimientos”. Pero no solo es una cuestión cognitiva y espiritual; también influye el aspecto físico. Muchas veces, a fin de poder tener una revelación, se requiere aguzar el oído, fijar la vista, mirar atentamente (3 Nefi 11:5). En este caso en particular, Moisés tuvo que “fijar los ojos” (1:27). “Y sucedió, mientras la voz aún hablaba, que Moisés fijó los ojos y vio la tierra, sí, la vio toda; y no hubo partícula de ella que no viese, discerniéndola por el Espíritu de Dios”. Y entonces vio muchos planetas, y cada uno “se llamaba tierra, y había habitantes sobre la faz de ellas”.

Para los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Santos de los Últimos Días no hay ninguna duda al respecto: hay un sinfín de planetas creados por nuestro Padre, a través de Su Hijo. Leemos en 1:32-33: “Y las he creado por la palabra de mi poder, que es mi Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad. Y he creado incontables mundos, y también los he creado para mi propio fin; y por medio del Hijo, que es mi Unigénito, los he creado”.

Para los que gustan de la literatura de ciencia ficción, esto puede ser desmoralizador, pero la idea es esta: hay un plan de salvación, y éste aplica a todo el universo. Los planetas habitados en el universo son poblados por hermanos nuestros, creados a imagen y semejanza de Dios, tal como nosotros. Pero no solamente eso: en Alma 34:10 leemos que la Expiación de Jesucristo es infinita y eterna. Infinita, porque abarca todo espacio en el universo. Eterna, porque abarca el pasado, el presente y el futuro. Todo el universo creado por el Padre a través del Hijo, es redimido por la Expiación de Cristo, el Hijo de Dios.

El sentido de la existencia

Vale la pena subrayar tres últimos conceptos cierran este capítulo, en tres diferentes versículos:

39 Porque, he aquí, esta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.

Se podrían escribir libros enteros acerca de este simple versículo. O en otras palabras: muy probable este simple versículo resume todo lo que Dios ha revelado al hombre a lo largo de la historia de la Tierra. Nos muestra que Dios tiene un propósito y obra de acuerdo con él. Nos enseña que nuestra vida tiene un sentido; nos enseña que todo lo que hace el Padre se centra en lograr que alcancemos tanto la inmortalidad, como la vida eterna. Sin que se le mencione, resalta el papel fundamental de Jesucristo dentro del plan de Dios, dado que la inmortalidad la logramos a través de la Resurrección que Cristo, que venció la muerte física y, de la misma manera, logramos la vida eterna (vivir para siempre con Dios, como familias) a través de la Expiación del Redentor. Insisto: libros y libros se podrían escribir de este versículo, que le da un sentido a todo, y por eso Satanás no quería que estuviera en la Biblia.

 

40 Y ahora, Moisés, hijo mío, yo te hablaré acerca de esta tierra, sobre la cual te hallas; y tú escribirás las cosas que yo hablaré.

El concepto es muy significativo. ¿Cómo escribió Moisés el libro de Génesis? Dios se lo dictó palabra por palabra, y acaso esa fue su capacitación para la obra que lograría, de liberar y dar una ley a los hijos de Israel. Y el último concepto:

41 Y en el día en que los hijos de los hombres menosprecien mis palabras y quiten muchas de ellas del libro que tú escribas, he aquí, levantaré a otro semejante a ti, y de nuevo existirán entre los hijos de los hombres, entre cuantos creyeren.

El Señor le indicó a Moisés que estas partes claras y preciosas serían quitadas de la Biblia, y acaso eso estuvo bien: en Su gran sabiduría, el Padre da a cada generación de personas, la cantidad de luz que dicha generación está dispuesta a recibir. Somos increíblemente privilegiados de que este libro haya sido restaurado en nuestros días, porque allí hay conocimiento que es vital para las circunstancias que nosotros ―y nuestros descendientes, como veremos en los siguientes capítulos― viviremos en el futuro. 

 

 


 

 

Capítulo dos

La creación de la tierra

Conforme los hijos crecen, hacen preguntas que a veces pueden ser incómodas, o difíciles de responder, y uno como padre responde siempre con la verdad, pero no siempre con toda la verdad. La respuesta que uno da a sus hijos dependerá de la edad del hijo, su nivel de desarrollo o madurez, su disposición para comprender, etc. Y lo mismo sucede entre nuestro Creador y nosotros. Tenemos al menos cuatro registros diferentes de lo que fue la creación. Todos y cada uno es ligeramente diferente, y la razón es obvia: en cada registro de la creación se destacan elementos diferentes, dependiendo de a qué pueblo, dispensación, circunstancia y nivel espiritual se encontraba dicho pueblo. Lo importante es que, pese a las diferencias, no hay contradicciones entre esos diferentes relatos. Con todo, vale la pena tener en cuenta lo siguiente: “El relato de la creación de la tierra, tal como se describe en Génesis, en el Libro de Moisés y como se relata en el templo, es la creación física de la tierra, de los animales y de las plantas”. (Doctrina de Salvación, tomo I, p. 71). Vale decir, que el Libro de Abraham no encaja en este grupo: en él se nos habla de la creación espiritual, la cual fue anterior a la creación física. El capítulo dos de Moisés es el equivalente a Génesis 1, y a Abraham, capítulo 4.

¿Qué es lo que aprendemos en este segundo capítulo? Que Jesucristo, bajo la dirección del Padre, creó la Tierra y todo ser viviente que en ella hay. También aprendemos que Dios, nuestro Padre Eterno, creó a Adán y a Eva a Su imagen, que los unió en matrimonio y que les mandó multiplicarse y henchir la Tierra.

En general yo sugeriría que ambos textos se leyeran al mismo tiempo. Las semejanzas en los versículos, nos dan información, pero las diferencias son las que construyen el conocimiento. Pongo un simple ejemplo:

Génesis

Moisés

1 En el principio creó Dios los cielos y la tierra.

1 Y sucedió que el Señor habló a Moisés, diciendo: He aquí, te revelo lo concerniente a este cielo y a esta tierra; escribe las palabras que hablo. Soy el Principio y el Fin, el Dios Omnipotente; he creado estas cosas por medio de mi Unigénito; sí, en el principio creé los cielos y la tierra sobre la cual estás.

2 Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.

 

2 Y la tierra estaba sin forma, y vacía; y yo hice que la obscuridad viniera sobre la faz del abismo; y mi Espíritu obraba sobre la faz del agua, porque yo soy Dios.

 

Yo no sé si se alcanzan a ver con claridad dichas diferencias: En Génesis es Dios (el Padre) quien crea el mundo y da la impresión de que, una vez creada, la tierra estaba desordenada. En Moisés no es así: quien crea la tierra es El Padre a través del Hijo), pero crear no significa formar algo de la nada, sino que la tierra era material sin forma, vacía, y crear significa eso: dar forma a los elementos organizándolos.

No solo eso: en Génesis, una vez creada la tierra, “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”. La imagen es oscura y un poco perturbadora; difícil de entender. Se presta para creer que Dios es espíritu, o que su espíritu es independiente de Él y que, de alguna manera, se paseaba sobre los océanos. Por su parte, en Moisés aprendemos que, una vez creada la tierra, el Espíritu de Cristo obraba sobre la faz del agua, y se nos explica que la razón de ello es porque Él, Cristo, también es un Dios; es parte de la Trinidad. El Espíritu de Cristo (o Luz de Cristo), aprendemos en la GEE, es la “Energía, poder o influencia divinos que proceden de Dios por medio de Cristo y que dan vida y luz a todas las cosas. Es la ley por la cual se gobiernan todas las cosas tanto en el cielo como en la tierra (DyC 88:6–13)”.

Tanto en Moisés como en Génesis a cada uno de los períodos de la creación se le llama días. Aquí vale la pena recordar que estos “días” no tienen que ver por fuerza con nuestra manera de medir el tiempo. Como explicó el presidente Russell M. Nelson: “La creación física en sí se organizó durante etapas ordenadas de tiempo. En Génesis y en Moisés, a estas etapas se les llama días, pero en el libro de Abraham, a cada período se le llama ocasión y vez. Ya sea que se le llame un día, una ocasión o vez, o época, cada una de las fases consistió en un período entre dos eventos identificados, o sea, una división de la eternidad” (“La Creación”, Liahona, julio de 2000, pág. 103). Muchos siglos más adelante el apóstol Pedro enseñó que la manera de medir el tiempo para nuestro Padre no es la misma que la nuestra. En 2 Pedro 3: 8 leemos: “Pero, oh amados, no ignoréis esto, que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día”. Muestra de ello es que el padre le dice que Adán que no coma del fruto el árbol de la ciencia del bien y del mal, “Porque el día en que de él comieres, de cierto morirás”, y en efecto, a partir de que Adán prueba del fruto, vivió 930 años. Murió, en el tiempo del Señor, en el mismo día en que comió del fruto. ¿Cuánto duraron, entonces, los siete días de la creación? No lo sabemos. Podrían ser eones, o años, o incluso seis días como los nuestros: no hay por qué limitar el poder de un Dios omnipotente.

Por otra parte, en Moisés 3:2,3 se nos dice que el séptimo día, Dios descansó y bendijo dicho día. Yo tengo para mí que esos dos versículos deberían de darnos algo en qué reflexionar. Si el Creador del universo necesitó descansar un día, y bendijo ese día, con mayor nosotros, como un simple acto de gratitud, deberíamos guardar santo ese día. Finalmente, como siempre, los mandamientos no son una restricción; nos son dados a manera de bendición; para nuestro beneficio. Dedicar un día de la semana a detener nuestro ritmo de vida, a fin de poder reflexionar, acercarnos a Dios, a lo sagrado, es una bendición enorme. Luego tenemos estos los versículos 4 y 5 (como siempre en los versículos, el subrayado es mío):

Y ahora bien, he aquí, te digo que estos son los orígenes del cielo y de la tierra, cuando fueron creados, el día en que yo, Dios el Señor, hice el cielo y la tierra; y toda planta del campo antes que existiese en la tierra, y toda hierba del campo antes que creciese. Porque yo, Dios el Señor, creé espiritualmente todas las cosas de que he hablado, antes que existiesen físicamente sobre la faz de la tierra. Pues yo, Dios el Señor, no había hecho llover sobre la faz de la tierra. Y yo, Dios el Señor, había creado a todos los hijos de los hombres; y no había hombre todavía para que labrase la tierra; porque los había creado en el cielo; y aún no había carne sobre la tierra, ni en el agua, ni en el aire;

 

Vale decir, lo que se dijo anteriormente tiene que ver con la creación espiritual de las cosas, minerales, vegetales o animales; la creación espiritual de todo lo que tiene vida, porque todo lo que está vivo se compone de esos dos elementos, el espíritu y el cuerpo. Como dice en D. y C. 88:15: “Y el espíritu y el cuerpo son el alma del hombre”. Y entonces, una vez realizada esa creación espiritual, viene la creación física o corporal de la tierra. El orden de la creación física es diferente de la creación espiritual. Primero se creó al hombre (v. 7). Después se creó el reino vegetal (v. 9).

Aquí algo muy interesante. Cito el final del v. 9: “…Y yo, Dios el Señor, también planté el árbol de la vida en medio del jardín, y asimismo el árbol de la ciencia del bien y del mal.” Hay dos cosas que vale la pena subrayar: Primero, dejar claro algo que no sé ni cómo se coló al imaginario popular: que Adán y Eva habían comido una manzana y por ello habían sido castigados. Y no: claramente se señala que en el jardín de Edén había dos árboles que hoy día no están en la tierra. El primero era el árbol de la vida, el segundo el del conocimiento del bien y del mal. El profeta Lehi nos ilustra al respecto: “…era menester una oposición; sí, el fruto prohibido en oposición al árbol de la vida, siendo dulce el uno y amargo el otro. Por lo tanto, el Señor Dios le concedió al hombre que obrara por sí mismo. De modo que el hombre no podía actuar por sí a menos que lo atrajera lo uno o lo otro”. (2 Nefi 2: 15-16). Por supuesto, no tenemos muchos detalles como para afirmar esto, pero parecería que el árbol de la ciencia del bien y del mal era así: apetecible, aunque sus consecuencias (la entrada de la muerte física y espiritual al hombre) no lo fueran tanto, mientras que el otro árbol era lo opuesto: era amargo al gusto, y por eso Adán y Eva no probaron de él, aunque sus consecuencias (la inmortalidad) a algunos puedan parecer muy deseables.

Ahora, un aspecto más. Como se le mostró a Moisés, antes de la creación de esta tierra, Dios había creado mundos sin fin. No sabemos si en todos los mundos hay todos los ecosistemas, pero parece que cuando hablamos de una “creación”, no estamos hablando de partir de cero en cada nueva tierra. El versículo lo dice claramente: “…Y yo, Dios el Señor, también planté el árbol de la vida en medio del jardín, y asimismo el árbol de la ciencia del bien y del mal.” No habla de “crear”, o “formar”, sino de plantar algo que ya existía de antemano en alguna otra esfera. Regresemos a Moisés 3: 15-17:

Y yo, Dios el Señor, tomé al hombre y lo puse en el Jardín de Edén para que lo cultivara y lo guardara. Y yo, Dios el Señor, le di mandamiento al hombre, diciendo: De todo árbol del jardín podrás comer libremente, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás. No obstante, podrás escoger según tu voluntad, porque te es concedido; pero recuerda que yo lo prohíbo, porque el día en que de él comieres, de cierto morirás.

 

El v. 15 es muy claro: el trabajo es parte inherente al plan del Padre. No es algo que haya venido con la caída, sino que Adán fue puesto en el Jardín de Edén para cultivarlo, para trabajar en él, porque es a través de la práctica que aprendemos.  Finalmente, el hecho claro de que el mismo día que Adán comiera, iba a morir.

La tercera cosa en ser creada fueron los animales (vv. 18-19) y, finalmente, la creación culmina con la creación de la mujer (vv. 21-24). Aquí conviene recordar las palabras del presidente Spencer W. Kimball: El Señor… [unió] a Adán y a Eva, Su primer varón y Su primera mujer en esta Tierra, y efectuó una ceremonia santa de casamiento para unirlos como marido y mujer. Ellos eran muy diferentes en su constitución y debían desempeñar funciones diferentes. No bien hubo efectuado la ceremonia, Él les dijo: ‘Multiplicaos; y henchid la tierra y sojuzgadla; y tened dominio’ (Génesis 1:28)” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Spencer W. Kimball, 2006, pág. 213).

No me he querido detener mucho en esta etapa, la Creación. Doy por sentado que el lector tiene estas cosas claras en su mente, y yo quiero avanzar en este tema tan prontamente como se pueda. Solo quiero agregar una cita, para terminar: “En su magnificencia, el planeta Tierra es parte de algo aún más grandioso: es parte del gran plan de Dios. Abreviando, la Tierra se creó para que las familias fuesen”. (Russel M. Nelson en “La Creación”, pág. 104). Este es un concepto que no debemos olvidar: El sagrado plan de nuestro Padre fue elaborado pensando en función de familias. Como está escrito: “La familia es ordenada por Dios. El matrimonio entre el hombre y la mujer es esencial para Su plan eterno”.


 

 

Capítulo tres

La caída de Adán y Eva

 

Una vez más: yo siempre sugeriría que se leyeran al mismo tiempo Génesis y Moisés, cotejando semejanzas y diferencias versículo a versículo: es así como construimos conocimiento. Mientras mayor sea la diferencia, es más grande lo que aprendemos. En nuestra Biblia, tal como la tenemos actualmente, en Génesis tres faltan los primeros cuatro versículos de este capítulo, a saber:

1 Y yo, Dios el Señor, le hablé a Moisés, diciendo: Ese Satanás, a quien tú has mandado en el nombre de mi Unigénito, es el mismo que existió desde el principio; y vino ante mí, diciendo: Heme aquí, envíame a mí. Seré tu hijo y redimiré a todo el género humano, de modo que no se perderá ni una sola alma, y de seguro lo haré; dame, pues, tu honra.

 

Este versículo define perfectamente bien lo que para el Padre quiere decir “el principio”. El principio no quiere decir el origen de esta tierra. Cuando en las escrituras se habla de “el principio”, se refiere a una existencia previa a nuestra vida mortal, en donde existíamos como espíritus, en la presencia de Dios. Allí Lucifer presentó un plan diferente al de nuestro Padre. Un plan que no era de salvación, sino que implicaba que nuestro tránsito por la tierra sería mucho más seguro y más fácil: eliminar el albedrío del hombre a fin de que el mismo no pudiera pecar. Ahora, ¿Cómo se le quita el albedrío a los hombres? Hay varias maneras: Se podría eliminar una oposición a todas las cosas: quitar lo malo, lo desagradable, lo doloroso. O bien, se podría eliminar la ley, a fin de que todo ―lo bueno y lo malo― fuera permitido y tuviera el mismo valor. Una tercera opción sería eliminar el conocimiento del bien y del mal, de tal manera que la humanidad fuera como niños pequeños, en una inocencia permanente, sin nunca llegar a una edad de responsabilidad. O, finalmente, simplemente eliminando la capacidad de decidir, con una ley tan severa, que impidiera que los hombres pudieran elegir lo malo. Si nos ponemos a reflexionar en cualquiera de estas opciones (o alguna otra, si la hay), todas tienen una gran carencia: cierto, pueden proteger al hombre en contra del pecado, pero ninguna de ellas le da genuino crecimiento. Para que exista genuino desarrollo, es preciso que el ser humano tenga albedrío. El profeta José Smith declaró:

Los principios fundamentales de nuestra religión son el testimonio de los apóstoles y profetas concernientes a Jesucristo: que murió, fue sepultado, se levantó al tercer día y ascendió a los cielos; y todas las otras cosas que pertenecen a nuestra religión son únicamente dependencias de esto. (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 141.)

 

Esta declaración es fundamental: el plan de Dios tiene como eje la Expiación de Cristo, sí, pero tiene por cimiento ese principio sagrado: el del albedrío. En la batalla que hubo en los cielos antes que la tierra fuera hecha, Dios prefirió que una tercera parte de sus hijos se perdiera, antes que privarles de su albedrío. Y precisamente en los siguientes versículos el Padre Eterno le sigue explicando a Moisés el principio del albedrío moral y lo que aconteció en esa existencia premortal:

 2 Pero, he aquí, mi Hijo Amado, que fue mi Amado y mi Escogido desde el principio, me dijo: Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre.

3 Pues, por motivo de que Satanás se rebeló contra mí, y pretendió destruir el albedrío del hombre que yo, Dios el Señor, le había dado, y que también le diera mi propio poder, hice que fuese echado abajo por el poder de mi Unigénito;

4 y llegó a ser Satanás, sí, el diablo, el padre de todas las mentiras, para engañar y cegar a los hombres y llevarlos cautivos según la voluntad de él, sí, a cuantos no quieran escuchar mi voz.

 

Por supuesto, entre los versículos tres y cuatro se dio la batalla en los cielos de que habla Juan en el Apocalipsis, capítulo 12. Ahora, creo que vale la pena detenernos aquí para hablar de la palabra que marqué en negrillas, por la relevancia que esto tendrá más adelante. Un aspecto que va a estar muy marcado en el Libro de Moisés es la paternidad. Como ya hemos dicho, una manera natural de vernos a nosotros como hijos de hombres. Simples seres humanos o, incluso peor, “animales inteligentes”. Y lo primero que el Padre le enseñó a Moisés es que eso no es cierto. No somos “animales racionales”, no. Somos hijos de Dios. Cuando nos vemos desde esa perspectiva, hemos dado el salto cualitativo desde el materialismo, hacia ese nivel superior, una perspectiva espiritual y eterna de la existencia humana; un nivel en el que ejerceremos nuestro albedrío moral para envilecernos, o para crecer. Vale decir, una vez que tomamos conciencia de ser hijos de Dios, si nosotros lo permitimos, Satanás, puede envolvernos en sus mentiras, engañarnos, cegarnos y llevarnos cautivos según su voluntad, si nosotros no estamos dispuestos a escuchar la voz del Padre. Entonces nos volvemos hijos de Satanás. En ese sentido es sumamente ilustrativo el capítulo 8 de Juan, Todo el capítulo, que tiene que ver con este tema: el linaje espiritual, el ser un hijo de Dios, o un hijo del convenio (un hijo de Abraham, decían los judíos), pero Jesús responde lo siguiente:

Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de sí mismo habla, porque es mentiroso y padre de la mentira. (Juan 8:44)

 

Por otra parte, como veremos más adelante, cuando alguien toma conciencia de ser un hijo de Dios, está en una posición tal, que puede nacer de Dios, o nacer de nuevo, como lo define la GEE: “Ocurre cuando el Espíritu del Señor efectúa un gran cambio en el corazón de una persona, de manera que ya no tiene más deseos de obrar mal, sino de seguir las vías de Dios.” Y es entonces cuando se aplican las palabras del rey Benjamín:

Ahora pues, a causa del convenio que habéis hecho, seréis llamados progenie de Cristo, hijos e hijas de él, porque he aquí, hoy él os ha engendrado espiritualmente; pues decís que vuestros corazones han cambiado por medio de la fe en su nombre; por tanto, habéis nacido de él y habéis llegado a ser sus hijos y sus hijas. (Mosíah 5: 2-7).

 

Ahora, esto es vital porque más adelante este va a llegar a ser un trasfondo social en los siguientes capítulos del Libro de Moisés, como llegará a ser un trasfondo social, político y económico en nuestras vidas, porque el Libro de Moisés tiene que ver con la manera en que se edificó la ciudad de Sion, y dicho texto fue restaurado en nuestros días, porque en los mismos volveremos a edificar la ciudad de Sión, y viviremos circunstancias semejantes.

Volvamos al texto. De nuevo, en los siguientes versículos notamos muchas diferencias:

Génesis

Moisés

1 Ahora bien, la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho, la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de ningún árbol del huerto?

5 Ahora bien, la serpiente era más astuta que cualquiera de las bestias del campo que yo, Dios el Señor, había hecho.

 

6 Y Satanás incitó el corazón de la serpiente (porque se había llevado a muchos en pos de él), y procuró también engañar a Eva, porque no conocía la mente de Dios, de manera que procuraba destruir el mundo.

 

7 Y dijo a la mujer: ¿Conque Dios ha dicho: No comeréis de todo árbol del jardín? (Y hablaba por boca de la serpiente).

 

Y así, cuando se eliminó de la Biblia el versículo seis, se eliminó de la misma toda la doctrina de la caída en el Antiguo Testamento. Dejo la definición de la caída en la GEE:

El proceso mediante el cual el hombre se volvió mortal sobre esta tierra. Cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido, sus cuerpos se hicieron mortales, esto es, sujetos al pecado y a la muerte. Adán fue la “primera carne” sobre la tierra (Moisés 3:7). Las revelaciones de los últimos días aclaran que la Caída es una bendición para la humanidad y que se debe honrar a Adán y a Eva como los primeros padres de todo el género humano.

La Caída era un paso necesario en el progreso del hombre. Dios, sabiendo que ocurriría la Caída, ya en la vida preterrenal había dispuesto lo necesario para que hubiera un Salvador. Jesucristo vino en el meridiano de los tiempos para expiar la Caída de Adán y también los pecados individuales del hombre, con la condición de que este se arrepienta.

No ahondo más en la doctrina de la caída. Quiero creer que tú, amable lector, atenta lectora, la conoces bien y, si no es así, siempre puedes contactarme y con gusto la explico en detalle.

Una de las grandes bendiciones de tener el Libro de Moisés es que podemos tener una visión clara y panorámica de ese maravilloso rompecabezas que es el plan de salvación. El plan de Dios implicaba una creación, una caída, una redención y, para que ésta funcionara en nuestra vida, era necesario que hubiera ordenanzas y convenios que recibiríamos de manera gradual conforme a nuestro progreso espiritual, a fin de que pudiéramos perfeccionarnos a fin de poder regresar a la presencia del Padre.

Por otra parte, vale la pena mencionar que gracias a la versión del Libro de Moisés tenemos una percepción clara de que la serpiente no es un animal mítico, sino que de facto era más astuta que el resto de las bestias que el Señor había creado, que Satanás se había llevado a muchos animales en pos de él (pienso en las moscas y los mosquitos, por ejemplo), pero que de tal manera la serpiente estaba cercana a Satanás, que él se posesionó de ella y habló a Adán y a Eva a través de la boca de la serpiente. Ahora, y para terminar este capítulo, ¿cómo te imaginas tú que era vivir en el Jardín de Edén? Por favor hazte una imagen mental antes de pasar al siguiente párrafo.

Ya vimos que Adán y Eva habían sido puestos en Jardín para cultivarlo y cuidarlo. Cierto: no había cardos, sequías, enfermedades, cansancio (Moisés 4:24-25). Se trabajaba dentro de un ecosistema muy agradable ¿Pero qué otra cosa hacían Adán y Eva? Si consideramos que la gloria de Dios es la inteligencia (D. y C. 93: 36), es evidente que en sus ratos libres Adán y Eva no estaban ociosos. Continuamente aprendían. ¿Qué? Más adelante veremos que al ser expulsados del jardín, Adán y Eva sabían leer y escribir (6:46); sabían coser y diseñar ropa (4:13). Adán no era un ser rústico, salvaje. Era un hombre culto y refinado, como corresponde a quien ha sido enseñado por el Padre mismo.


 

 

Capítulo cuatro

Ordenanzas y convenios

Yo no me puedo imaginar la tristeza de Adán al salir del paraíso y conocer el polvo, la mugre, el hambre, el cansancio, la enfermedad, la pobreza, la necesidad. Eso ha de haber sido un golpe fuertísimo. Yo no sé si al principio ellos como pareja lloraron mucho. O si en algún momento Adán y Eva se recriminaron el uno al otro por causa de su situación, pero sinceramente no solamente no lo creo, sino que creo que ambos han de haber velado por el bienestar físico y emocional el uno del otro. Me explico: en muchas partes de las Escrituras se nos indica que Adán, en su estado premortal no era otro que el arcángel Miguel. Vaya, no era cualquier persona. Era un ser grandioso y poderoso desde antes de nacer, y Eva no era un ser menor. Yo tengo para mí que deberíamos sentir un hondo respeto por ellos dos, nuestros grandiosos ancestros, y este capítulo del Libro de Moisés nos hablan de esos primeros años fuera del Jardín de Edén.

Ahora, si en el capítulo anterior faltaban los primeros cuatro versículos a la Biblia con respecto al Libro de Moisés, en este capítulo cinco faltan los primeros quince versículos, los cuales nos dan mucha luz en cuanto a lo que fue la vida de Adán y Eva en este mundo caído donde vivimos. Todo el shock de ser echados del jardín, la angustia, el dolor, se encuentran en el sólido estoicismo con el que simplemente empezaron a trabajar y a comer el pan con el sudor de su frente. Para mi gusto es maravilloso ver la entereza de Adán, y todavía más la de “Eva, su esposa”, quien “también se afanaba con él”.

Las ordenanzas nos llevan a Cristo

Entonces ―y esto es muy importante― ellos tienen una primera generación de hijos e hijas. El tiempo pasa, los hijos crecen y empezaron a separarse en parejas y ellos a su vez engendraron hijos. Fue así como la tierra se fue poblando. Adán y Eva habían sido expulsados del Jardín, pero ellos continuaron orando a Dios. La voz del Señor les habló desde el jardín de Edén,

5 Y les dio mandamientos de que adorasen al Señor su Dios y ofreciesen las primicias de sus rebaños como ofrenda al Señor. Y Adán fue obediente a los mandamientos del Señor.

6 Y después de muchos días, un ángel del Señor se apareció a Adán y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios al Señor? Y Adán le contestó: No sé, sino que el Señor me lo mandó.

7 Entonces el ángel le habló, diciendo: Esto es una semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre, el cual es lleno de gracia y de verdad.

8 Por consiguiente, harás todo cuanto hicieres en el nombre del Hijo, y te arrepentirás e invocarás a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás.

 

Yo creo que esto es vital: usualmente una ordenanza es el medio a través del cual recibimos un convenio. Adán había recibido una ordenanza, pero no un convenio. Una vez que recibe una instrucción, la ordenanza cumple su función: la de mantener en la memoria el contenido del convenio. Las ordenanzas en ese sentido son una bendición, porque son una ayuda para continuamente recordar el significado de los convenios que hemos hecho. Adán todavía no había hecho convenios, pero esta ordenanza la ayudaba a “ha[cer]todo cuanto hicier[a] en el nombre del Hijo, y [a arrepentirse e invocar] a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás”

Entonces Adán recibió el Espíritu Santo, y entendió que las ordenanzas habilitan la Expiación en nuestra vida. No sé qué pueda parecer esto para el lector, pero para mi gusto, esta es una escena gloriosa: Adán recibe un mandamiento. No entiende por qué o para qué sirve, pero él obedece con una fe perfecta, y cuando el ángel le pregunta que por qué lo hace, dice: “No sé, sino que el Señor me lo mandó” y, cuando el ángel le explica, entonces Adán entiende que todo lo que ha hecho tiene un propósito, que su vida tiene un sentido y entonces (vv. 10 y 11) Adán y Eva entienden que la caída tenía un propósito, que todo era para su beneficio y el de nosotros, su descendencia, y entonces se registra la maravillosa oración de gratitud de ambos a causa de la transgresión en el Jardín, porque ambos entienden la función de la caída en el contexto de todo el plan de salvación, y agradecen por haber caído.

La primera generación de hijos

Todos tenemos muchos roles sociales en esta vida. Incluso ellos dos. Eran pareja, eran hijos de Dios, eran siervos del Señor, pero también eran padres de familia. En los vv. 12-13 leemos:

12 Y Adán y Eva bendijeron el nombre de Dios, e hicieron saber todas las cosas a sus hijos e hijas.

13 Y Satanás vino entre ellos, diciendo: Yo también soy un hijo de Dios; y les mandó, y dijo: No lo creáis; y no lo creyeron, y amaron a Satanás más que a Dios. Y desde ese tiempo los hombres empezaron a ser carnales, sensuales y diabólicos.

Y de nuevo, no podemos imaginar el dolor de esta pareja, al esforzarse con todo su corazón por criar buenos hijos, y que absolutamente ninguna de esa primera generación de hijos se salvara. Con todo, hay un hecho allí que me impresiona muchísimo: el que Satanás simplemente dijera: “No lo creáis”, y eso bastó para que ellos no lo creyeran. Y me impresiona no solo por la increíble capacidad de convencimiento de nuestro enemigo común, sino porque al menos yo en mi vida he sentido ese poder de convencimiento muchas veces en mi vida. Ahora, ¿por qué Adán y Eva no cayeron? Porque ya habían caído en una ocasión. Ya habían decidido que ellos no iban a caer; habían ―como diría el apóstol Pedro miles de años después― procurado hacer firme su vocación y elección (véase 2 Pedro 1: 10) y acaso esa una de los principales recursos que tenemos para vencer en la lucha continua entre el bien y el mal: el decidir de antemano que no vamos a escuchar la voz del maligno, y determinar no ceder, con toda nuestra voluntad.

La segunda generación de hijos

El tiempo pasa. Para el versículo 16 ha pasado mucho tiempo. Adán y Eva vuelven a concebir un hijo. Un hijo que va a ser el primero de su segunda generación de hijos.

16 Y Adán y Eva, su esposa, no cesaron de invocar a Dios. Y Adán conoció a Eva, su esposa, y ella concibió y dio a luz a Caín, y dijo: He adquirido un varón del Señor; por tanto, tal vez este no rechace sus palabras. Mas he aquí, Caín no escuchó, y decía: ¿Quién es el Señor, para que tenga que conocerlo?

Por lo que leemos aquí, el nombre “Caín” fue seleccionado por Eva y se nos dice expresamente que en la raíz etimológica del idioma adámico, “Caín”, quiere decir “posesión”, y que el anhelo de Adán y Eva era que su hijo se consagrara al Señor. Es evidente que ese deseo no superficial, ni pasajero. Es claro que Adán y Eva hicieron todo lo que pudieron para criar a su hijo de tal manera, que él conociera al Señor, pero en la respuesta de Caín es clara la soberbia, el orgullo, el autoritarismo con que contesta, cuestionando, y que se verá de nuevo en ese: “¿Soy acaso yo, el guarda de mi hermano?”. Con todo, es claro que Caín llegó a tener el sacerdocio: por una parte, porque oficiaba sacrificios y, por otra, porque podía dialogar con Dios (véase D. y C. 84:22).

Caín ya es un adulto que es poseedor del sacerdocio, pero va en un camino acelerado hacia la apostasía. Vive con una actitud crítica ante el evangelio, para cuando Adán y Eva conciben de nuevo y nace Abel. Si ponemos atención, el tema siguen siendo las ordenanzas, su propósito, su validez. En la Biblia, tal como la tenemos actualmente, los hechos se desarrollan de la siguiente manera:

2 Y después dio a luz a su hermano Abel. Y fue Abel pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra.

3 Y aconteció, andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová.

4 Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, y de su grosura. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda;

5 mas no miró con agrado a Caín ni a la ofrenda suya. Y Caín se ensañó en gran manera y decayó su semblante.

 

Por su parte, en el Libro de Moisés aprendemos que es Satanás quien le indica a Caín que haga un sacrificio. La ofrenda de Abel fue bien recibida porque era exactamente el tipo de ofrenda que el Señor había requerido. El ofrecer las primicias de los rebaños era un símbolo del sacrificio del Cordero de Dios (Moisés 5:7). Como enseñó el profeta José Smith:

El profeta José Smith enseñó: ““Por la fe en esta Expiación o plan de redención, Abel ofreció a Dios un sacrificio aceptable de las primicias del rebaño. Caín ofreció del fruto de la tierra, y no fue aceptado, porque no pudo hacerlo con fe; no podía tener fe ni podía ejercer una fe que se opusiera al plan celestial. Para expiar por el hombre, era necesario el derramamiento de la sangre del Unigénito, porque así lo disponía el plan de redención; y sin el derramamiento de sangre no había remisión; y en vista de que se instituyó el sacrificio como símbolo mediante el cual el hombre habría de discernir el gran Sacrificio que Dios había preparado, no se podría ejercer la fe al ofrecer un sacrificio contrario, porque la redención no se pagó de esa manera, ni se instituyó el poder de la Expiación según ese orden. Por consiguiente, Caín no pudo haber tenido fe, y, lo que no se hace por la fe, es pecado. Pero Abel ofreció un sacrificio aceptable mediante el cual recibió testimonio de que era justo, y Dios mismo le testificó de sus dones [véase Hebreos 11:4]”. (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 63).

 

Nosotros no podemos alterar o determinar la naturaleza de los convenios o las ordenanzas. Éstos son fijados siempre por el Padre. De hecho es significativo que en Libro de Moisés, 5:20, 21: “Y el Señor miró con agrado a Abel y su ofrenda; mas no miró con agrado a Caín y su ofrenda. Ahora bien, Satanás sabía esto, y se alegró”. Entonces viene un diálogo sumamente significativo entre el Señor y Caín. En pocas partes de las Escrituras el Señor habla de una manera tan directa.

22 Y el Señor le dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado? ¿Por qué ha decaído tu semblante?

23 Si haces lo bueno, serás aceptado; y si no haces lo bueno, el pecado está a la puerta, y Satanás desea poseerte; y a menos que escuches mis mandamientos, te entregaré, y será hecho contigo según la voluntad de él. Y tú te enseñorearás de él,

24 porque desde ahora en adelante tú serás el padre de sus mentiras; serás llamado Perdición; porque también tú existías antes que el mundo.

 

Es importante entender dónde estaba originalmente Caín, para entender hasta qué grado estaba cayendo. Los hijos de perdición, son los hijos de Caín. Caín no podía calificar para entrar en esa categoría si no negara el Espíritu. No podía negar el Espíritu si los Cielos no le hubieran sido abiertos. Esto no habría podido suceder, si no tuviera el sacerdocio. Vaya: A veces pensamos que la historia de Caín y Abel es solo una pelea por celos entre dos hermanos, que se sale de control. Y no, no es exactamente así. Es la historia de un hermano que llega a ser Perdición, porque desde el principio (i.e., desde la vida premortal) Caín era tan malo como Lucifer, pero fingió apoyar el plan del Padre solo para poder tener un cuerpo. Mutatis mutandis, la relación que existe entre el Padre y el Hijo, sería la relación que existiría entre Satanás y Caín, y esto es tan importante que Moisés nos narra todo esto en detalle. En los siguientes capítulos la caída de Caín se precipita todavía más: Caín se encoleriza (v. 26). Deja de escuchar al Señor. Deja de escuchar a Abel, quien le llamaba al arrepentimiento y era su ejemplo. Y no solo eso, sino que se casa con una de sus sobrinas, vale decir, una de las hijas de sus hermanos que no había querido obedecer el evangelio. Una mujer que “ama[ba] a Satanás más que a Dios”. (v. 28).

Las ordenanzas del mal

Volvamos al v. 24: “Y tú te enseñorearás de él, porque desde ahora en adelante tú serás el padre de sus mentiras; serás llamado Perdición; porque también tú existías antes que el mundo.” Satanás (y Caín) fueron mentirosos desde el principio (i.e., desde la vida premortal). De alguna manera ambos son el padre de todas las mentiras. Son hábiles en engañar, en usurpar, en coptar la verdad. El presidente Joseph Fielding Smith describió uno de los métodos de Satanás: “Satanás es un hábil imitador, y a medida que se da al mundo en abundancia la verdad genuina del evangelio, empieza él a esparcir la moneda falsificada de la doctrina falsa”. (En (“Satanás, el gran impostor”, Liahona, octubre de 1971, pág. 32). Nuestro Padre Celestial nos da revelaciones (es decir, comunicación espiritual de Espíritu a espíritu), y lo mismo hace Satanás. Por supuesto, a la comunicación Divina le llamamos “revelación”, mientras que a la comunicación de enemigo común les llamamos “tentaciones”. De la misma manera, nuestro Padre nos da las ordenanzas y convenios que nos permiten volver a Su presencia. Pero lo que nos enseña Moisés es que Satanás también tiene poder, y también revela sus propios convenios a sus seguidores, con el propósito de degradar, aprisionar y envilecer a toda alma. Leemos en los siguientes versículos:

29 Y Satanás le dijo a Caín: Júrame por tu garganta, y si lo revelas morirás; y juramenta a tus hermanos por sus cabezas y por el Dios viviente, a fin de que no lo digan, porque si lo revelan, de seguro morirán; y esto para que tu padre no lo sepa; y este día entregaré a tu hermano Abel en tus manos.

30 Y Satanás juró a Caín que obraría de acuerdo con sus mandatos. Y todas estas cosas se hicieron en secreto.

31 Y Caín dijo: Verdaderamente yo soy Mahán, el maestro de este gran secreto, a fin de que yo pueda asesinar y obtener lucro. Por tanto, Caín fue llamado Maestro Mahán, y se gloriaba de su iniquidad.

32 Y Caín salió al campo y habló con Abel, su hermano. Y aconteció que mientras estaban en el campo, Caín se levantó contra Abel, su hermano, y lo mató.

 

Estos versículos son sumamente ilustativos: Caín hace convenios que de alguna manera tienen un carácter sagrado (pero inverso): hacen juramentos secretos “por el Dios viviente”, pero los hacen con propósitos malignos. Es el origen de las combinaciones secretas, o sociedades secretas: personas que se asocian a fin de protegerse para asesinar y obtener lucro. Entonces Caín es reconocido entre sus hermanos mayores de la primera generación como un Maestro Mahán. ¿Qué es ser un Maestro Mahán? Es ser el dueño de ese secreto que permite convertir la vida humana en riqueza, propiedad u honores. ¿Quiénes son Maestro Mahán en nuestros días? Los altos directivos de sociedades secretas, partidos políticos, grupos de narcotraficantes, secuestradores, terroristas, partidos políticos los cuales frecuentemente, como Caín, se gloría[n] de su iniquidad.

Ahora, uno podría preguntarse: ¿qué hace esto aquí? ¿Por qué lo incluyó Moisés en su registro? Primero, creo, para advertirnos. Para que tengamos cuidado de no caer en estas sociedades secretas. Por otro lado, hay una enseñanza particular ahí. En el siguiente versículo, leemos:

“33 Y Caín se glorió de lo que había hecho, diciendo: Estoy libre; seguramente los rebaños de mi hermano caerán en mis manos”.

Una y otra vez me ha tocado ver esto a lo largo de mi vida: alguien se deja sujetar a la voluntad del diablo, y cuando está más en el cautiverio (porque el pecado esclaviza), en medio de su engaño, atrapado para su destrucción, irónica y paradójicamente exclama: “¡Estoy libre!”. A consecuencia de su asesinato Caín recibe una maldición de parte del Señor. Él, que era agricultor, ya no cosecharía abundantemente. Tampoco podría convivir con los hijos de Adán. Caín se queja de que quien lo vea lo va a matar. El Señor le responde:

40 Y yo, el Señor, le dije: Quienquiera que te mate, siete veces se tomará en él la venganza. Y yo, el Señor, puse una marca sobre Caín, para que no lo matara cualquiera que lo hallase.

41 Y Caín fue desterrado de la presencia del Señor, y con su esposa y muchos de sus hermanos habitó en la tierra de Nod, al oriente de Edén.

 

Nos queda claro que su castigo no es la inmortalidad. Claramente en estos versículos citados se le dice que nadie lo va a matar, pero no que no va a morir. Es claro que podía morir de una enfermedad, de viejo, de un accidente, etc. Así que Caín y quien simpatizaba con él, viajan hacia el Este de Edén. En los siguientes versículos pasan cinco generaciones entre los descendientes de Caín. En Génesis 4: 19 y ss., leemos:

19 Y Lamec tomó para sí dos esposas; el nombre de una era Ada, y el nombre de la otra, Zila.

20 Y Ada dio a luz a Jabal, el que fue padre de los que habitan en tiendas y crían ganados.

21 Y el nombre de su hermano era Jubal, el que fue padre de todos los que tocan arpa y flauta.

22 Y Zila también dio a luz a Tubal-caín, artífice de toda obra de metal y de hierro; y la hermana de Tubal-caín fue Naama.

23 Y dijo Lamec a sus esposas:Ada y Zila, oíd mi voz,esposas de Lamec, escuchad mis palabras:A un hombre maté por mi heriday a un joven por mi golpe.

24 Si siete veces será vengado Caín,Lamec en verdad setenta veces siete lo será.

 

En el Libro de Moisés esta historia un tanto oscura se nos explica en detalle:

49 porque Lamec había hecho un pacto con Satanás, a la manera de Caín, por lo que él llegó a ser Maestro Mahán, dueño del gran secreto que Satanás administró a Caín; e Irad hijo de Enoc, habiendo descubierto el secreto de ellos, empezó a divulgarlo entre los hijos de Adán;

50 por lo que Lamec, lleno de ira, lo mató; no como Caín a su hermano Abel, con el fin de obtener lucro, sino por causa del juramento.

51 Porque desde los días de Caín hubo una combinación secreta, y hacían sus obras en la obscuridad, y conocía cada cual a su hermano.

52 Por tanto, el Señor maldijo a Lamec y a su casa, y a todos los que habían hecho un pacto con Satanás, porque no guardaron los mandamientos de Dios y desagradó esto a Dios y no los ministró; y sus obras eran abominaciones, y empezaron a esparcirse entre todos los hijos de los hombres. Y esto estaba entre los hijos de los hombres.

 

De nuevo, vale la pena subrayar que Moisés registró todo esto con el propósito de advertirnos en cuanto al peligro de unirnos a estos grupos secretos que se juramentan, los cuales se reconocen entre ellos mismos por saludos o señas secretas; y para marcar que así como hay pactos, convenios y ordenanzas con Dios, hay quien los realiza con Satanás.

Con todo, a partir de este momento hay algo que destaca en el resto del libro. En el resto del texto vamos a tener tres autores: Adán, Enoc y el mismo Moisés. Y los tres van a poner especial énfasis en el aspecto social de aquellos años, y que tienen un parangón con nuestros días. Porque por algo se nos cuenta de lo que aconteció en ese entonces: porque todo ello tiene una aplicación a nosotros. Es sumamente significativo que en los siguientes cuatro versículos hay una frase que se repite, versículo a versículo: “Los hijos de los hombres”. Los siguientes tres versículos nos permiten entender con claridad qué debemos entender por “Los hijos de los hombres”:

55 Y así empezaron a prevalecer las obras de tinieblas entre todos los hijos de los hombres.

56 Y Dios maldijo la tierra con penosa maldición; y se llenó de ira contra los inicuos, contra todos los hijos de los hombres que había creado;

57 porque no querían escuchar su voz, ni creer en su Hijo Unigénito, aquel que él declaró que vendría en el meridiano de los tiempos, que fue preparado desde antes de la fundación del mundo.

 

Los hijos de los hombres son el hombre natural (véase Mosíah 3:19); aquellos cuya mente es carnal y cuya vida es mundana. Si tuviéramos que plantear una clasificación entre los hijos de Adán en aquellos días, dividiríamos a la humanidad en los siguientes cinco grandes grupos:

1.      Los hijos de Dios. Por una parte están los hijos de Dios, vale decir, aquellos que hacen convenios con Dios y se esfuerzan por vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios.

2.      Los hijos de los hombres, a saber, aquellos que no quieren escuchar la voz del Señor, ni creer en su Hijo Unigénito.

3.      La sociedad de Caín. Ellos son los que vivían en sociedades secretas, en gran maldad, tratando de ser todos el Maestro Mahán, asesinando, oprimiendo, robando, saqueando y, sobre todo, siempre seduciendo a los hijos de los hombres y a los hijos de Dios para que se unan a ellos.

4.      Conversos arrepentidos. Ahora, estas divisiones no son permanentes ni inamovibles: el capítulo finaliza diciéndonos que Adán velaba por su descendencia, y se esforzaba (vv. 58 y 59) por predicar el evangelio a su posteridad

5.      Gigantes. De la misma manera, más adelante veremos que algunos de los hijos de Dios perdieron su alta condición, apostataron, y formaron otro grupo social, todavía peor que los anteriores. Moisés los llama “gigantes”. Yo no sé si ellos serán hijos de perdición. No se nos dice mucho acerca de ellos, pero ya volveremos con ellos más adelante.

 

Una cosa queda muy clara en este capítulo: las ordenanzas y los convenios (con Dios o con el enemigo) potencian nuestra vida, y nos conducen a la vida eterna y a la exaltación, o nos llevan a la miseria, al engaño y a la destrucción. Somos sumamente bendecidos de que en Su inmensa misericordia nuestro Padre bendiga nuestra vida con convenios y ordenanzas. Sin ellos, estaríamos en un mundo triste, desolado, sin ninguna esperanza. Moisés tuvo muy claro esto y en su registro añadió aquellas partes de la historia que reforzaban estos conceptos.

 


 

 

Capítulo cinco

Cómo vivir el evangelio en un mundo depravado

En nuestra Biblia faltan los primeros siete versículos y medio de este capítulo. Inicia así: “Este es el libro de las generaciones de Adán. El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo…” Es un poquito como si volviera a iniciar Génesis, y hace alusión a un texto perdido: “El libro de las generaciones de Adán” pero ―hasta donde alcanza mi conocimiento― a la fecha los eruditos no han escrito nada acerca de ese libro. En el capítulo 6 del Libro de Moisés, por su parte, las cosas son un poquito diferentes:

1 Y Adán escuchó la voz de Dios, y exhortó a sus hijos a que se arrepintieran.

Vale decir, este versículo es vínculo entre el capítulo anterior y este, pero de inmediato el relato de Moisés va a tomar un giro diferente, ya que nos introduce a la cuarta generación de hijos de Adán y Eva, una vez que Caís se pierde y Abel muere. De hecho, los siguientes dos versículos son los dos últimos del capítulo 4 de Génesis:

 

 

 

Génesis

Moisés

25 Y conoció de nuevo Adán a su esposa, la cual dio a luz un hijo, y llamó su nombre Set: Porque Dios (dijo ella) me ha concedido otro hijo en lugar de Abel, a quien mató Caín.

2 Y Adán conoció de nuevo a su esposa, la cual dio a luz un hijo, y él le dio el nombre de Set. Y Adán glorificó el nombre de Dios, porque dijo: Dios me ha designado otra descendencia en vez de Abel, a quien Caín mató.

 

26 Y a Set también le nació un hijo, y llamó su nombre Enós. Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová.

3 Y Dios se reveló a Set, el cual no fue rebelde, sino que ofreció un sacrificio aceptable, como lo hizo su hermano Abel. Y también a él le nació un hijo, y lo llamó Enós.

4 Entonces empezaron estos hombres a invocar el nombre del Señor, y el Señor los bendijo;

 

 

Hay una serie de diferencias, pequeñas pero sustanciales, en ambos libros. En Génesis es Eva quien le pone nombre a Set. Set es una especie de consuelo para ella como madre, por causa de la muerte de Abel. Son las palabras de una mujer que anhela un hijo. En cambio, en el Libro de Moisés quien le da nombre a Set (en hebreo: “Aquél que es colocado para ocupar el lugar de”), es Adán, y lo hace no en función de llenar el hueco que deja un hijo, sino en función de un linaje sacerdotal; son las palabras de un profeta que anhela una descendencia justa; un hombre cuyo mayor deseo es levantar posteridad al Señor. Set ocupa el lugar que Adán habría querido que ocuparan Caín, si hubiera sido digno; o el lugar del justo Abel, si no hubiera sido asesinado.  En el Libro de Moisés, Adán piensa con una perspectiva mucho más amplia que lo que los traductores de la Biblia le asignaron a Eva.

De la misma manera, en el v. 26 da esa impresión que tienen algunos eruditos, de que la Biblia es un texto que registra la evolución paulatina de la religión hebrea. Génesis 4:26 parecería marcar el momento histórico en que un grupo de personas antediluvianas empiezan a adorar el nombre de Jehová. Lo que vemos en Moisés es que por fin la descendencia de Adán empieza a caminar por la senda de la rectitud. Nos muestra que finalmente Adán tuvo una descendencia que hizo convenios con el Señor. Una de las cosas que nos muestra el Libro de Moisés es el interés que tenía Moisés en tener un linaje de hombres fieles, dignos poseedores del sacerdocio, y de cómo se estableció la Iglesia en sus días, y en ello hay un modelo. Como está escrito en D. y C. 107 (el subrayado es mío):

41 Este orden se instituyó en los días de Adán, y descendió por linaje de la siguiente manera:

42 De Adán a Set, a quien Adán ordenó a la edad de sesenta y nueve años; y tres años antes de la muerte de Adán, este lo bendijo, y recibió la promesa de Dios, por conducto de su padre, de que su posteridad sería la elegida del Señor, y que sería preservada hasta el fin de la tierra;

43 porque Set fue un hombre perfecto, y su semejanza era la imagen expresa de su padre, al grado de que se parecía a su padre en todas las cosas, y solamente por su edad se podía distinguir entre uno y otro.

44 Enós fue ordenado a la edad de ciento treinta y cuatro años y cuatro meses, por mano de Adán.

45 Dios llamó a Cainán en el desierto cuando este tenía cuarenta años de edad; y encontró a Adán mientras viajaba al país de Shedolamak. Ochenta y siete años tenía cuando recibió su ordenación.

46 Mahalaleel tenía cuatrocientos noventa y seis años y siete días de edad cuando fue ordenado por mano de Adán, quien también lo bendijo.

47 Jared tenía doscientos años de edad cuando recibió su ordenación por mano de Adán, por quien también fue bendecido.

48 Enoc tenía veinticinco años de edad cuando fue ordenado por mano de Adán; y tenía sesenta y cinco años, y Adán lo bendijo.

49 Y Enoc vio al Señor y anduvo con él, y estuvo delante de su faz continuamente; y caminó Enoc con Dios trescientos sesenta y cinco años, de manera que tenía cuatrocientos treinta años de edad cuando fue trasladado.

50 Matusalén tenía cien años de edad cuando fue ordenado por Adán.

 

En estos versículos hay dos elementos que sobresalen. Por una parte, el hecho de que Adán en persona se encargó de ordenar al sacerdocio a sus descendientes, como debe hacer todo padre de familia digno todavía. Por otra parte, el hecho de que estamos hablando de la época de los patriarcas, y que Adán dio su bendición patriarcal a todos sus descendientes. Adán murió unos cien años antes de que la ciudad de Sión fuera llevada al cielo y por ello no alcanzó a conocer a Noé, pero a todos sus descendientes fieles los ordenó al sacerdocio, y les dio su bendición patriarcal. Ahora, no hay que olvidar que la inmensa mayoría de los descendientes de Adán eran denominados “los hijos de los hombres”. Eran seres mundanos. Los miembros de la Iglesia dignos eran los menos. Con ello en mente, volvamos al capítulo 6 de Moisés. En los vv. 5 y 6 leemos:

“Y se llevaba un libro de memorias, en el cual se escribía en el lenguaje de Adán, porque a cuantos invocaban a Dios les era concedido escribir por el espíritu de inspiración; y poseyendo un lenguaje puro y sin mezcla, enseñaban a sus hijos a leer y a escribir”.

 

A diferencia de lo que piensan muchos eruditos, Adán “Era un ser inteligente, creado a imagen de Dios, poseedor de sabiduría y conocimiento, con el poder de comunicar sus pensamientos en una lengua oral y escrita, la cual era superior a las que ahora encontramos en la tierra… Adán hablaba la lengua del Altísimo en la cual se expresan los ángeles, y esa lengua fue la que él enseñó a sus hijos”. (Doctrina de salvación, T. I, pp. 91 y 92). Acaso vale la pena la pena hacer notar que en este libro, El libro de las generaciones de Adán, se les permitía escribir “a cuantos invocaban a Dios”. (v. 5), pero los vv. 3 y 4 nos dejan entrever que fue la enseñanza diligente de Adán para con Set y Enós la que hizo que desde “entonces empezaran estos hombres a invocar el nombre del Señor”. Etimológicamente “invocar”, es mucho más que simplemente “orar”. Implica hacer propio un hábito, una ley, o bien doctrinas, principios o ideales; hacer que algo sea parte inherente a uno por voluntad propia. Me imagino que por eso es que dice en Romanos 10:13: “Porque todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo”. Puede ser que quien escribe estas palabras esté equivocado, pero creo entender que “invocar”, en el contexto de estos versículos, quiere decir: “Estar completamente convertido”. Y entonces, lo que sigue es Moisés, citando directa y literalmente el Libro de las generaciones de Adán, así que estos versículos que siguen son el texto escrito más antiguo de la historia de la humanidad, escrito iniciado por Adán mismo. Principia en el v. 8 y, aunque Moisés no indicó en qué parte termina su cita de este libro, este fragmento parece terminar en el v. 23. Ahora, hay que decir que en estos versículos hay principios tan sagrados, que no se deben poner por escrito. Con todo, hay algunas cosas que vale la pena resaltar de esta joya de la humanidad. Unos poco ejemplos:

Primero, destaca (V. 10), que en esta historia no aparecen Caín y Abel. El primero porque no fue digno, el segundo porque murió y fue un eslabón roto en la cadena de poseedores del sacerdocio, porque este libro es un registro de los poseedores del poder de Dios. En buena medida este libro es la línea de autoridad del sacerdocio de la Iglesia en la dispensación de Adán. Es un registro de cómo se da una continuidad entre los siervos del Padre en los días de Adán.

Segundo, en los vv. 13 al 15 hay cosas de gran valor: Set es muy consciente de que él es la cuarta generación de los hijos de Adán, y que todos han caído en la apostasía. Adán predicó a sus hijos sin tener ningún éxito. Absolutamente todos se habían perdido. Unos habían caído en la categoría de “los hijos de los hombres”, y otros ―aliados a las combinaciones secretas― habían caído más bajo todavía.  De nuevo: cuando Moisés escribió esto, él era consciente de que ese conocimiento sería quitado de la tierra, pero que sería restituido en nuestros días (Moisés 1:23). Moisés era consciente de que estaba escribiendo para ser leído en nuestros días (Moisés 1:41). De hecho, cuando Adán describe cómo era la vida en sus días, casi parece estar describiendo nuestros días (como siempre, los subrayados son míos):

Y los hijos de los hombres eran muchos sobre toda la faz de la tierra. Y en aquellos días Satanás ejercía gran dominio entre los hombres y agitaba sus corazones a la ira; y desde entonces hubo guerras y derramamiento de sangre; y buscando poder, el hombre levantaba su mano en contra de su propio hermano para darle la muerte, por causa de las obras secretas.

(Moisés 6:15).

Aquí hay varias cosas que vale la pena destacar: que está hablando no de los hijos de Dios, sino de “los hijos de los hombres”. De las personas del mundo; del hombre natural. Que ese tipo de persona abundaba en la tierra. Que era un mundo violento, donde Satanás tenía gran poder sobre ellos. Que era un mundo violento, donde las guerras no eran extrañas. Finalmente algo singular: en español el versículo tiene un hipérbaton singular. En inglés, vale decir, en la traducción original, queda claro que todo esto era por causa de las obras secretas, las cuales venían por el deseo de tener poder. Y en medio de esa sociedad en aquellos días, tan parecida a la nuestra, Set tiene el desafío de establecer la palabra de Dios en su generación. La manera en que lo hace no persiste en nuestra Biblia actual, pero sí en el Libro de Moisés, y asombra por su belleza y sencillez. Dice Adán acerca de su hijo Set (y todo este escrito es solo para compartir este versículo, que considera de un inmenso valor):

“Set vivió ciento cinco años, y engendró a Enós, y profetizó todos sus días y enseñó a su hijo Enós conforme a las vías de Dios; por tanto, Enós también profetizó”. (Moisés 6:13).

Si quieres que tu hijo viva el evangelio, pese a que viva en un mundo depravado, es simple: enseña por precepto y por ejemplo, y tu hijo seguirá tus pasos.  Si quieres que tu hijo sea un profeta, sé tú mismo un profeta, y mantente muy cerca de tu hijo, de tal manera que la influencia del mundo nunca sea más poderosa que tu propia influencia.

Ahora, una generación después Enós se da cuenta de la necesidad de que se dé una congregación del pueblo de Dios y se reúnen todos en una tierra prometida (v.17). Finalmente, este fragmento que Moisés nos comparte del Libro de memorias de Adán termina con estas palabras, después de hablarnos de varias generaciones de varones justos:

21 Jared vivió ciento sesenta y dos años, y engendró a Enoc; y vivió Jared ochocientos años después de engendrar a Enoc, y engendró hijos e hijas. Y Jared instruyó a Enoc en todas las vías de Dios.

22 Y esta es la genealogía de los hijos de Adán, que fue el hijo de Dios, con el cual Dios mismo conversó.

23 Y fueron predicadores de rectitud; y hablaron, profetizaron y exhortaron a todos los hombres, en todas partes, a que se arrepintieran; y se enseñó la fe a los hijos de los hombres.

 

Todos estos versículos nos dan un marco histórico y social que nos sirve de contexto: los hijos de Dios (v. 22) vivieron en un mundo y circunstancias semejantes a las nuestras. Ellos se preocuparon por vivir el evangelio en sus hogares, tal como deberíamos de estar haciendo nosotros con el programa de estudios Ven, sígueme, y entonces se consagraron a congregar a los hijos de los hombres (v. 23) a fin de rescatarlos de su condición perdida y caída. Yo no sé, generosa lectora, amable lector, qué te parece este capítulo del Libro de Moisés, pero a mí me parece impresionantemente actual, sobre todo porque todo lo que hemos visto no es sino un prólogo para lo que sigue: el establecimiento de la ciudad de Sion, y tengo para mí que es por eso por lo que Moisés lo escribió para nosotros: porque en un futuro no tan lejano nosotros tendremos ese enorme desafío, de edificar la ciudad de Sion.

Y es así, en esas circunstancias, que llegamos a quien en el futuro edificará la ciudad de Sion: Enoc. Enoc era un jovencito de 65 años (si consideramos que antes del diluvio la gente vivía más de 800 años, pues sí, era de verdad muy jovencito), cuando escuchó la voz del Señor que le llamó. Como siempre, llama la atención que primero le llamó por su nombre. Luego le compartió un principio. Le llamó: “hijo mío”. No solo le estaba recordando quién era y el valor que tenía Enoc, sino le estaba marcando esa constante diferencia en la sociedad de aquellos años entre “los hijos de Dios” y “los hijos de los hombres”. Entonces, acto seguido, el Señor le describe a Enoc la sociedad en la él estaba viviendo:

27…Estoy enojado contra este pueblo, y mi furiosa ira está encendida en contra de ellos, pues se han endurecido sus corazones, y sus oídos se han entorpecido, y sus ojos no pueden ver lejos;

28 y durante estas muchas generaciones, desde el día en que los creé, se han desviado, y me han negado y buscado sus propios consejos en las tinieblas; y en sus propias abominaciones han ideado el asesinato, y no han guardado los mandamientos que yo di a su padre Adán.

29 Por consiguiente, se han juramentado entre sí, y a causa de sus propios juramentos han traído la muerte sobre sí mismos; y tengo preparado un infierno para ellos, si no se arrepienten;

 

Una sociedad llena de soberbia, con miopía espiritual, insensible, infatuados en su orgullo, creyendo que ellos sabían más que el Padre, hundiéndose cada vez más en las combinaciones secretas. De nuevo, una sociedad demasiado semejante a la nuestra.

Por supuesto, cuando Enoc recibió su llamamiento se sintió inadecuado. ¿Cómo podía ser él el mensajero del Padre, si era demasiado joven, despreciado por todos ellos, y siendo tartamudo? (v. 31). A diferencia de Enoc, Nefi dijo: “Iré y haré”. Pero aquí es el Padre el que le dice a su siervo “ve y haz” (v.32), y Enoc tuvo la increíble fe de creer las palabras del Padre, y fue e hizo.

Con casi todos los profetas hay una constante: la manera en que las personas reaccionan ante sus palabras van cambiando conforme él les transmite su mensaje. En el caso de Enoc, primero “todos los hombres se ofendían por causa de él” (v. 37). Pero Enoc era un maestro extraordinario. Escucharlo era todo un espectáculo: la gente dejaba a sus sirvientes al cuidado de las tiendas (v. 38) y subían a los lugares altos (i.e., los lugares sagrados) para escucharlo. Decían: “hay una cosa extraña en la tierra; ha venido un demente entre nosotros”. La traducción en español es singularmente inadecuada. En inglés no dice “demente”, sino “wild man”, y las referencias de pie de página remiten a Ismael y Juan el Bautista. A hombres indómitos, no dementes. Es decir, la audiencia de Enoc no pasa de la ofensa a la burla, sino de la ofensa a un intrigado asombro. No solo eso, sino que al escucharlo, "el temor se apoderó de todos los que lo oían” (v. 39), hasta que uno entre la audiencia se atreve a hacerle un par de preguntas. El hombre se llama Mahíjah, y tenemos que entender que el nombre era una suerte de título. MHWH (en hebreo no hay vocales) tiene diferentes sentidos, que nos pueden dar no solo una etimología y significado al nombre, sino incluso una evolución en la personalidad de este maravilloso converso de Enoc: “Golpeado de Dios”; “sabio”; “poderoso”. No sabemos nada de este converso, pero libros apócrifos como 1 Enoc más adelante lo pondrán a él como compañero de Enoc, lo cual hace sentido porque, como está escrito, “Por boca de dos o de tres testigos se establecerá toda palabra”. (2 Corintios 13:1) .

Y este converso va a hacer una simple pregunta: “Dinos claramente quién eres y de dónde vienes”. Enoc, como todo gran maestro, responde la pregunta puntualmente, pero en su respuesta incluyó cuatro elementos fundamentales del plan de salvación: la creación (v. 44); la caída de Adán (v. 48); la Expiación (v. 52) y las ordenanzas y convenios (v. 53). Desafortunadamente, Moisés nos da un muy breve resumen de lo que fue la predicación de Enoc. Allí nos hace falta una transcripción completa, el tono de voz, el espíritu con que fue dada esa clase, pero nos indica Moisés que “Y al hablar Enoc las palabras de Dios, la gente tembló y no pudo estar en su presencia”. (V. 47). Enoc ya había predicado antes, ya tenía una incipiente fama, pero esta predicación en particular va a marcar la diferencia, va a hacer que los hijos de los hombres empiecen a tener un cambio genuino en su corazón, a fin de que lleguen a ser hijos de Dios.

Otro fragmento del Libro de memorias de Adán

Insisto: no tenemos el registro completo de esta clase de Enoc, pero la pequeña parte que tenemos de ella es una perla de gran precio. Dice Enoc: “Porque hemos escrito un libro de memorias entre nosotros, de acuerdo con el modelo dado por el dedo de Dios; y se ha dado en nuestro propio idioma”. (Moisés 6:46). Y, así como atrás Moisés citó parte de El libro de memorias de Adán, ahora es Enoc quien ―para dar su clase del evangelio― cita un fragmento de otra clase del evangelio, pero es un fragmento extraordinario. El texto que cita Enoc es asombroso, porque es un diálogo (o una clase dada por el Señor a Adán) y que muestra el nivel de los diálogos que se dieron entre el Señor y el primer hombre.

Este nuevo fragmento del Libro de Memorias inicia con una pregunta hecha por Adán a Jehová: “¿Por qué es necesario que los hombres se arrepientan y se bauticen en el agua?” (Moisés 6:53). En otras palabras, ¿Por qué son necesarios los primeros principios y ordenanzas del evangelio? Veamos parte por parte la respuesta del Señor a Adán.

53 …Y el Señor le contestó: He aquí, te he perdonado tu transgresión en el Jardín de Edén.

54 De allí que se extendió entre el pueblo el dicho: Que el Hijo de Dios ha expiado la transgresión original, por lo que los pecados de los padres no pueden recaer sobre la cabeza de los niños, porque estos son limpios desde la fundación del mundo.

55 Y el Señor habló a Adán, diciendo: Por cuanto se conciben tus hijos en pecado, de igual manera, cuando empiezan a crecer, el pecado nace en sus corazones, y prueban lo amargo para saber apreciar lo bueno.

56 Y les es concedido discernir el bien del mal; de modo que, son sus propios agentes, y otra ley y mandamiento te he dado.

57 Enséñalo, pues, a tus hijos, que es preciso que todos los hombres, en todas partes, se arrepientan, o de ninguna manera heredarán el reino de Dios, porque ninguna cosa inmunda puede morar allí, ni morar en su presencia; porque en el lenguaje de Adán, su nombre es Hombre de Santidad, y el nombre de su Unigénito es el Hijo del Hombre, sí, Jesucristo, un justo Juez que vendrá en el meridiano de los tiempos. (Moisés 6:54–57).

 

Parecería que Adán llevaba esa carga en su interior: la de sentirse culpable por su transgresión en el Jardín de Edén. Parecería que Adán no tenía clara la diferencia entre pecado y transgresión, de allí que se extendiera ese dicho entre el pueblo. Y no solo eso, sino el hecho fundamental de que los hombres serán juzgados por sus propios pecados, y no por la transgresión de Adán. Ahora, en los vv. 55 a 57 se nos muestra un proceso por el que pasamos todos los mortales si hemos de volver a la presencia de Dios:

 

 

El élder Bruce R. McConkie, del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó que la frase “se conciben tus hijos en pecado” del versículo 55 significa que “[nacemos] en un mundo de pecado”, un mundo en el que existe la iniquidad, la que influye en nosotros en nuestro estado caído (véase A New Witness for the Articles of Faith, 1985, pág. 101). Como dijo el hermano de Jared: “Por causa de la caída nuestra naturaleza se ha tornado mala continuamente”. (Éter 3:2) y por ello es que, como dice el v. 55, “cuando empiezan a crecer, el pecado nace en sus corazones”, y esto se aplica a todos los seres humanos que llegamos a la edad de responsabilidad: nos es dado discernir, y somos nuestros propios agentes. Según los versículos 54–55, cada uno de nosotros es responsable por sus propios pecados. En otras palabras, somos nuestros propios agentes. Esto nos coloca en una posición singular. Es cierto, todo siervo del Señor tiene como una de sus metas máximas el llegar a ser solamente un instrumento en las manos del Señor; llegar a tal grado de santificación, que uno pueda entregar el corazón a Dios (Helamán 3:35); al punto que la nuestra voluntad sea absorbida en la voluntad del Padre (Mosíah 15:7). Pero al mismo tiempo, debemos buscar conscientemente llegar a ser nuestros propios agentes. En otras palabras, tenemos que encontrar el equilibrio perfecto entre la sumisión y el compromiso anheloso dentro del plan de nuestro amoroso Padre.

Entonces, según los versículos 56–57, si nosotros logramos ese equilibrio, de emplear adecuadamente nuestro albedrío con el propósito de arrepentirnos, podemos heredar el reino de Dios y, quien no emplee de esa manera el albedrío, según el versículo 57, deberá permanecer inmundo. No puede “morar allí, ni morar en su presencia” (creo que vale mucho la pena reflexionar en el sentido de esa oración). Por motivo de la expiación de Jesucristo todos seremos redimidos de la Caída y llevados nuevamente a la presencia de Dios para ser juzgados. Sin embargo, únicamente aquellos que se hayan arrepentido de sus pecados podrán morar o permanecer en la presencia de Dios. (Véase Helamán 14:15–19 y 2 Nefi 2:10.)

Entonces, “¿Por qué es necesario que los hombres… se bauticen en el agua?”. Porque desde la vida premortal se estableció ese paso (el arrepentimiento) y ese símbolo de muerte y resurrección (la ordenanza del bautismo) a fin de habilitarnos el regresar a la presencia de Dios. Esa es la primera parte de la respuesta: a largo plazo, esa es la razón por la que usted, lector, lectora, necesita bautizarse. Pero hay algo más: A corto plazo, en la vida cotidiana, ¿por qué es que las personas necesitan bautizarse? Ahora, vale la pena tener en cuenta que esto es un diálogo entre el Señor y Adán. La respuesta que el gran Jehová da a Su profeta. Y eso hace que la respuesta sea tan significativa, porque vemos el nivel del diálogo. Y es sumamente significativo, porque ese diálogo fue el medio de enseñanza de Enoc a sus investigadores. Las palabras del Señor:

58 Por tanto, te doy el mandamiento de enseñar estas cosas sin reserva a tus hijos, diciendo:

59 Que por causa de la transgresión viene la caída, la cual trae la muerte; y como habéis nacido en el mundo mediante el agua, y la sangre, y el espíritu que yo he hecho, y así del polvo habéis llegado a ser alma viviente, así igualmente tendréis que nacer otra vez en el reino de los cielos, del agua y del Espíritu, y ser purificados por sangre, a saber, la sangre de mi Unigénito, para que seáis santificados de todo pecado y gocéis de las palabras de vida eterna en este mundo, y la vida eterna en el mundo venidero, sí, gloria inmortal; (Moisés 6:58–59).

 

El señor le enseñó a Adán que hay una analogía entre el nacimiento físico y el nacimiento espiritual.

Elemento

Nacimiento físico

Nacimiento espiritual

Agua

Se rompe la fuente y el pequeño brota de entre el líquido amniótico

 

Inmersión en las aguas del bautismo

Sangre

Se rompe la placenta y hay sangrado

Somos limpios mediante la sangre expiatoria de Cristo, derramada en el Getsemaní

 

Espíritu

Es el momento en el que el espíritu entra en el cuerpo del niño y será un ser viviente hasta que haya cumplido su tiempo de vida.

 

Ello nos purifica y permite que recibamos el don del Espíritu Santo

 

Vale decir: Sí, necesitamos bautizarnos para poder alcanzar la vida eterna a largo plazo, pero a corto plazo debemos nacer de nuevo para poder ser santificados de todo pecado y heredar la vida eterna. Nacer de nuevo implica permitir que muera el viejo hombre y nazcamos como nuevas criaturas. Como enseñó el apóstol Juan acerca del momento en el que el Salvador venció al mundo, al dar Su vida por nosotros en la cruz:

6 Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

7 Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno.

8 Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan en uno. (1 Juan 5: 6-8)

Es decir, que la tabla anterior la podríamos también presentar de la siguiente manera:

Elemento

Muerte de Cristo

La Trinidad

Agua

Cuando murió Cristo, el centurión traspasó su costado. Del mismo brotaron dos elementos: por una parte el agua.

El Padre, que testificó del Hijo cuando Éste salió de las aguas del bautismo.

Sangre

Cuando la lanza penetró el costado del Señor, también brotó sangre.

El Hijo, que nos salva a través de Su sangre

Espíritu

En ese momento el Señor entregó el espíritu.

 

El Espíritu Santo, que lo recibimos cuando nacemos de nuevo.

 

 

El Señor quería que a Adán le quedara muy claro que nacer de nuevo es un privilegio enorme; es el proceso espiritual por el cual nacemos a las cosas del Espíritu y perdemos gradualmente nuestro deseo de quebrantar los mandamientos de Dios. A fin de entender mejor en qué forma el bautismo en el agua se relaciona con nacer de nuevo, vale la pena considerar esta declaración del élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles:

“Comenzamos el proceso de nacer de nuevo al ejercitar fe en Cristo, al arrepentirnos de nuestros pecados y al ser bautizados por inmersión para la remisión de los pecados por alguien que tiene la autoridad del sacerdocio” (“Os es necesario nacer de nuevo”, Liahona, mayo de 2007, pág. 21). Es decir, que al bautizarnos guardamos el mandamiento que nos dio nuestro Padre. O como se le enseñó a Adán:

60 porque por el agua guardáis el mandamiento; por el Espíritu sois justificados; y por la sangre sois santificados;

61 de manera que se da para que permanezca en vosotros; el testimonio del cielo; el Consolador; las cosas pacíficas de la gloria inmortal; la verdad de todas las cosas; lo que vivifica todas las cosas; lo que conoce todas las cosas y tiene todo poder de acuerdo con la sabiduría, la misericordia, verdad, justicia y juicio. (Moisés 6:60–61).

 

De nuevo: la respuesta de El Padre a Adán indica el nivel del diálogo entre ambos. Es simbolismo sobre simbolismo, y un nivel de conceptos teológicos que es impresionante. Trataré de parafrasear el v. 60: “porque cuando uno cumple con recibir el bautismo, uno guarda el mandamiento [dado por el Padre]; entonces uno recibe el Espíritu Santo, que nos justifica [i.e., ser justificados significa “recibir el perdón de los pecados y ser declarado sin culpa” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Justificación, justificar”; scriptures.lds.org)]. ; y por la sangre expiatoria de Cristo es que uno puede ser santificado.” Y acaso no huelgue explicar que ser santificado significa que una persona “se libra del pecado y se vuelve pura, limpia y santa mediante la expiación de Jesucristo” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Santificación”; scriptures.lds.org).

Como dijo el presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia: “La recepción del Espíritu Santo es el agente limpiador que actúa, al tiempo que la Expiación les purifica… Al contar con Su compañía, ustedes tendrán la seguridad de que la Expiación tiene efecto en su vida” (“Come Unto Christ” [discurso de una charla fogonera en la Universidad Brigham Young, 29 de octubre de 1989], pág. 4; speeches.byu.edu).

Yo no sé si para este momento no nos hemos perdido, pero la respuesta simple y llana del Señor a Adán es: “Adán, tú y tu descendencia necesitan bautizarse, para poder tener el don del Espíritu Santo en su vida. Sin él, no hay manera de que ustedes puedan tener una plenitud de felicidad en su existencia. Es por eso que quiero que se bauticen: porque quiero que ustedes sean felices en la vida terrenal, pese a las circunstancias que tengan que atravesar”.

Y por eso es que el Señor termina esta clase a Adán con dos conceptos. El primero en el v.62: “Y ahora bien, he aquí, ahora te digo: Este es el plan de salvación para todos los hombres, mediante la sangre de mi Unigénito, el cual vendrá en el meridiano de los tiempos.” Y el segundo concepto es tan profundo como la explicación de por qué debemos bautizarnos:

Y he aquí, todas las cosas tienen su semejanza, y se han creado y hecho todas las cosas para que den testimonio de mí; tanto las que son temporales, como las que son espirituales; cosas que hay arriba en los cielos, cosas que están sobre la tierra, cosas que están en la tierra y cosas que están debajo de la tierra, tanto arriba como abajo; todas las cosas testifican de mí. (Moisés 6:63).

 

Esta declaración hecha a Adán deja una tarea a toda la humanidad: este mundo es una suerte de libro que tenemos que aprender a leer, porque absolutamente todo lo que nos rodea es un símbolo o una sombra del plan de Dios.

A continuación Adán fue bautizado y recibió el sacerdocio. Lo recibió sin imposición de manos, porque en su condición telestial y como primer hombre sobre la tierra, ningún ángel o persona podía administrarle el bautismo ni imponerle las manos. Entonces, una vez que “Adán, nuestro padre” (v. 64) fue ordenado al sacerdocio, el Señor le dijo: “He aquí, eres uno en mí, un hijo de Dios; y así todos pueden llegar a ser mis hijos. Amén.” (Moisés 6:68). Aquí hay dos cosas sumamente importantes: En primer término, Adán ha ascendido. Ya no es solo un hijo de Dios. Ahora es también un hijo de Dios, si se entiende lo que quiero decir. Son categorías homónimas, pero el salto cualitativo es enorme. En segundo término, esa promesa que el Padre le dijo allí a Adán con respecto a su descendencia, Enoc lo estaba diciendo a la audiencia que lo estaba escuchando, y Moisés nos lo está diciendo a nosotros, específicamente a ti, amable lector, generosa lectora: mediante la fe, el arrepentimiento y las ordenanzas del evangelio, tú puedes llegar a ser un hijo o una hija de Dios, y tú puedes vivir el evangelio, aunque estés en medio de un mundo depravado.

 

 

 


 

 

Capítulo seis

El establecimiento de Sion

El capítulo seis del Libro de Moisés termina con ese fragmento del Libro de memorias de Adán. En el capítulo siete, Enoc continúa con su predicación. Una vez que terminó de citar el diálogo entre el Señor y Adán, le marcó a su audiencia el contraste que había entre los hijos de Dios (aquellos que habían nacido de nuevo), y los hijos de los hombres.

Y sucedió que Enoc continuó sus palabras, diciendo: He aquí, nuestro padre Adán enseñó estas cosas, y muchos han creído y han llegado a ser hijos de Dios; y muchos no han creído y han perecido en sus pecados, y con temor esperan, atormentados, que se derrame sobre ellos la ardiente indignación de la ira de Dios.

 

Y con ello terminó Enoc su predicación. O al menos esa es la parte que fue registrada de su mensaje. Un versículo divido en dos partes. Por una parte, aquellos que han nacido de nuevo, los hijos de Dios, y por otra parte aquellos hijos de Adán que no creyeron, murieron en sus pecados y que, en el mundo de los espíritus, “con temor esperan, atormentados, que se derrame sobre ellos la ardiente indignación de la ira de Dios”. Esta descripción de un tormento en un lugar de espera es sumamente significativo, y más tarde vamos a volver a ello.

Por otra parte, el versículo Dos ya es otra predicación, donde Enoc nos narra que “Mientras viajaba y me hallaba en el lugar llamado Mahújah, clamé al Señor, y vino una voz de los cielos que decía: Vuélvete y asciende al monte de Simeón”. En un ensayo sumamente interesante, Could Joseph Smith Have Borrowed Mahijah/Mahujah from the Book of Giants?, Jeffrey M. Bradshaw y Matthew L. Bowen demuestran que en el manuscrito original (de puño y letra del profeta José Smith) se leía: “Mientras viajaba y me hallaba con Mahújah, clamamos al Señor, y vino a nosotros una voz de los cielos que decía…”. Bradshaw y Bowen confrontan o cotejan este capítulo del Libro de Moisés con arcaicos textos apócrifos, en donde se ve que Mahíjah y Mahújah (en hebreo no se escriben las vocales, por lo que ambos nombres se escriben igual: MHJH) son la misma persona: es el converso de Enoc que más adelante fue su compañero misional, el cual aparece mencionado en un libro apócrifo, El libro de los gigantes, como un compañero de Enoc. Toda esta evidencia está fuera de las Escrituras. En el Libro de Moisés tal como lo tenemos impreso hoy día, da la impresión de que Enoc actúa siempre solo y que el Señor le habla solo a él: “y el Señor me dijo: Ve a los de este pueblo y diles: Arrepentíos, no sea que yo venga y los hiera con una maldición, y perezcan”. (Moisés 7:10). Con todo, la idea de Bradshaw y Bowen hace sentido: por lo general el Señor utiliza dos testigos, no solo uno.

En los vv. 10 y 11 Enoc nos dice en primera persona cómo fue que él recibió el mandato de ir a predicar el evangelio. Con todo, en los vv. 12 y ss. Moisés toma de nuevo la palabra y nos da un resumen demasiado breve de lo que fue el ministerio de Enoc, y que seguramente duró mucho tiempo:

12 Y sucedió que Enoc continuó llamando a todo pueblo al arrepentimiento, salvo al pueblo de Canaán;

13 y tan grande fue la fe de Enoc que dirigió al pueblo de Dios, y sus enemigos salieron a la batalla contra ellos; y él habló la palabra del Señor, y tembló la tierra, y huyeron las montañas, de acuerdo con su mandato; y los ríos de agua se desviaron de su cauce, y se oyó el rugido de los leones en el desierto; y todas las naciones temieron en gran manera, por ser tan poderosa la palabra de Enoc, y tan grande el poder de la palabra que Dios le había dado.

14 También salió una tierra de la profundidad del mar, y fue tan grande el temor de los enemigos del pueblo de Dios, que huyeron y se apartaron lejos y se fueron a la tierra que salió de lo profundo del mar. (Moisés 7: 12-14)

 

El pueblo de Canaán no podía recibir las bendiciones del evangelio porque eran descendientes de Caín. Con todo, en el v. 13 nos enteramos de que ya Enoc ha formado todo un pueblo de santos que son “el pueblo de Dios”, dirigidos por él, y que esto ha tenido tal efecto, que incluso hay enemigos de los santos; que sufren persecución, al grado que hay una serie de batallas entre los hijos de Dios y los hijos de los hombres. También nos enteramos que Enoc, ese hombre que era un jovenzuelo tardo en el habla, se ha desarrollado y ahora, a su palabra, tiembla la tierra, los leones rugen y hace temer a naciones enteras. El v. 14 incluso menciona algo significativo. Si bien es cierto que en aquellos años todavía no se había dividido la tierra (estamos hablando de los tiempos de la pangea), no todos los continentes estaban sobre el nivel del mar. Sabemos que El Jardín de Edén estaba “hacia el Oriente”, y que estaba cerca del condado de Jackson, en Misuri (D. y C. 116) pero surge esta nueva tierra (no sabemos qué tan grande era) y se volvió el hogar de los enemigos del pueblo de Dios. ¿Quiénes eran los enemigos del pueblo de Dios? No lo sabemos exactamente, pero sabemos que entre ellos había gigantes.

Gigantes contra el pueblo de Dios

En los siguientes versículos se nos da una información un poco desconcertante:

15 Y los gigantes de la tierra también se quedaron lejos; y cayó una maldición sobre todo el pueblo que pugnaba contra Dios;

16 y de allí en adelante hubo guerras y derramamiento de sangre entre ellos; mas el Señor vino y habitó con su pueblo, y moraron en rectitud. (Moisés 7: 15-16).

 

Estos dos versículos forman un paralelismo de antítesis:

·         A. Y los gigantes de la tierra también se quedaron lejos;

·         B. y cayó una maldición sobre todo el pueblo que pugnaba contra Dios;

·         A. y de allí en adelante hubo guerras y derramamiento de sangre entre ellos;

·         B. mas el Señor vino y habitó con su pueblo, y moraron en rectitud.

Según el v. 15 había gigantes en la tierra. De alguna manera, se da a entender que ellos son parte de los que luchan en contra del pueblo de Dios. Y parecería (v. 16) que incluso había guerras entre esos pueblos (incluidos los gigantes) mientras que el pueblo de Dios habitó en rectitud, y la influencia del Señor habitó con ellos. ¿Pero quiénes eran estos gigantes?

Anaquim, Nephilim, Gibborim

En varias partes del Antiguo Testamento se habla de gigantes. Con todo, vale la pena mencionar que en la Biblia hay diferentes tipos de gigantes, y entre ellos no hay nada en común. Unos son los que poblaron la tierra antes del diluvio, y otros muy diferentes los que habitaron la Tierra Santa después del mismo. De hecho, en la Biblia hebrea tienen incluso nombres diferentes. Los gigantes prediluvianos son conocidos como los gibborim; mientras que los gigantes postdiluvianos son conocidos como los anaquim (es decir, los descendientes de Anac, o anaceos). De los terroríficos anaquim se nos dice mucho en el Antiguo Testamento. Citaremos solo dos versículos: “También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes; y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos”. (Números 13:33); “Porque solo Og, rey de Basán, había quedado del resto de los gigantes que quedaron. He aquí su cama, una cama de hierro, ¿no está en Rabá de los hijos de Amón? La longitud de ella era de nueve codos, y su anchura, de cuatro codos, según el codo de un hombre”. (Deuteronomio 3:11); o tenemos incluso la descripción física de Goliat (1 Samuel 17: 4-7). Como una singularidad, vale la pena decir que de casi todos estos gigantes posteriores al diluvio se dice que eran “enormes y grandes”. Vale decir, una cosa es grande de tamaño, y otra muy diferente el ser grandioso.

Por otra parte, de los gigantes anteriores al diluvio se nos dice que eran “gibborim”, palabra hebrea que puede traducirse como “grandiosos y fuertes”, o “varones de renombre”. A veces se les llama “nephilim”, que puede traducirse como “seres caídos”. Un nephilim gibborim es, simplemente, un hombre poderoso y perverso: alguien que fue hizo convenios y luego se unió a las combinaciones secretas. De estos gigantes mencionados en el Libro de Moisés no hay absolutamente nada que nos haga pensar que eran seres de gran tamaño, sino que más bien eran hombres que habían sido grandiosos espiritualmente; que habían sido de “los hijos de Dios”, pero que habían apostatado, habían caído, y ahora eran enemigos de la verdad y, como todos los apóstatas a lo largo de la historia, ahora luchaban en contra del pueblo del Señor y que, repito, se habían unido a las combinaciones secretas. Si consideramos a estos “gigantes” no como seres míticos sino bajo esta óptica, entonces el versículo con el que inicia este capítulo 7 toma un significado completamente diferente: “y muchos no han creído y han perecido en sus pecados, y con temor esperan, atormentados, que se derrame sobre ellos la ardiente indignación de la ira de Dios”. (Moisés 7:1). Acerca de estos gibborim, más adelante el Padre le dice a Enoc:

Mas he aquí, sus pecados caerán sobre la cabeza de sus padres. Satanás será su padre, y miseria su destino; y todos los cielos llorarán sobre ellos, sí, toda la obra de mis manos; por tanto, ¿no han de llorar los cielos, viendo que estos han de sufrir?

Mas he aquí, estos que tus ojos ven morirán en los diluvios; y he aquí, los encerraré; he preparado una prisión para ellos. (Moisés 7: 37-38)

 

No deja de ser muy significativo que Moisés se refiera a los gibborim y hable de la posibilidad de salvación para ellos, incluso cuando diga que ellos son peor que los hijos de los hombres. Dice que “Satanás será su padre”. Por otra parte, es evidente que estos versículos no se perdieron. Miles de años después el apóstol Pedro los leería y haría referencia a ellos en su primera epístola. Parafraseándolos, Pedro dijo, y es indudable que se refería a Moisés 7:

Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo fueron desobedientes, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, a saber, ocho, fueron salvadas por agua. (1 Pedro 3: 18-20).

El establecimiento de Sion

Quien escribe estas palabras tiene la fuerte impresión de que este es un texto escrito a manera de contraposiciones o contrastes: vemos continuamente lo que hacen los gibborim, y a continuación lo que hacen los hijos de Dios, o viceversa. Moisés quería que tuviéramos muy clara las consecuencias opuestas que vienen cuando seguimos al Señor, y cuando no queremos obedecerle. Esos eran tiempos muy difíciles (es decir, tan difíciles como los nuestros) en donde el mundo se alejaba cada vez más de las normas del Señor, mientras los hijos de Dios se esforzaban por ser uno con él. Ese contraste muy marcado entre esas dos sociedades se ve claramente en los siguientes versículos:

16 y de allí en adelante hubo guerras y derramamiento de sangre entre ellos [es decir, entre los gibborim]; mas el Señor vino y habitó con su pueblo, y moraron en rectitud.

17 El temor del Señor cayó sobre todas las naciones, por ser tan grande la gloria del Señor que cubría a su pueblo. Y el Señor bendijo la tierra, y los de su pueblo fueron bendecidos sobre las montañas y en los lugares altos, y prosperaron. (Moisés 7: 16-17).

 

Esto debería ser motivo de profunda reflexión para nosotros. Más adelante, en una visión que le fue dada a Enoc vio nuestros días, y los llamó “los días de iniquidad y venganza”. Los días de Enoc eran sumamente semejantes a los nuestros. Como dice el v. 16: vivimos en tiempos de “guerras y derramamiento de sangre”. Los videojuegos, las películas, la literatura contemporánea, todo ello es una continua oda a la violencia, pero se espera que nosotros moremos en rectitud. Es terrible que Moisés no nos haya dado más detalles, pero en los siguientes dos versículos vemos un trabajo de muchos años; un trabajo que no sabemos qué o cómo lo hizo Enoc. Simplemente se nos dice:

Y el Señor llamó Sion a su pueblo, porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en rectitud; y no había pobres entre ellos.

Y Enoc continuó su predicación en justicia al pueblo de Dios. Y aconteció que en sus días él edificó una ciudad que se llamó la Ciudad de Santidad, a saber, Sion. (Moisés 7: 18-19).

 

Mucho se podría escribir acerca de la edificación de Sión, pero escapa al propósito de este texto. Basta saber que Sión es un lugar y un tipo de población: los puros de corazón. Muy significativamente se ha dicho en esta dispensación (estableciendo ese mismo tipo de contraste que vemos en todo el Libro de Moisés): “Por tanto, de cierto, así dice el Señor: Regocíjese Sion, porque esta es Sion: los puros de corazón; por consiguiente, regocíjese Sion mientras se lamentan todos los inicuos”. (D. y C. 97:21) y, por supuesto, la única manera que tenemos de llegar a ser Sion será cuando tengamos unidad de sentimientos (uno en corazón); unidad en nuestras metas como sociedad (unidad de voluntad); vivamos en rectitud y, finalmente, exterminemos la pobreza entre nosotros. No sabemos cuánto tiempo le llevó a Enoc edificar la ciudad de Sión. Sabemos que cuando inició su predicación, no había un grupo de gente buena: acaso solo su familia inmediata. Sabemos que la única herramienta que empleó para edificar Sión, fue una continua enseñanza eficaz. Eso, y un amor enorme por Dios y por sus semejantes. No tenemos más detalles acerca de cómo fue edificada la ciudad de Sión. Sabemos que, una vez que estaba construida o establecida, Enoc tuvo una visión del futuro en donde “vio, y he aquí, con el transcurso del tiempo, Sion fue llevada al cielo. Y el Señor dijo a Enoc: He allí mi morada para siempre”. (v. 21) y, como contraparte, la humanidad que permanece en la tierra sigue envileciéndose y degradándose:

24 y una generación sucedía a otra; y Enoc fue enaltecido y elevado hasta el seno del Padre y del Hijo del Hombre; y he aquí, el poder de Satanás se extendía sobre toda la faz de la tierra.

25 Y vio que descendían ángeles del cielo; y oyó una voz fuerte que decía: ¡Ay! ¡Ay de los habitantes de la tierra!

26 Y vio a Satanás; y este tenía en su mano una cadena grande que cubrió de obscuridad toda la faz de la tierra; y miró hacia arriba, y se rio, y sus ángeles se alegraron.

 

De nuevo, en el texto vemos una continua serie de contrastes: Los hijos de los hombres se degradan, mientras los hijos de Dios son llevados al cielo. El versículo 26 nos muestra una imagen sorprendente: Satanás y los ángeles caídos se ríen y se alegran por el envilecimiento y superficialidad humanos y, como contraparte, a continuación siguen versículos perturbadores de llanto, que veremos a continuación.

El llanto ante la perversión

El v. 27 nos indica que incluso una vez que Sión fue llevada al cielo, Matusalén, hijo de Enoc, siguió la obra de predicación de su padre, y cada persona que se arrepentía era llevada al Cielo, a Sión.

El llanto del Padre

Pero nuestro Padre, desde el cielo miró al resto del pueblo, hundiéndose en el pecado, y lloró. Enoc vio esto y se quedó asombrado. “¿Cómo es posible que tú llores, si eres santo, y de eternidad en eternidad?” (v. 29). La respuesta de Dios, el Eterno Padre, muestra Su enorme amor por la humanidad. Le explica cómo con amor Él creó a la humanidad. Posteriormente les dio instrucción. Después de ello les dio albedrío, y les dio el mandamiento expreso de amar a Dios y amar a sus semejantes, “mas he aquí, no tienen afecto y aborrecen su propia sangre” (v. 33).

El llanto de los cielos

No solo el Creador lloró sino que, como Él mismo dijo, “todos los cielos llorarán sobre ellos, sí, toda la obra de mis manos; por tanto, ¿no han de llorar los cielos, viendo que estos han de sufrir?” (v. 37). “Por esto, pues, llorarán los cielos, sí, y toda la obra de mis manos” (v. 40). Por el contexto, queda claro que este llanto de los cielos no es otra cosa que el diluvio. Es decir, que el diluvio no fue el castigo iracundo de un Dios intolerante y estricto, sino el duelo de los cielos, el llanto que sufría el cielo mismo por la maldad humana. Esto planteó para Enoc (y para nosotros) una perspectiva singular de las creaciones de Dios. Los cielos son seres vivientes que sienten, que sufren, y que se duelen de la maldad humana.

El llanto de Enoc

Cuando Enoc contempló estas cosas que él nunca había considerado (que Dios, el Eterno Padre sufre por la maldad y el desamor de Sus hijos, y que a los cielos son seres vivientes a los que les duele la maldad humana, Enoc empezó a ver a la vida y la humanidad desde una perspectiva diferente. Nos es dicho:

Y aconteció que el Señor le habló a Enoc, y le declaró todos los hechos de los hijos de los hombres; por lo que Enoc supo, y vio las abominaciones y la miseria de ellos, y lloró y extendió sus brazos, y se ensanchó su corazón como la anchura de la eternidad; y se conmovieron sus entrañas; y toda la eternidad tembló. (Moisés 7:41)

La visión continuó. Enoc vio el diluvio, la destrucción de toda la humanidad salvo ocho personas. Entonces “Enoc sintió amargura… y lloró por sus hermanos, y dijo a los cielos: No seré consolado” (v. 44).

El lamento de la tierra

Entonces Enoc tiene una visión más, en la que descubre que la tierra también es un ser viviente, y que también a nuestra madre tierra le duele nuestra iniquidad:

Y sucedió que Enoc miró a la tierra; y oyó que venía una voz de sus entrañas, y decía: ¡Ay, ay de mí, la madre de los hombres! ¡Estoy afligida, estoy fatigada por causa de la iniquidad de mis hijos! ¿Cuándo descansaré y quedaré limpia de la impureza que de mí ha salido? ¿Cuándo me santificará mi Creador para que yo descanse, y more la justicia sobre mi faz por un tiempo? (Moisés 7:48).

 

Esta doctrina, de que la tierra es un ser viviente, es bien conocida como parte del evangelio. El diluvio fue el bautismo por inmersión de nuestro planeta; la Segunda Venida, cuando ella sea rodeada por fuego será su bautismo del Espíritu Santo y fuego y, como dice la sección 88 acerca de este planeta:

Por tanto, es menester que sea santificada de toda injusticia, a fin de estar preparada para la gloria celestial; porque después de haber cumplido la medida de su creación, será coronada de gloria, sí, con la presencia de Dios el Padre; para que los cuerpos que son del reino celestial la posean para siempre jamás; porque para este fin fue hecha y creada, y para este fin ellos son santificados. (Doctrina y Convenios 88:18-20).

 

Nuestra madre tierra morirá, resucitará, y heredará la gloria celestial o, en otras palabras, todos los herederos a la gloria celestial vivirán en este planeta. Ahora, vale la pena insistir ante este hecho: Moisés escribió este testimonio de Enoc sabiendo que con el paso del tiempo se perdería, pero que llegaría a nosotros en los últimos días. En buena medida, él escribió para nosotros. ¿Por qué escribió estas palabras Moisés de El Padre, los cielos, la tierra y Enoc mismo llorando por la maldad? La respuesta que se nos ocurre es esta: porque quería que no nos acostumbráramos a la maldad. Enoc asciende a un nivel más alto, y desde allá no es tolerado el pecado, y Moisés quiere que de alguna manera nosotros sintamos a profundidad esta verdad: “el reino de Dios no es inmundo, y ninguna cosa impura puede entrar en el reino de Dios” (1 Nefi 15: 34); él anhelaba que nosotros ascendiéramos también a ese nivel, y que no nos acostumbremos al pecado, a la maldad y a la violencia de nuestros días, a fin de que se cumpla en nosotros lo que está escrito:

Ahora bien, ellos, después de haber sido santificados por el Espíritu Santo, habiendo sido blanqueados sus vestidos, encontrándose puros y sin mancha ante Dios, no podían ver el pecado sino con repugnancia; y hubo muchos, muchísimos, que fueron purificados y entraron en el reposo del Señor su Dios. (Alma 13:12).

 

Quien escribe estas palabras no puede dejar de pensar en el proceso de conversión. Particularmente en el caso de Alma hijo. Cuando uno despierta a su condición pecaminosa quisiera ser destruido: “mis iniquidades habían sido tan grandes que el solo pensar en volver a la presencia de mi Dios atormentaba mi alma con indecible horror” (Alma 36:14). Pero, una vez que se arrepintió y fue justificado, vio “Dios sentado en su trono, rodeado de innumerables concursos de ángeles en actitud de estar cantando y alabando a su Dios; sí, y mi alma anheló estar allí”. (Alma 36:22). Así es con todos: hay una parte dolorosa en la conversión, pero si uno persiste en esta lucha ante Dios, entonces viene una parte cuyo gozo es simplemente indescriptible. Y lo mismo pasa con Enoc. Esta serie de visiones es ―por decirlo así― un sube y baja espiritual. Ver el pecado, sus consecuencias, la miseria humana y, por otra parte, el gozo de ver el futuro glorioso, la venida del Mesías, el establecimiento de Sion y, más adelante, de la Nueva Jerusalén, todo ello llevaba a Enoc a alternativamente a regocijarse o a llorar, con una tristeza insoportable. Al final, se nos dice que Enoc elaboró dos preguntas: “Y Enoc lloró otra vez y clamó al Señor, diciendo: ¿Cuándo descansará la tierra? Y Enoc vio al Hijo del Hombre ascender al Padre, y se dirigió al Señor, diciendo: ¿No vendrás otra vez a la tierra?” (Moisés 7: 58-59). La respuesta del Señor a Enoc es que Él volverá a la tierra en nuestros tiempos; “en los días de iniquidad y venganza” (v. 60); cuando la mente de los hombres esté cubierta de tinieblas, y cese de haber comunicación entre los cielos y los hijos de los hombres. Entonces, fiel a este estilo de contraposiciones que parece ser típico de Moisés, se establece una comparación por oposición entre los hijos de los hombres y los hijos de Dios en estos últimos días: “y habrá grandes tribulaciones entre los hijos de los hombres, mas preservaré a mi pueblo”. Parecería que en estos últimos días cada vez hay menos grises: o uno sigue el estilo de vida de los hijos de los hombres, y recibe tribulaciones como pago, o uno vive de acuerdo con lo que implica ser un hijo de Dios, y uno verá milagros que le ayudarán a ser preservado en los últimos días.

Un nuevo cántico

Entonces el Señor da una revelación a Enoc acerca de nosotros, de estos últimos días. Se trata de un cántico especial. Tan especial, que aparecen variantes de él en el libro de Salmos y en Doctrina y Convenios. Acaso vale la pena comparar las tres versiones.

Moisés 7: 61-64

Salmo 85

Doctrina y Convenios  84:96-102

61 y llegará el día en que descansará la tierra, pero antes de ese día se obscurecerán los cielos, y un manto de tinieblas cubrirá la tierra; y temblarán los cielos así como la tierra; y habrá grandes tribulaciones entre los hijos de los hombres, mas preservaré a mi pueblo;

Coré.

 

1 Fuiste apropicio a tu tierra, oh Jehová;volviste de bla cautividad a Jacob.

 

2 Perdonaste la iniquidad de tu pueblo;todos los pecados de ellos cubriste. Selah

 

3 Quitaste todo tu enojo;te apartaste del ardor de tu ira.

 

4 aVuélvenos, oh Dios de nuestra salvación,y haz cesar tu ira contra nosotros.

 

5 ¿Estarás enojado contra nosotros para siempre?¿Extenderás tu ira de generación en generación?

 

6 ¿No volverás a darnos vida,para que tu pueblo se regocije en ti?

 

7 Muéstranos, oh Jehová, tu misericordia,y danos tu salvación.

 

8 Escucharé lo que hablará Jehová Dios,porque hablará apaz a su pueblo y a sus santos,para que no bse vuelvan a la insensatez.

 

9 Ciertamente cercana está su salvación a los que le temen,para que habite la gloria en nuestra tierra.

96 Porque yo, el Omnipotente, he puesto mis manos sobre las naciones para azotarlas por sus iniquidades.

 

97 Y se derramarán plagas, y no serán quitadas de la tierra hasta que haya cumplido mi obra, la cual se ha de acortar en justicia,

 

98 hasta que me conozcan todos los que quedaren, desde el menor hasta el mayor, y sean llenos del conocimiento del Señor, y vean ojo a ojo, y alcen sus voces, y al unísono canten este nuevo cántico, diciendo:

 

 

 

 

 

El Señor de nuevo ha traído a Sion;

el Señor ha redimido a su pueblo, Israel,

conforme a la elección de gracia,

la cual se llevó a cabo por la fe

y el convenio de sus padres.

 

 

 

100 El Señor ha redimido a su pueblo,

y Satanás está atado, y el tiempo ha dejado de ser.

El Señor ha reunido en una todas las cosas.

El Señor ha bajado a Sion desde lo alto.

Ha hecho subir a Sion desde abajo.

 

62 y justicia enviaré desde los cielos; y la verdad haré brotar de la tierra para testificar de mi Unigénito, de su resurrección de entre los muertos, sí, y también de la resurrección de todos los hombres; y haré que la justicia y la verdad inunden la tierra como con un diluvio, a fin de recoger a mis escogidos de las cuatro partes de la tierra a un lugar que yo prepararé, una Ciudad Santa, a fin de que mi pueblo ciña sus lomos y espere el tiempo de mi venida; porque allí estará mi tabernáculo, y se llamará Sion, una Nueva Jerusalén.

10 La misericordia y la verdad se encontraron;

la justicia y la paz se besaron.

11 La verdad brotará de la atierra,

y la justicia mirará desde los cielos.

 

101 La tierra ha estado de parto y ha dado a luz su fuerza;

y la verdad está establecida en sus entrañas;

y los cielos le han sonreído;

y está revestida con la gloria de su Dios,

porque él está en medio de su pueblo.

 

63 Y el Señor dijo a Enoc: Entonces tú y toda tu ciudad los recibiréis allí, y los recibiremos en nuestro seno, y ellos nos verán; y nos echaremos sobre su cuello, y ellos sobre el nuestro, y nos besaremos unos a otros;

 

64 y allí será mi morada, y será Sion, la cual saldrá de todas las creaciones que he hecho; y por el espacio de mil años la tierra descansará.

 

12 Jehová dará también ael bien,

y nuestra tierra dará su fruto.

13 La justicia irá delante de él,

y nos pondrá en el camino de sus pasos.

 

102 Gloria y honra, y poder y fortaleza,

sean atribuidos a nuestro Dios; porque en él abundan la misericordia,

la justicia, gracia, verdad y paz,

para siempre jamás. Amén.

 

 

No deja de ser asombroso que los tres textos coinciden en líneas generales: calamidades para los hijos de los hombres en los últimos días, la bondad del Señor al recordar a Su pueblo, dicha bondad manifestada a través del surgimiento del Libro de Mormón y de la restauración del sacerdocio, lo cual llevaría al establecimiento de la ciudad de Sion en los últimos días.

Quien escribe, sugiere que esta tabla sea estudiada con gran detenimiento verificando todas y cada de las referencias de pie de página que se hallan en los libros canónicos. Si uno lo hace de esta manera, uno se da cuenta de lo siguiente: a pesar de que los tres bloques de Escritura hablan de los mismos sucesos, cada uno de ellos lo hace desde un punto de vista diferente, con una perspectiva diferente, haciendo énfasis en acontecimientos diferentes:

1.      Enoc tenía la vista puesta en el momento en el que la madre tierra finalmente tendrá paz; en el momento en el que se establezca la Nueva Jerusalén y la Sion de Enoc venga de nuevo a la tierra, justo antes de la Segunda Venida.

2.      Coré, en el Salmo 85, tenía puesta la vista en el momento en el que el Señor perdonara al Jacob de los últimos días de su castigo de siglos, i.e., estaba hablando del florecimiento lamanita, y del momento en el que las naciones lamanitas finalmente se acercarían al Señor y serán una parte importante en la edificación de Sion.

3.      En Doctrina y convenios, por su lado, se habla del futuro de Israel, i.e., del futuro de los santos de los últimos días, sean éstos lamanitas o no; del momento en el que los santos establezcan la ciudad de Sión y reciban gloria, honra, poder y fortaleza que los proteja de las plagas que asolarán al mundo en los días por venir.

Finalmente, este capítulo siete de Moisés termina con la advertencia de las plagas y tribulaciones que padecerán los hijos de los hombres en el futuro y, después de ello Sion, el pueblo del profeta Enoc, es llevado al cielo a descansar de los pesares de esta vida hasta que sea la Segunda Venida del Señor.

 

 


 

 

Capítulo siete

Una advertencia para nuestros días

El presidente Ezra Taft Benson dijo, respecto al libro de Helamán: “Al esperar la Segunda Venida del Salvador, el registro de la historia nefita, poco antes de Su visita, revela muchos aspectos similares a nuestros días” (Liahona, julio de 1987, pág. 2). Y la misma declaración puede decirse del capítulo ocho de Moisés. Habla de circunstancias semejantes a las que todavía no vivimos, pero viviremos. Es un libro que nos será fundamental en el futuro.

El capítulo ocho del Libro de Moisés inicia con 14 versículos que no están en el Génesis actual. En ellos aprendemos que Los justos que constituían Sión fueron llevados a los cielos, sí, pero también que el Señor cumplió con el convenio que había hecho con Enoc de que mantendría a un poseedor del sacerdocio sobre la tierra hasta el diluvio. Y así es como hubo varias generaciones de patriarcas justos: Matusalén, Lamec, Noé, y luego sus tres hijos justos. En ese sentido hay una pequeña corrección en cuanto a lo que dice la Biblia:

Génesis 5:32

Moisés 8:12

 

Y siendo Noé de quinientos años, engendró a Sem, a Cam y a Jafet.

Y Noé tenía cuatrocientos cincuenta años, y engendró a Jafet; y cuarenta y dos años después, engendró a Sem de la que fue la madre de Jafet, y a la edad de quinientos años, engendró a Cam.

 

 

En el Génesis da la impresión de que los hijos de Noé son una suerte de trillizos, mientras que en el Libro de Moisés queda claro que Jafet era el primogénito pero que, por razones que no se nos explican (como con Efraín y Manasés), al menor le tocó la primogenitura. 

De ángeles y de gigantes

Por otra parte, algo en lo que se ha insistido mucho en este escrito, es que es conveniente leer el Libro de Moisés teniendo muy en cuenta el contexto social. Específicamente vale mucho la pena leerlo bajo estos dos conceptos: “Hijos de Dios” e “hijos de los hombres”. En ese sentido, el v. 13 es fundamental, sobre todo porque viene a poner en claro una mala lectura que se le ha hecho a la Biblia por siglos. Leemos en Moisés: “Y Noé y sus hijos escucharon al Señor, y obedecieron, y se les llamó los hijos de Dios”. Así que si se nos hiciera la pregunta: ¿quiénes son los hijos de Dios? La respuesta es muy fácil: aquellos que escuchan la voz del Señor, y que la obedecen. ´

En Génesis los siguientes versículos dicen lo siguiente:

Y acaeció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra y les nacieron hijas, y viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí esposas, escogiendo entre todas.

Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; y serán sus días ciento veinte años.

Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se unieron los hijos de Dios a las hijas de los hombres y les engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre. (Génesis 6:1-4)

 

Los cuatro versículos han dado para muchas malas interpretaciones. Primero, que “los hijos de Dios” (i.e., los ángeles) desearon a “las hijas de los hombres” (i.e., las humanas) y que tuvieron hijos con ellas. Segundo, que Jehová se enoja y dictamina que los hombres ya no van a vivir entre ocho y nueve siglos, sino solo ciento veinte años. Tercero, que de esa unión monstruosa entre ángeles y mortales, nace una nueva raza de seres, a saber, gigantes. Nada más lejos de la verdad. Veamos los mismos versículos en el Libro de Moisés:

14 Y cuando estos hombres empezaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, los hijos de los hombres vieron que estas hijas eran bellas, y tomaron para sí esposas, según su elección.

15 Y el Señor dijo a Noé: Las hijas de tus hijos se han vendido; por lo que, he aquí, mi ira está encendida en contra de los hijos de los hombres, porque no quieren escuchar mi voz.

16 Y aconteció que Noé profetizó y enseñó las cosas de Dios, aun como fue en el principio.

17 Y el Señor dijo a Noé: No luchará mi Espíritu con el hombre para siempre, porque él ha de saber que toda carne morirá; sin embargo, serán sus días ciento veinte años, y si los hombres no se arrepienten, mandaré las aguas sobre ellos.

18 Y en aquellos días había gigantes sobre la tierra, y buscaron a Noé para quitarle la vida; mas el Señor fue con Noé, y el poder del Señor reposó sobre él. (Moisés 7:14-18).

 

El versículo 14 es sumamente significativo. Noé no solo es padre de tres hijos, sino que cada uno de estos hijos a su vez es padre de hijas. Ellos trataron de criar a sus hijas en el camino correspondería a una hija de Dios: a una jovencita que vive de toda palabra que sale de la boca del Señor, pero estas jovencitas (que aparte de mundanas eran muy hermosas) prefirieron casarse con los hijos de los hombres, es decir, con varones mundanos, atraídas por cosas mundanas. Por ello es que el Señor se enoja y le dice a Noé que “Las hijas de tus hijos se han vendido” (v. 15).

No solo eso, sino que el Señor le dice a Noé que los días de los hombres serían 120 años, vale decir, no que los hombre tendrían un promedio de vida de 120 años de ahí en adelante, sino que tenían ese lapso de tiempo para arrepentirse, o el diluvio vendría sobre ellos. Noé y sus tres hijos tuvieron ese tiempo para construir el arca y para predicar el arrepentimiento. No deja de ser muy significativo que ni una sola de las nietas de Noé se arrepintió y quiso subir al arca. Ni uno solo de los bisnietos de Noé fue digno de salvarse aunque, como se dice en el Libro de Moisés, eran considerados “varones de renombre”.

Finalmente, está el hecho de que así como “los gigantes” buscaron acabar con el pueblo de Enoc, de la misma manera esos mismos “gigantes” (y no son seres mitológicos de gran tamaño, sino personas que habían sido sacerdotes que habían sido “gigantes espirituales” pero que habían apostatado y que ahora luchaban en contra de la verdad) buscaron quitarle la vida a Noé, pero éste fue protegido por el poder del sacerdocio (v. 18).

En los siguientes versículos el Señor le manda a Noé que salga a predicar el evangelio a los hijos de los hombres (v. 20), pero ninguno se arrepintió:

Y también, después de haberlo escuchado, vinieron ante él, diciendo: He aquí, nosotros somos los hijos de Dios; ¿no hemos tomado para nosotros a las hijas de los hombres? ¿No estamos comiendo, bebiendo, y casándonos y dando en casamiento? Nuestras esposas nos dan hijos y estos son hombres poderosos, semejantes a los hombres de la antigüedad, varones de gran renombre. Y no hicieron caso de las palabras de Noé.

Y Dios vio que la iniquidad de los hombres se había hecho grande en la tierra; y que todo hombre se ensoberbecía con el designio de los pensamientos de su corazón, siendo continuamente perversos. (Moisés 8: 21-22).

 

Curiosamente, aquí se da una inversión sumamente singular. En la Biblia se dice que los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres, y que de allí nacieron los gigantes. Aquí vemos que las hijas de los hijos de Dios se envilecieron, se unieron a los hijos de los hombres, y que ellos usurparon ese nombre, llamándose a sí mismos “los hijos de Dios”, y que ahora llamaban a sus esposas “hijas de los hombres”. Este versículo es todo un discurso sobre la importancia de no casarse fuera del evangelio. La salvación temporal y espiritual usualmente va de por medio. Es lamentable pensar en que ninguna de las nietas de Noé se salvó; en que todos sus biznietos fueron “hombres de renombre” según el mundo, pero ni uno solo salvó su alma. Como está escrito: “Porque, ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma? O, ¿qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mateo 16:26)

Y, por su parte, el v. 22 nos habla de la condición espiritual de la sociedad en la que vivieron Noé y sus hijos: en medio de una degradación tal, que por ello la gente fue destruida en el diluvio. El libro termina en los siguientes cuatro versículos. Fiel a su estilo de contrastes y contraposiciones, Moisés nos muestra dos grupos completamente opuestos. Por una parte, la justicia y perfección de Noé y sus tres hijos (así como de sus esposas, pese a que no son mencionadas) y, por otra parte, la sociedad de los hijos de los hombres, completamente corrompida y llena de violencia, sí, muy cercana a nuestros días:

Y así Noé halló gracia ante los ojos del Señor; porque Noé fue un hombre justo y perfecto en su generación; y anduvo con Dios, así como sus tres hijos, Sem, Cam y Jafet.

La tierra se corrompió delante de Dios, y se llenó de violencia.

Y miró Dios la tierra; y he aquí, estaba corrompida, porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra.

Y dijo Dios a Noé: Ha llegado para mí el fin de toda carne, porque la tierra está llena de violencia; y he aquí, destruiré a toda carne de sobre la tierra. (Moisés 8: 27-30).

 

¿Por qué José Smith no nos dio el resto del capítulo seis de Génesis? Porque lo que seguía era la construcción del arca, y esa parte no nos serviría mucho a nosotros. Cada uno de nosotros, por decirlo así, debe construir su arca en esta vida. Vivimos tiempos complicados. Tiempos en los que se necesita que cada familia haga de su hogar un arca para sobrevivir al diluvio de inmundicia en que vivimos. ¿Veremos de nuevo un diluvio que salve a los justos? En cierto sentido sí. Como dijo el élder Neal A. Maxwell, del Quórum de los Doce Apóstoles, Dios intervino “cuando la corrupción llegó al punto de destruir el albedrío; por lo que, en justicia, no se podrían haber enviado espíritus aquí” (We Will Prove Them Herewith, 1982, pág. 58).

Y por supuesto, eso no quiere decir que el diluvio fuera un acto de castigo y furia divinos. El presidente John Taylor explicó que “truncándoles la vida [Dios] evitó que propagaran sus pecados entre su posteridad y los degeneraran, y también les impidió seguir pecando” (“Discourse Delivered by Prest. John Taylor”, en Deseret News, 16 de enero de 1878, pág. 787).

Pero, volviendo a cada uno de nosotros, el Libro de Moisés es muy singular. En él no existen grises: todo es o blanco o negro, y en nuestra sociedad las cosas se han vuelto así: si uno empieza a ver las cosas en escalas de grises, sale del terrenos seguro, y corre el severo riesgo de perderse en todas las perversiones que nos rodean hoy día, como si fueran, sí, un nuevo diluvio. Un nuevo tipo de diluvio. Como enseñó el Presidente Gordon B. Hinckley, particularmente a esa nueva droga, la pornografía:

Imagínense que se hallan en medio de una furiosa tempestad, que aúlla el viento y que nieva copiosamente. Nada pueden hacer para detenerla; pero sí pueden vestirse como es debido y buscar refugio, y la tempestad no surtirá ningún efecto en ustedes… La pornografía es como una furiosa tempestad que destruye a personas y a familias, y que aniquila totalmente lo que una vez fue sano y hermoso. (Gordon B. Hinckley, Un mal trágico entre nosotros).

 

Vivimos tiempos muy complicados, pero si amamos a Dios lo suficiente, podemos llegar a ser hijos de Dios, como Noé y sus hijos, podemos edificar Sión en nuestros hogares, como Enoc. Podemos criar a nuestros hijos para que no se pierdan, como Set. Podemos ser fieles a nuestros convenios, aunque no comprendamos todas las cosas, como Adán. Sí, el Libro de Moisés nos enseña muchas cosas en cuanto al tipo de vida que debemos vivir en estos últimos días.

 

 

 

Santa Clara, Ecatepec, 1 de junio de 2021 ― 30 de junio de 2021.

 

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